Un River-Boca al horario del desayuno y con raíces japonesas
Las repercusiones de la primera semifinal en Fukuoka, Japón.
MARCÓ DIFERENCIAS. Santos Borré, autor del primer gol al ejecutar el penal sancionado a instancias del VAR, lucha por el balón con Marcelo Weingandt.
Fukuoka tarda en desperezarse. Antes de las 10, la mayoría de las persianas están cerradas, no se ve tanta gente en las calles y la actividad se reduce a unos cuantos negocios y a los omnipresentes konbini, los minisuper abiertos los 24 horas. Así, hubo que caminar varias cuadras por el barrio de Nakasu para encontrar un café abierto y con una señal de wifi menos intermitente que la del hotel a fin de enganchar el superclásico a través de algún link pirata, ya que el oficial de Conmebol resultó no estar disponible.
Ver un Superclásico de Libertadores en vivo a las 9.30 (las 21.30 en Argentina) descoloca un poco al principio, sobre todo porque a esa hora el acompañamiento con cerveza y papas fritas (asado ni hablemos) no es una opción. La alternativa en ese momento era un café y un curioso pan en forma de espiral, dulce en el sabor y salado en el precio: 280 yenes ($140) por una pieza no mucho más grande que una medialuna ni más sabrosa que una buena tortilla delgada.
Una clara jugada de gol que no fue me llevó por instinto a agarrarme la cabeza y gritar un “¡¡Nooooo, la p… madre!!” que no pude reprimir antes de recordar que no estaba en Argentina sino en un tranquilo café de Japón, un país que aprecia el silencio por entenderlo como una muestra de respeto hacia el espacio del otro. Como era de esperarse, todos se dieron vuelta a mirar al loco de auriculares puestos que había interrumpido súbitamente la calma habitual gritando palabras para ellos incomprensibles. Consciente de que había infringido la regla del respeto y hasta generado algo de temor, levanté la notebook en alto, les mostré la pantalla y dije “fútbol” para probarles que no estaba planeando atacar a nadie. Inmediatamente, se echaron a reír.
En Japón, el fútbol está lejos de alcanzar el nivel de popularidad y pasión que genera el béisbol. El rugby tampoco, ni siquiera con una Copa del Mundo disputándose en el país y tras el heroico triunfo de los Brave Blossoms sobre Irlanda. Los periódicos deportivos le dedican muy poco espacio.
De todos modos, River y Boca no son desconocidos en estas tierras. En la previa del Mundial de Clubes 2015, un banderazo “millonario” de más de siete mil hinchas vistió de rojo y blanco el puente del canal que atraviesa Dotonbori, el fabuloso distrito céntrico de Osaka iluminado por miles de luces de neón. Unos meses antes, el equipo dirigido por Marcelo Gallardo había ganado en esa misma ciudad la Copa Suruga Bank frente al Gamba Osaka.
Los “Xeneizes” se ganaron una legión de fans japoneses desde aquellas finales de Copa Intercontinental que disputó bajo el mando de Carlos Bianchi. En especial la de 2000, en la que venció al todopoderoso Real Madrid con la magia de Juan Román Riquelme y los goles de Martín Palermo. Esa fue la noche en que Isamu Kato se enamoró para siempre de Boca.
“La pasión de su gente no la había visto nunca”, asegura el oriundo de Saitama, cuyo enfermizo amor por el club de La Ribera lo llevó el año pasado a hacer un viaje relámpago a Buenos Aires para ver el partido de ida de la final de la Copa en La Bombonera. El duelo se postergó por tormenta e Isamu se tuvo que volver sin poder verlo. “No importa cuánta plata pague, es el país más cerca de mi casa”, sostiene Isamu, hoy el japonés más argentino del mundo.
Así, asiste a los partidos de Los Pumas con la camiseta albiceleste y alienta como uno más. Por supuesto, no pensaba perderse el superclásico. Lo vio junto a un grupo de hinchas argentinos en la filian Boca Japan, que funciona desde 2003 en el barrio de Setagaya y cuenta con 50 miembros, entre residentes nativos y descendientes. Además, existe una escuela de fútbol con 300 alumnos.
Boca también le debe unos cuantos hinchas japoneses a Naohiro Takahara, que en su corto paso por el club en 2001 no llegó a destacarse, pero sí a ganarse el cariño de los hinchas. Y Boca se ganó el suyo, al punto de que en 2016, Naohiro fundó su propio club, el Okinawa SV, del que actualmente es presidente y jugador. La camiseta tiene los mismos colores y un diseño muy parecido a la del Boca de 2001. Isamu, por supuesto, ya tiene la suya.