Gaspar Cinco y el tarot: la testigo clave del juicio contra el periodista cuenta cómo logró revelar al asesino
Una tarotista fue clave en la resolución de las muertes de Alejandra Párraga y su hijo Amir. Un caso de valentía extrema, para hacer justicia.
Desde hace 37 años que interpreta imágenes y símbolos, y así como lee cartas sobre un paño, lee miradas y gestos. Pero en todo este tiempo que lleva Silvina Venegas como tarotista, jamás se imaginó cruzarse con alguien como Franco Gaspar Cinco; mucho menos podría haber adivinado que se convertiría en la pieza judicial clave para que el asesino de una mujer y su hijo pudiera ser detenido y condenado.
Velas para la pasión, inciensos para la abundancia, jabones de ruda, que atraen la fortuna, las vibras positivas y brindan protección, y fluidos que se venden por la promesa que encierra el rótulo de un envase: Vence Todo, Lava casa, Atrae clientes o Pega Mujer (que permite, según los entendidos, atraer a la persona del sexo opuesto y asegurar la relación). Estos son algunos de los productos que se ofrecen en la Santería de Zuviría al 400, donde trabaja Silvina Venegas, y donde, seis meses atrás, entró desesperado Franco Gaspar Cinco.
Esa primera vez compró una vela y habló con Silvina, en el cuarto donde se tiran las cartas de tarot, porque buscaba trabajo. Pero después fue de manera más asidua y tomó, esas sesiones de Tarot, casi como si fueran consultas a un psicólogo.
“Gaspar Cinco siempre venía a consultarme porque no tenía trabajo, y porque chocaba con la madre, y porque tenía conflicto con su hijo… me tomó como una especie de terapeuta, venía y me contaba todo a mí”, dice Silvina a LA GACETA.
La entrevista tuvo lugar en donde se hacen las sesiones de Tarot. Exactamente el mismo lugar donde Gaspar entró con sus aflicciones, el mismo lugar en el que Silvina logró tenderle una trampa y arrancarle una confesión que dio vuelta el caso.
“Yo hago más de psicóloga. Porque yo escucho a las personas y veo desde otro punto. Las cartas son un medio, se trabaja a través de la energía, entonces Gaspar encontró en mí alguien a quien contarle sus cosas”, dice.
Una vez Gaspar Cinco fue con la madre. La mujer, luego, fue varias veces sola. Y se sorprendió. “No podía creer que el hijo me contara cosas que a ella no le contaba”, dice Silvina y analiza: “En esa casa hay una importante tensión entre madre e hijo, como que la madre también lo absorbía demasiado a él”.
En ese cuarto, donde suele sonar música celta, Silvina tranquilizaba a Gaspar Cinco cuando le decía que necesitaba trabajar. “Yo lo tranquilizaba, lo escuchaba y le decía que ya le iba a salir trabajo. Y cuando le salió el laburo vino y me contó y me dijo 'estoy contento porque ya tengo trabajo, estoy encaminado'”, dice.
Pero esa felicidad no duró nada. “Siempre tuvo conflicto en lo sentimental porque desde que me conoció a mí ya no estaba con una chica y él insistía en que quería volver, pero esa chica nunca más le dio cabida”, cuenta.
Después Gaspar Cinco se volvió a enamorar. Y fue a contarle a Silvina porque esta relación tenía un nuevo problema: la madre de la chica.
“Él siempre chocó en lo sentimental o algo siempre pasaba”, dice Silvina.
Hasta que un día ingresó a la Santería y le contó que se había puesto de novio. "Yo le dije qué bueno, ya tenés trabajo, tenés una novia y desde el día uno me dijo ‘sí, me encanta, es el amor de mi vida, pero hay un problema’, me dice. Le pregunto cuál, si es al amor de tu vida, tenés trabajo, es una chica que estudia. Y él me dice 'sí, pero tiene un hijo'”.
La chica, de la que hablaba, era Alejandra Párraga. El problema, para Gaspar, era Amir.
Silvina se sorprendió ante la respuesta de Gaspar y le preguntó cuál era el drama, si él también tenía un hijo. Silvina trató de hacerle entender que era la misma situación.
“Sí, pero yo no puedo con el tema del chiquito”, le dijo Gaspar.
Todos los consejos de Silvina apuntaron a lo mismo: que se aleje de Alejandra. Porque, como madre, Silvina sabe que no se puede romper el vículo entre una madre y un hijo. “Una madre siempre elige al hijo, te lo digo porque soy mamá”, le dijo.
A las dos semanas Gaspar Cinco volvió. Y como si nada se hubiera dicho antes, repitió: “Yo estoy con Alejandra, es el amor de mi vida, tenemos todo planeado para ir a vivir juntos, pero hay un problema: el chiquito”.
Ante la insistencia de Silvina de que se aleje de esa familia, Cinco solo decía que quería que el chiquito no exista.
“Me dio a entender que era como un odio que le tenía. No se bancaba que era de otro hombre”, dijo Gaspar Cinco.
Silvina trató de tranquilizarlo, le recomendó, una vez más, que se aleje de la chica y le recomendó, con insistencia, que haga terapia.
“Pude percibir que se quería deshacer del chiquito, pero era una cosa ilógica. A vos ni a nadie se le va a cruzar por la cabeza que alguien quiere matar a un bebé”, dice Silvina. Preocupada por las intenciones que podía tener Cinco, consultó a unos chamanes con las que trabaja, quienes le dijeron que aconseje a Cinco que se aleje de la familia Párraga y haga terapia.
