Los días finales de Sarmiento
Deliberadamente lejos de su patria, el prócer murió en Asunción del Paraguay, el 11 de septiembre de 1888. El duelo concentró más de 100.000 personas en Buenos Aires.
DESPUÉS DE EXPIRAR. Borrosa y poco conocida foto donde Sarmiento yace muerto en su catre de hierro.
Falta poco más de una semana para que los argentinos celebren nuevamente el Día del Maestro y recuerden a Domingo Faustino Sarmiento, quien fue su más alta representación en nuestra historia. Sarmiento murió en Asunción del Paraguay el 11 de septiembre de 1888. Las líneas que siguen intentan rescatar sus últimos días, que transcurrieron deliberadamente lejos de la patria.
No había aflojado su espíritu de luchador. Pero, a los 77 años cumplidos, no tenía más remedio que someterse a los daños físicos de una vida tan trajinada. Además de cargar con la sordera, le fallaban el corazón y los bronquios. Hasta se había visto obligado a dejar el cigarro, “ese amigo que tantas penas entretiene y que nos compensa de la soledad y hace amable el silencio”, como escribió alguna vez.
EL ANCIANO. Uno de los últimos retratos de Domingo Faustino Sarmiento, ya aquejado por dolencias en los bronquios y en el corazón.
En Asunción
El año anterior a su muerte realizó un primer viaje al Paraguay. Curiosamente, pensaba aliviar su salud en ese clima tan húmedo y caluroso. Llegó en julio de 1887 y se quedó hasta octubre. Lo recibieron con enorme entusiasmo todos los habitantes de Asunción. Se sintió tan agasajado que al año siguiente, en mayo de 1888, resolvió hacer una segunda visita. Se alojó en el hotel “Cancha Sociedad” y pronto anudó una fuerte amistad con el ministro argentino en Paraguay, doctor Martín García Mérou. Tanto entusiasmó a la gente su llegada, que por suscripción pública le obsequiaron 3.000 pesos fuertes para comprar un terreno lindero con el hotel. Allí el sanjuanino quería levantar su casa “isotérmica”: una prefabricada que había comprado en Estados Unidos, y que se construía con módulos.
LA CASA “ISOTÉRMICA”. Prefabricada norteamericana que Sarmiento empezó a levantar en Asunción y que nunca llegaría a habitar.
El gran viejo estaba encantado. De día disfrutaba como un chico plantando árboles y ocupado en la excavación de un pozo, todo con enorme entusiasmo. Según Paul Groussac, no había querido que los argentinos lo vieran enfermo. Al sentir doblegada su salud desde dos o tres años atrás, “experimentaba una vergüenza heroica por la decrepitud ineluctable”. Y así, “al modo del gladiador vencido, se velaba el rostro y procuraba ocultarse al público para expirar”.
AURELIA VÉLEZ SARSFIELD. Sarmiento pidió al amor de su vida que se encontraran en Asunción.
Que venga Aurelia
Los días de Paraguay lo llenan de vitalidad. En su magnífico texto “El adiós de Sarmiento”, Antonio Pagés Larraya toca el costado amoroso de esos días finales del prócer. Sarmiento escribe a Aurelia Vélez Sarfield, el amor de su vida. “Venga, juntemos nuestros desencantos para ver pasar la vida. Venga a la fiesta, preparo un gran espectáculo, ríos espléndidos y lagos de plata bruñida, bosques como los de Fontainebleau que usted conoce”. En su carta se llama a sí mismo el Príncipe “Charmant” (encantador, en francés).
Aurelia llega en el vapor “Olimpo”. Sarmiento la recibe deslumbrado. Ha escrito a Adolfo Saldías que quiere inaugurar la casa con todo. “Vendrá Aurelia, habrá fuegos artificiales, luces de bengala, lamparitas con cáscaras de naranja”. No ha podido reunir todavía los titiriteros, “fantoches para hacer memorable aquella noche de orgía por el gasto y el brillo de las luces”.
El agua, un renacer
Pagés Larraya (quien tuvo acceso a documentos familiares paraguayos sobre el tema) informa que Aurelia vino acompañada por un tal Constatt, personaje muy allegado a Sarmiento, de quien era algo así como “un tutor u organizador de las cosas prácticas de su existencia”.
No sabemos las fechas exactas, pero sí que Aurelia estuvo por lo menos hasta el 3 de septiembre, cuando ya se habían cavado 20 metros del pozo. El día 4 llegaron a los 30 metros y de pronto brota el agua, de cuya aparición tanto el sanjuanino como los operarios ya desesperaban. “Sarmiento le da a ese pozo un significado simbólico: es un renacer, es la vida. Empieza a cantar, a dar hurras, a saltar, pide un mástil con las dos banderas -paraguaya y argentina- hace tocar el clarín y luego reparte cerveza paraguaya y sidra sanjuanina”, escribe Pagés Larraya.
