Rodolfo Palacios, el cronista del hampa

El autor de El Clan Puccio y El ángel negro vive al límite. Hace varios días que le debe un artículo a una de las revistas más prestigiosas de Hispanoamérica, está trabajando en más de un libro a la vez y le llueven pedidos de entrevistas. Tiene un variado cóctel de amistades que va desde uno de los grandes músicos del rock nacional, hasta delincuentes de distintos tipos, pasando por escritores marginales, poetas, cineastas y un actor que se fugó de un manicomio.

08 Abr 2018
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Por Federico Frau Barros - Para LA GACETA - Buenos Aires

Palacios nació hace 40 años en Mar del Plata, la mayor ciudad turística de la costa atlántica argentina pero nunca practicó surf y ni siquiera sabe nadar. “Los riesgos míos son entrar en las cárceles”, dice. Amante del boxeo, comenzó su camino en el periodismo cubriendo peleas. Un día faltó el cronista de policiales en el diario en el que trabajaba y lo mandaron a cubrir un crimen. Ahí comenzó un camino del que no pudo volver y que lo tiene hace ya veinte años contando historias de criminales. Apasionado por el fútbol y fiel hincha del Club Atlético Independiente, Rodolfo Palacios hace meses que no hace deporte, pero vive corriendo.

La lealtad y la confianza son dos cosas que Palacios reivindica y cultiva constantemente y que también suelen resaltar de él sus amigos. Enrique Symns dijo alguna vez que el periodista que él más respeta es Rodolfo Palacios, pero que tiene un problema: “Se hace muy amigo de los delincuentes que entrevista y eso lo puede complicar”. Esas complicaciones pueden ser dos: o deja de contar algo para mantener esa buena relación, o cuenta todo y luego le pasa lo que le pasó con Robledo Puch que le mandó a decir que apenas saliera de prisión lo iba a ir a matar.

Palacios siempre tiene cosas por delante en su horizonte. Por más que diga que actualmente está intentando parar un poco para descansar y que se encuentra en una etapa de reflexión, en su futuro cercano hay dos libros con el mítico Enrique Symns, una nueva revista y el lanzamiento de la película que rodó Luis Ortega sobre Robledo Puch donde Palacios colaboró con el guión.

- ¿Con qué proyectos estás ahora?

- Estoy cerrando un libro con Enrique Symns que comenzó con la triple fuga, después fue pasando el tiempo y lo ampliamos al triple crimen, y más tarde le sumamos historias de ayer y de hoy de Symns. Es un poco el mundo del hampa, pistolero y drogón, con una especie de tratado de las drogas escrito por él. Ahora el tema es cómo unirlo y que tenga una estructura y un hilo conductor adecuado.

- Recientemente incursionaste en el mundo del cine y de la tele como guionista. ¿Encontraste algo en los formatos audiovisuales que no hayas tenido en la gráfica?

- Creo que en algún punto, más allá de que pueda parecer una burrada lo que voy a decir y de que son lenguajes totalmente diferentes, todo se alimenta de lo mismo. Cuando escribís un cuento, una novela, una crónica, una nota, un guión, una obra de teatro, cuando componés una canción, hay algo poderoso, llamalo lo no dicho o lo que no se puede nombrar, que es muy potente y termina uniendo todos los lenguajes. Si bien digo que la búsqueda es la misma, por otro lado el cine es un lenguaje totalmente distinto. Yo salí iluminado de esta experiencia, aprendí muchísimo. Incorporé muchas cosas, no solo las que ahora puedo aplicar cuando escribo sino en todos los sentidos. Luis Ortega, desde su talento y su generosidad, me cambió bastante la mirada y me mejoró como persona.

- En la miniserie de los Puccio y la película sobre Robledo Puch, Luis Ortega se rodeó de varios escritores para hacer el guión. ¿Cómo fue esa experiencia de escritura colectiva?

