Mario Flores: “quería escribir una novela en donde lo oriental se fusionara con lo occidental a través del lente del animé”
El escritor de Tartagal publica la novela Hikaru, en la que el animé vertebra toda la historia y sirve como nexo entre un padre y una hija que quieren conocerse.
No es una sorpresa que la próxima semana Mario Flores presente una novela en la capital salteña. Hace tres años, cuando llegó desde Tartagal, donde vive, fue para participar de un slam de poesía y luego publicó varios poemarios. Pero en las distintas entrevistas que brindó se notaba su atención por la narrativa, la lectura de autores claves de la novela contemporánea.
Y ahora se publica Hikaru, de la mano de la Editorial Nudista, novela por la cual Flores ya había obtenido la segunda mención en el concurso del Consejo Federal de Inversiones.
La novela se presentará el 14 de julio, a las 19.30, en la Biblioteca Provincial.
Este es el dictamen de ese jurado: “El disparador del relato es la intención de Macarena, de diez años, de conocer a su padre, que vive en otra ciudad. Uno de los aciertos de esta novela es el lenguaje minimalista que expresa los sentimientos contenidos de vínculos y episodios lejanos que, sin embargo, forman parte y tensionan la vida del protagonista. La construcción de los personajes principales y secundarios lleva al lector a ‘ver’ los distintos momentos que les toca vivir, en una trama que tiene como eje el encuentro de padre e hija y cuyo denominador común es la extrañeza de dos seres distintos que tratan de descubrirse. En el relato resulta tan importante lo que se dice como lo que se omite, con una prosa impecable que acompaña la evolución del relato y los personajes sin apelar a golpes bajos ni lugares comunes.”
¿Cómo se pasa de escribir poemas a escribir una novela? ¿Qué te demanda cada género?
En mis poemas siempre hay una carga narrativa muy evidente. No me gusta que la poesía sea un bloque de texto puramente reflexivo donde se da vueltas alrededor de un sentir u otras abstracciones, sino que tenga un hilo conductor implícito. Eso se puede ver en los seis libros de poemas que publiqué: están conectados entre sí, hay historias en el trasfondo. Mi escritura es, básicamente, mental: no ando por ahí con papel y lápiz a la espera de la supuesta inspiración, sino que voy descifrando las ideas en mi cabeza durante bastante tiempo y luego viene la parte de redacción. Para esta novela el proceso fue el mismo: armé la historia durante un par de meses en mi cabeza y luego me dediqué a buscar la estructura que más me favoreciera. En la poesía me siento completamente libre: puedo hacer lo que se me cante y destruir el montaje hasta que el poema tenga la forma que me haga sentir más satisfecho (cuando hablo de forma hablo de ritmo, de armado, de cadencia, de fuerza física del montaje). En la narrativa esa libertad está condicionada por mis lecturas, me doy cuenta de que uso ciertos recursos de escritores que me gustan. Me doy cuenta cuando estoy afanando. Ambos géneros exigen corrección, tiempo y concentración. Pero en mi caso, el armado de la novela me generó otras complicaciones (hablando del libro, no solamente del periodo de escritura). Fue un momento de aprendizaje, de investigación, de experimentación. Muchas veces las estructuras novelísticas son algo rígidas y pecan de convencionales: yo intenté quebrar el texto y hacerlo lo más suelto posible. La verdad, estoy muy contento con el resultado final.
¿Cómo surgió la idea de escribir la novela, cuál fue el proceso de escritura, cuánto tiempo te llevó?
