Tiene dislexia y a sus ocho años escribió un libro para contar cómo se siente
Santiago Del Val es un niño que supo transformar su frustración en un testimonio de vida. Conocé su historia .
Hoy, a las 20, en la sala de autores salteños del Complejo de Bibliotecas –Belgrano y Sarmiento-, el pequeño Santiago Del Val presentará su libro “Mi dislexia y yo”, que escribió durante este año con la ayuda de su mamá.
Santiago tiene ocho años y muchas ganas de contar que le pasa. Es el segundo hijo de Mariana Recaman y Federico Del Val. Está en el medio de sus hermanos, Federico de 16 años y Nicolás de 6. Hace taekwondo, le gusta el fútbol y el año que viene quiere jugar al rugby. Hace poco más de un año le diagnosticaron dislexia, una dificultad para leer.
Desde jardín, su familia acompañada por un equipo de terapeutas y médicos venía trabajando para ayudarlo sin todavía saber que le pasaba. No podía dibujar figuras humanas, tampoco podía recordar los días de la semana ni los nombres de los colores, además sufría fuertes dolores de cabeza. Se encerraba y aislaba. La peregrinación por los consultorios médicos fue cansadora y larga. “Comenzamos a hacer terapia con una psicopedagoga sin tener diagnóstico. En primer grado nos dijeron que tenía rasgos de dislexia pero cuando paso a segundo lo confirmaron porque a esa altura no podía aprender a leer ni escribir. En el medio tuvo una mala experiencia con una maestra que lo retaba porque se demoraba y hasta lo trataba de tonto”, cuenta su mamá, Mariana.
Cuando le contaron a Santi que tenía dislexia su frustración y su enojo se agudizaron. Sin embargo, él supo convertir su tristeza en un testimonio de vida que ayude entender qué experimenta y cómo vive una persona disléxica. En medio de esa tormenta de sentimientos encontrados, sintió la necesidad de escribir un libro. Encontró la forma de contar la historia de su corta vida y vencer su limitación para redactar. Su mamá lo ayudó. Por las tardes, cuando Santiago llegaba del colegio, le contaba a ella cómo se había sentido en el día, y ella lo escribía, respetando puntos y señales. “A veces me sentía mal y escribía, o me sentía bien y escribía. Otras veces no tenía ganas de nada”, relata Santiago, y agrega: “lo único que quiero es que la gente entienda lo que siente un disléxico”.
Santiago ya terminó el tercer grado en un colegio privado donde le enseñan los mismos contenidos que a sus compañeros pero de una manera más adaptada a su situación. Su maestra lo ayuda a escribir y le da tiempo para que copie, intérprete las consignas y también para que las resuelva. “Cuando se le da facilidades de aprendizaje que no es lo mismo que hacer trampita el demuestra su gran inteligencia”, recalca Mariana.
Su mamá cuenta que hacer este libro ayudó a Santiago a desenojarse, a asumir su dislexia y aceptar sus limitaciones valorando sus cualidades. “A veces me sentía triste porque no me gustaba comparar mis trabajos con los de mis compañeros. Me daban ganas de llorar cuando veía sus letras y las comparaba con la mía. También me hace bien que la seño me dé oportunidades y me dé tiempo para terminar mis tareas en la clase”, destaca el pequeño.