- Él es el director, pero también escribe y se nutre de todo lo que hay a su alrededor. Pablo Ramos es otro monstruo y Sergio Olguín fue un poco como el personaje Mr. Wolf de Pulp Fiction, el que vino a ordenar las cosas, limpiar la sangre y aconsejar a cada uno. Son dos escritores que yo admiro y a los que les tengo mucho afecto. Fue una experiencia de mucho aprendizaje y hubo una unión que no se ve pero está ahí. Más allá de que en algún momento yo sentí que no estaba aportando nada y dije: me corro. Y Luis me contestó: ¡Estás loco, vos te quedás! Él tiene esa lealtad con todos los que trabajan con él.

- ¿Qué planes tenés para el futuro?

- Estamos armando una revista con Andrés Calamaro. La idea de armar una revista que recupere un poco las voces perdidas, conocidas y no conocidas, que tengan algo para decir. La va a dirigir Calamaro y van a participar Fernando Noy, Daniel Melingo y Luis Ortega, entre otros. Va a ser una especie de trinchera.

© LA GACETA

PERFIL

Rodolfo Palacios nació en 1977 en Mar del Plata. En 1995 comenzó a cubrir deportes en el diario El Atlántico de su ciudad. Trabajó como periodista de policiales en Crítica de la Argentina, Perfil, Noticias, Clarín, El Guardián y BigBangNews. Sus notas también se publicaron en La Maga, Brando, Revista Ñ, Anfibia, Cosecha Roja y Orsai. Es autor de los libros El ángel negro, la vida feroz de Carlos Robledo Puch; Adorables criaturas, crónicas grotescas de ladrones y asesinos; Sin armas ni rencores, el robo al Banco Río contado por sus autores y El clan Puccio. Fue parte del equipo autoral de la serie Historia de un Clan y uno de los guionistas de El ángel, la película sobre Puch.


EL ASESINO Y YO

Fragmento de El ángel negro * 

Cree que lo voy a matar. Ahora está inmóvil y en silencio, sentado frente a mí, en la sala de visitas de la cárcel de Sierra Chica, un pueblo bonaerense de tres mil habitantes. La luz del sol que entra por una ventana le ilumina los ojos celestes. Me mira fijo, casi sin pestañear. No hay guardias a la vista y es tarde para dar marcha atrás. Yo también estoy inmóvil y en silencio. En la mesa hay una Biblia amarillenta que lee en sus noches de insomnio. Pero eso me lo dirá después porque ahora, mientras me mira las manos, sospecha que en su primer descuido —por más imperceptible que sea— le clavaré un puñal afilado por la espalda. O le dispararé a quemarropa y me iré sin culpa por la misma puerta por la que entré. Y todo habrá terminado. Ni siquiera tendrá tiempo de pedir el último deseo que se le concede a un condenado al pelotón de fusilamiento: oler un plato de comida, pitar un cigarrillo, acariciar una foto familiar o gritar de rabia.

- Así matan los cobardes.

Eso me dice Carlos Eduardo Robledo Puch mientras desarma mi lapicera. La mueve como un péndulo por las dudas de que haya reemplazado la tinta por un veneno líquido. “Como el que usó Claudio para matar a su hermano, el Rey, padre del príncipe Hamlet de Dinamarca”, acota el mayor asesino múltiple de la historia criminal argentina, citando a Shakespeare mientras deja caer la última gota de tinta sobre un papel. Luego se acerca hacia mí; quiere revisarme contra la pared, al lado de una cruz de madera tallada a mano y del almanaque de una carnicería de barrio que dice “Jesús te ama y está contigo”. Robledo Puch piensa que vulneré la máxima seguridad de la prisión con una pistola en la cintura.

Le muestro mi bolso para tranquilizarlo: sólo hay papeles, algo de ropa y un grabador. No soy su verdugo, le recuerdo; soy un periodista que quiere escuchar su historia. Esa simple aclaración le hace cambiar de parecer.

El hombre calificado por la ciencia como psicópata cruel, perverso y desalmado ahora no me mira fijo. Ya no cree que esté ahí para matarlo. Sonríe y se rasca la calva. Camina con torpeza alrededor de la pequeña sala; va de una punta a la otra con las manos atrás. Después de unos segundos me pide perdón y me abraza...

* Sudamericana.

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