Además de escribir poesía también escribo relatos, de vez en cuando. Pero quería escribir una novela, en donde lo oriental se fusionara con lo occidental: la historia es un recorrido por dos vidas comunes y corrientes, vistas a través del lente del animé, donde lo fantástico traduce lo real. Estuve armando el argumento base de la novela durante unos cuatro meses. Tenía el título, los personajes principales y también sabía con qué temática estaría relacionada. Pero mi proceso es básicamente mental: nada de eso estaba escrito. Le di forma a la historia sólo mentalmente. Luego vino la hora de redactar: soy muy bueno procrastinando, así que la fecha límite del concurso bienal de novela del CFI vino bien. Mi idea no es escribir para participar – mucho menos ganar – ni publicar (sería ridículo tener eso como únicos fines), pero utilicé ese timeline como una herramienta para poder concretar la escritura. Programé una alarma a las cuatro de la mañana y escribí la novela así, de noche, escuchando música. Me llevó cuatro días. Durante esas madrugadas escribí la novela y el animé en que se basa la novela, y también descubrí el final, que no lo tenía claro. Luego la corregí y la compartí con quien era mi novia en ese entonces, ya que siempre elijo una o dos personas para que lean lo que hago. No me llevó mucho tiempo de escritura porque tenía todo en la cabeza: sólo debía elegir la estructura adecuada. Tomé de ejemplo el formato aislado, en capítulos breves. Es básicamente la historia de un padre que ingresa al mundo del animé a través de su hija desconocida. Y ese universo termina absorbiendo la realidad hasta que ambos mundos convergen. Quería escribir una historia que relacionara el mundo del animé y la brecha generacional; me interesaba hablar sobre cómo los roles parentales se deforman y cambian, y sobre cómo nos relacionamos con esa mutación.
El animé no sólo le da el nombre a la novela, sino que es fundamental para entender a algunos personajes. ¿Cuál es tu relación con el animé (y el manga) con lo que escribís?
No me considero un otaku experto, pero la cultura de animación japonesa estuvo siempre presente en mi vida, y se va colando entre las cosas que escribo. Sabía que la novela tendría un leitmotiv relacionado con el mundo del manga porque ese era el germen de la historia. En varios de mis poemas también aparecen elementos de ese universo. Es algo que se relaciona no solamente con la infancia sino con un espacio libre para poder ficcionar. La novela se basa en un animé de culto que se llama Hikaru (que le da nombre a la novela) y lo que ocurre en el animé termina condicionando lo que ocurre en la realidad. No quería escribir un “cuento dentro de un cuento”, así que deformé la estructura hasta que es difícil saber qué es realidad y qué es ficción. Ambas historias son una, de alguna manera. El libro es una especie de rompecabezas capitulado. En algunas partes de la novela narro los guiones del animé, lo cual fue una oportunidad de ingresar en otros géneros literarios que también me interesan. Y, por supuesto, fue una oportunidad para retrotraerme a los mangas y los ovas que me gustan, de donde saqué mucha inspiración.
Te gusta entrevistar escritores y poetas ¿Por qué? ¿En qué te nutren esas charlas?
Me gusta investigar sobre los diferentes procesos creativos que tiene cada uno. El libro impreso final es solamente una parte de la obra, debajo de las páginas publicadas subyace más información que la que se publica. Por eso me gusta “chusmear” sobre las formas en que cada uno llega al texto. Me sirve mucho porque aprendo sobre las herramientas de escritura que cada uno esgrime, sobre títulos que pueden ser de interés para mí y para los demás. También disfruto mucho de escribir reseñas de los libros que me generaron nuevas preguntas, reseñar es otra configuración de la lectura.
La primera entrevista que te hice fue el 3 de septiembre de 2015. ¿Qué cambió en vos como lector y escritor en estos tres años?
¡Pareciera que pasó más tiempo! Creo que el cambio más importante es que ahora soy menos ingenuo: puedo leer con mayor filo lo que se cruza en mi camino, y la forma en que elegimos vivir el “ambiente literario” que nos toca. Considero que eso se evidencia en mi escritura, como sucede comúnmente, pero donde más se visibiliza es en la forma de hacer la escritura. En los modos en que elegí difundir lo que hago. En los modos en que se sostiene la propia voz: creo que el tiempo mismo demostró la calidad de lo que hago, en ausencia de privilegios académicos o de no pertenecer a una literatura generacional definida, de residir en el interior del interior y, sin embargo, eso no impidió que llegara a instancias donde otros coterráneos no pudieron. La Bienal de Arte Joven, el Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires… son cosas que no quedan sólo como anécdotas porque no soy un escritor que va “en representación de”, sino que logré estas cosas por esfuerzo propio, por lecturas acertadas que otra gente hace y te comparte. Ahora me siento un lector más hábil, pero no por el tamaño de mi biblioteca sino porque elijo leer aquello que realmente merece un cuestionamiento. Y supongo que con esta novela que publica Nudista se verá cuál es el cambio como escritor. No se es escritor por amistad, por apellido o por gueto, sino por decisión consciente. Es una responsabilidad que vengo disfrutando mucho más que antes. Reitero: creo que el tiempo mismo demostró la densidad de lo que se hace.
