Lorrie Moore y los lectores de la crítica
La escritora estrella del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires, concluido el domingo pasado, se mete en el antiguo debate entre la crítica escrita por autores de ficción y la producción crítica elaborada por especialistas académicos. En A ver qué se puede hacer (Eterna cadencia, 2019), la autora estadounidense dice que muy pocos artistas escriben reseñas sobre la obra de sus compañeros. “Aunque haya habido algunas excepciones… en líneas generales el medio y el lenguaje no les pertenece a los artistas… La crítica puede ser un campo exclusivo, pero ese aspecto puede ser mortificante para el artista, especialmente cuando se siente incomprendido y recuerda que los críticos nunca han intentado y mucho menos realizado el trabajo creativo que los críticos se sienten envalentonados a evaluar. En palabras del jazzista Ben Sidran: ‘¡Los críticos! Ni siquiera saben flotar. Se quedan parados en la orilla. Saludan al barco’”.
PUNTO DE QUIEBRE. Moore cree que arte y crítica deben convivir. Pero no olvida remarcar que un crítico opina sobre un asunto que no practica.
Por Fabián Soberón
PARA LA GACETA - TUCUMÁN
Entre otros, Nabokov y Ricardo Piglia reflexionaron sobre el tema. Creo que fue Piglia el que retoma una imagen de Nabokov que asocia a los académicos con aquellos que cuidan a los animales reclusos de un zoológico sin ser elefantes ni monos. Aquí se presenta la cuestión de la pertinencia. ¿Puede alguien juzgar con ojo experto si no proviene del barro o del barrio? O, al revés: ¿entiende mejor aquel que está fuera del juego?
Lorrie Moore apunta contra los críticos. Entiende que hablan de un asunto que no practican. Es cierto: un académico opina sobre una actividad que no realiza y, en este sentido, una parte del saber proviene no de la praxis sino de la mirada externa sobre la praxis. ¿La praxis por sí misma entrega un tipo de saber? Por otra parte, ¿los escritores de ficción están en condiciones de mirar en profundidad un objeto por el solo hecho de escribir ficción? En este caso, se podría objetar que la escritura de una novela implica el desarrollo de un saber que surge de una actividad específica y particular. Este quehacer individual no implica un saber universal que abarque la escritura de otras novelas y, menos aún, de un texto crítico sobre los libros de los colegas.
Es decir, tanto la crítica académica como la crítica practicada por artistas poseen debilidades. No es el caso que podamos sostener que la crítica de escritores de ficción toca la nuez del arte ni que la crítica quirúrgica de los académicos disecciona mejor el plato que se sirve a la mesa.
No creo que sea necesario eclipsar el trabajo de un bando con el del otro. Supongo que pueden convivir dos modos o métodos diferentes. Tal vez, habría que pensar que lo que dicen los críticos académicos –solo para poner un nombre a esta tarea— dialoga con aquello que opinan –quizás con menos alambique—los artistas. En todo caso, es importante escuchar las voces de los escritores y las de los especialistas que dedican años a reflexionar sobre un área del arte. Podríamos preguntarnos quiénes leen o quiénes se benefician o se interesan por estas escrituras. En el tiempo de Twitter, de Facebook, de la democracia simplificada de las redes, ¿a quién está destinada la crítica? ¿Qué función cumplen hoy este tipo de textos?
Una posible respuesta nos indica la existencia de un círculo endogámico: por momentos, pareciera que los lectores principales de los textos críticos son los propios críticos. Ahora bien, no estaríamos del todo equivocados si percibimos que eso ocurre con una buena parte de la producción artística contemporánea. El dilema recordado por Lorrie Moore conlleva una cuestión que excede el número y la pertinencia. Sospecho que nos enfrenta a la árida cuestión de la circulación, la recepción y la apropiación de los textos. Y este asunto está aún en un terreno de incierta definición o participa de una prolongada transición con rumbo desconocido.
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Fabián Soberón - Escritor, crítico y docente.