El día que Alejandra y Amir murieron, unas horas antes, Gaspar Cinco fue a la santería para preguntar qué pasaría con su relación. “Estaba diferente – dice Silvina – se largó a llorar y se agarraba el pecho. Le pregunté por qué lloraba si estaba con la chica, y él respondió ‘porque no quiero estar con el chiquito y ya he tomado una decisión’”. Gaspar Cinco Repitió eso: “No quiero estar con el chiquito”. Y se puso a llorar. Y se agarraba el pecho.
Entró al lugar a las 10 de la mañana, se fue una hora después.
A las cuatro de la tarde, el teléfono de Silvina empezó a sonar. Del otro lado, la voz de Gaspar empezó a relatar lo que pasaba, como si fuera un mero espectador de una tragedia en curso.
- El chiquito tomó un poco de agua y se descompuso- fue lo primero que dijo.
La llamada se cortó.
- No sé qué pasó, el nene tomó el agua y le agarró como convulsiones, y llamamos a la ambulancia pero no llegó, entonces ella vino con el nene al living y lo acostó ahí y le quiso hacer respiración boca a boca y empezó a gritar, a ponerse como loca, los padres empezaron a gritar, como la ambulancia no llegaba se lo llevan al bebé, me dijeron que salga y llame a la ambulancia, pero yo les di el número equivocado- dijo Cinco y cortó.
Pasaron minutos, quizá solo fueron segundos, hasta que volvió a sonar el teléfono hasta que volvió a sonar la voz de Cinco, relatando el desarrollo de la tragedia, que él había planificado.
- Silvina, ahora salí afuera a hablar y ella salió atrás mío, y estaba dura, tensa, los ojos se le hacían para atrás y balbuceando me dijo vos mataste a mi hijo y ahí se desplomó ella- le dijo Cinco y cortó.
Volvió a llamar para decir que estaba siguiendo a la ambulancia, en el auto.
Luego llamó para decir que había chocado, pero que iba a seguir hacia el hospital.
A la hora, la voz de Gaspar Cinco solo se emite con palabras telegráficas, confirmando la eficacia del plan: “Silvina, falleció el bebé”, dijo.
Y después: “Silvina, murió ella”.
Silvina le dijo “qué hiciste, nosotros sabemos todo”. Y aún en ese momento, ella recalca: “Porque yo no lo podía creer”.
Gaspar Cinco no interrumpió sus llamadas. Le contó que fue la policía y le tomó declaración. “Ya estoy más tranquilo porque ya zafé”, le dijo.
Hasta ese momento Silvina solo había sido una oyente. Alguien que no puede interferir en la historia que escucha. Pero no estaba dispuesta a quedarse con ese rol. Decidió tenderle una trampa a Gaspar Cinco. Le dijo que debían verse y hablar. Cinco, sin sospechar nada, dijo que pasaría mañana antes de ir al velorio.
A las 11.45 ingresó al cuarto donde se tiran las cartas. Estaba como si nada, bien arreglado. Silvina tenía listo un celular para grabar la conversación y tratar de hacerlo confesar.
- Le dije contame qué pasó porque yo ya sé todo, a mí no me podés mentir, porque yo ya sé todo lo que hiciste.
Cinco se sentó y empezó una vez más a narrar la historia. Dijo que fue por agua bendita a la catedral porque el chico estaba enfermo y también compró yogurt y gomitas.
Después de algunas insistencias de Silvina, la farsa empieza a romperse.
- Fui y compré un polvo blanco
- Qué polvo blanco
- No sé, cianuro.
- ¿Cianuro?
- Sí, le puse un poquito en la botella.
Silvina intentaba sostener su cara de póker, ocultar el miedo, y hacer las preguntas para que Cinco narrara la verdad.
-Le puse un poquito en la botella, en el auto se volcó un poquito y a las cinco cuadras tiré el frasco… yo no pensé que era para tanto- dijo Cinco.
- ¿Dónde compraste?
En la grabación, que ese mismo día cayó en manos del fiscal, estaba el detalle de la dirección, quién lo atendió. Todo.
Cuando Cinco terminó su confesión, Silvina le preguntó si estaba consciente de lo que había hecho. Y Cinco, como si no hubiera hablado de un asesinato, le pregunta qué va a pasar con su trabajo y su familia. “Es lo único que me interesa”, le dijo.
Silvina le dijo que lo único que podía hacer era ir a la justicia.
- El único que te puede perdonar es Dios. “Vos estás consciente de lo que hiciste?- dijo Silvina.
- Me duele el pecho, nada más. Me voy al velorio- dijo Cinco.
Se levantó y se fue.
Inmediatamente Silvina fue la justicia, declaró y hasta fue en un auto de la policía, hacia la sala de velatorio, donde la policía halló y detuvo a Cinco. Desde otro vehículo policial, vio cómo lo llevaban esposado. Entregó la grabación y habló con el fiscal y su identidad estuvo como reservada hasta el día del juicio.
-Fue difícil y traumático- dice.
Su madre y su abuela fueron tarotista. Y no hay, en todos esos años, una experiencia similar.
Ahora, que sabemos el desenlace funesto de esta historia, los hechos parecen obvios, predecibles. Pero en su momento no lo fueron. Porque, si bien las cartas, los tonos y los gestos pueden dar indicios de algo, es casi imposible estar preparado para aceptar que detrás de un rostro apacible, acaso educado, hay algo carente de humanidad.