¿Qué libros te hicieron mejor escritor?
Los que decidí no publicar. Más allá de la ironía, lo que me ha permitido mejorar como poeta es la habilidad de tachar a tiempo los textos que no sumaban mucho a mi plano ideal. Y como lector, los libros que más me ayudaron a mejorar y ampliar el panorama son aquellos que recibí como hallazgos espontáneos, los que no aparecen en las encuestas, los que son publicados por editoriales independientes que no reciben la atención que se merecen. En este último tiempo rescaté muchas cosas de la poesía de Robin Myers y la narrativa de Francisco Bitar. Y por otro lado, de las últimas experiencias que me nutrieron muchísimo, está la investigación que estoy haciendo sobre una obra del escritor austriaco Jürgen Berlakovich, que trata sobre poesía sonora, partículas textuales y música electrónica. Es más largo y complejo, pero después de Hikaru viene eso.
¿Qué evaluación hacés del campo literario actual?
La verdad es que este año mi lectura estuvo apuntada a lectores extranjeros más que al terreno nacional. Pero mi impresión sigue siendo positiva: en medio del caos comercial y los aumentos, la lucha de las editoriales independientes continúan entregando buenos productos. Encontré sellos más pequeños y nuevos que hacen cosas muy interesantes en la edición y el diseño. Pero por sobre todo, me encontré con nuevos novelistas y narradoras jóvenes que hacen cosas impresionantes: Tamara Tenembaum, Inés Kreplak, Eric Barenboim, Denis Fernández. Por el lado de Salta, creo que bajamos un par de decibeles: cuesta mucho encontrar nombres de gente que esté narrando o haciendo poesía por fuera de los grupos ya conocidos. Grupos que se clasifican según condiciones etarias, institucionales o estilísticas, pero que finalmente terminan haciendo lo suyo separados del resto. Creo que eso colabora al silenciamiento de otras voces, que no desean estar circunscriptas a ningún colectivo ni PAMI de poetas. Es algo común en pequeñas sociedades feudales como Salta y Tartagal. En estos términos es más que positivo que editoriales con mayor alcance, como Nudista, se fijen en qué se está escribiendo por estos lares. Y claro que estamos en un tiempo de mayores movilizaciones y manifestaciones sociales donde la poesía siempre tiene un lugar, lo que representa un avance grandísimo y un compromiso latente. Hay editoriales pequeñas y medianas que siguen haciendo lo suyo (Cuaderno de elefantes hizo su parte, durante un tiempo) y son el órgano más fortalecido (aunque con menor prensa). Creo que durante un tiempo tendremos como referentes de la poesía a los mismos nombres, con sus mismos títulos, siempre en coito con instituciones educativas que respaldan ese contenido. Pero también está la literatura lado B de la provincia, que es mucho más disidente y desafía más los estándares. Debemos tener cuidado de no caer en lo sectario: supuestamente somos quienes hacemos las cosas de modo diferente, supuestamente somos quienes ejercitamos la palabra con mayor visceralidad. Sería una pena que muchos y muchas poetas y narradores caigan en el desparpajo de la división, la no lectura y el hambre.
Cinco libros que recomiendes leer
- TENER, de Robin Myers (Audisea, 2017)
- UN BILLETE DE MIL AUSTRALES ENCONTRADO EN UN LIBRO DE CARL SAGAN, de Fernanda Mugica (EMR, 2017)
- SUÁREZ EN KOSOVO, de Eric Barenboim (Entropía, 2018)
- EL ÁGUILA HA LLEGADO, de Bob Chow (Nudista, 2016)
- LUZ DE CAL VIVA, de Wang Yin (Catálogos, 2018)