Adelaido es docente rural y, a falta de internet, recorre 100 km por la educación de los chicos
La enseñanza virtual en el norte de Salta es una fantasía en esta cuarentena. El profesor, con sus propios recursos, hace la conexión llevando las tareas a donde viven sus alumnos.
Sin internet ni computadora, la educación de los chicos en cuarentena sigue siendo a fuerza de los docentes rurales que ponen lo que no tienen para que sus alumnos sigan estudiando, desafiando la pandemia, las distancias y la falta de recursos. Adelaido Sánchez es uno de ellos, que desde su pueblo recorre al menos 100 kilómetros periódicamente hacia las fincas donde viven sus estudiantes para llevarles las tareas y las clases por escrito.
Desde que se dictó el aislamiento social obligatorio por el coronavirus, y los niños y adolescentes dejaron de ir a las aulas, el trabajo de enseñar no paró. Pero para algunos maestros y profesores el esfuerzo se multiplicó: muchos docentes rurales salen a pie, en sus autos o, como Adelaido, en su moto para que los chicos reciban la educación de la escuela en sus viviendas.
“Si bien todos tienen redes sociales no todos tienen internet; y como ahora está saturado, prácticamente no reciben señal”, explica Adelaido en diálogo con LA GACETA. Es profesor de matemáticas del colegio secundario rural N° 5197 del paraje El Carmen, a 40 kilómetros de Pichanal, la localidad donde él vive.
El profesor allí enseña a chicos de tercero y cuarto años de secundaria. Son 15 adolescentes de entre 15 y 16 años “que tienen ganas de aprender”, dice el docente.
Estudiante de Adelaido
“Este trabajo se hace siempre; el docente rural de todo el país pone mucho esfuerzo humano y recursos propios que el Estado muchas veces no brinda”, cuenta Adelaido, quien se siente identificado con sus estudiantes. “Tengo un afecto especial por esos chicos porque yo soy del campo. Yo fui a varias escuelas por razones de lejanías del Chaco salteño. Soy de finca El Mistol, a 100 km de Pichanal”, recuerda.
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Su educación en la infancia también transcurrió en escuelas rurales, a las que iba caminado o a lomo de caballo. “Nos levantábamos a las tres de la mañana. El reloj era el lucero y nos íbamos con mis hermanos caminando por senderos a la escuela, primero a La Esperanza y después a la del Totoral”, relata el docente que hoy tiene 37 años y dos hijos de 8 meses y 3 años, a los que ve de noche después de su recorrido por el campo.
Asegura que sus alumnos son responsables y que están conectados por celular a través de Whatsapp, pero la devolución de la enseñanza no es igual que la presencial.
“Les caigo de sorpresa. Igual ellos ya saben que el profe va ir. Pero a veces cuando voy están trabajando con los padres, que son empleados de fincas de poroto, maíz y soja”, describe Adelaido.
Esto no lo desalienta, reconoce que así es la realidad del norte salteño, y por esto incite en la educación de los chicos: “Me gusta subirme a la moto y llevarle las tareas. Cuando se las entrego en las manos, manteniendo la distancia, siempre les reexplico cositas puntuales. Pero algo de desazón queda, no puedo tener el feedback porque me tengo que ir”.