Pero el festín ha comprometido definitivamente su débil salud. En “Confidencias literarias” (1893), García Mérou testimonia que ni bien supo el estado de Sarmiento partió a verlo, ese 10 de septiembre. “Era una noche tropical, tranquila, húmeda, rodeada de rumores extraños, en que se confundían el lamento de la brisa entre los árboles, el canto lejano de alguna ave solitaria, el ruido sordo del río que precipitaba sus ondas a la distancia”.
El ministro y sus acompañantes arribaron al hotel como a las dos de la madrugada del día 11 y entraron presurosos a su habitación. En ese momento, Sarmiento acababa de morir.
Cuenta García Mérou que “su cadáver reposa sobre un catrecito de hierro, encima de varios almohadones. Tiene el rostro dado vuelta hacia la pared y una de las manos extendida sobre su cuerpo. Sosteniendo esa mano helada, de rodillas junto al lecho, con la palidez del dolor en las mejillas y el pecho convulsionado por los sollozos profundos, su nieta María Luisa”.
Dos fotografías
SENTADO. El cadáver fue vestido y colocado en el sillón para tomar esta imagen, donde Sarmiento parece dormitar.
Al pie de la cama está la hija Faustina. “Desfallece entre los brazos de dos nobles señoras que tratan en vano de encontrar palabras de consuelo para tan inmenso desconsuelo. Julio Belín, de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho, deja correr lágrimas en silencio”.
García Mérou se aproxima, “con el corazón conmovido” al cadáver del ex presidente. “Su expresión es serena y majestuosa. Parece dormido después de tantas luchas y fatigas. La almohada en que reposa un lado de su cara está manchada con algunas gotas de sangre expulsadas en el estertor de su agonía”, escribe el ministro.
Un fotógrafo de Asunción, Manuel San Martín, obtuvo dos imágenes de Sarmiento muerto. Una, la menos conocida, lo muestra en la cama y creemos haberla publicado por primera vez en libro en “Los rostros de Sarmiento” (2011).
Para la otra toma, se vistió el cadáver y se lo colocó en el alto sillón con resortes que el prócer utilizaba para leer, con una manta que lo tapaba desde la cintura. Es la foto más difundida del cadáver. Allí, Sarmiento parece dormitar. A su izquierda, se divisa una silla y una bacinilla de porcelana; a la derecha, una mesa atestada de papeles. Ese sillón, especial para enfermos, era un obsequio que dos años atrás le hizo su amigo Ambrosio Olmos, gobernador de Córdoba.
DESPUÉS DE EXPIRAR. Borrosa y poco conocida foto donde Sarmiento yace muerto en su catre de hierro.
Una multitud
La noticia de la muerte de Sarmiento tardó dos días en conocerse en Buenos Aires, como que las notas necrológicas aparecieron recién el 14 de septiembre en los diarios. Los restos, previamente embalsamados, fueron conducidos a la capital argentina en el vapor “General San Martín”. Este tocó los puertos de Formosa y Las Palmas, fondeó en Corrientes y llegó el 19 al puerto de Rosario, donde se tributaron grandes honras al féretro. También se las rindieron al pasar el vapor por San Nicolás de los Arroyos.
Recién el 21 de septiembre el barco arribó a Buenos Aires. Lo recibió una impresionante multitud, que encabezaba el presidente Miguel Juárez Celman. El diario “La Prensa” calculó en cien mil personas los concurrentes a las exequias, y en el cementerio de La Recoleta se pronunciaron treinta discursos, empezando por el del vicepresidente Carlos Pellegrini.
Lleno de días y gloria
En el diario “Sud América”, Paul Groussac, que había sido a veces amigo y a veces adversario del gran hombre, escribió su elogio fúnebre. “Sucumbe al fin, lleno de días y de gloria. Hace ya tiempo -y casi diríamos a pesar suyo- que no contaba enemigos, ni aun adversarios. Los mismos que fueron blanco de sus ataques últimos se cruzaban de brazos, silenciosos… Gobernantes, estadistas, literatos, veteranos del Parlamento y de la prensa, todos saludaban reverentes esa lozana ancianidad, olvidando los extravíos humanos para no acordarse más que del buen combate librado por el talento y el patriotismo”.
EL ANCIANO. Uno de los últimos retratos de Domingo Faustino Sarmiento, ya aquejado por dolencias en los bronquios y en el corazón.