Reseña: Muertes Fabulosas, de Juan Andrés Despouy

"Si bien los textos son muy diferentes, no abandonan el tono de constante búsqueda de sorpresa y, sobre todo, de sorpresa final", dice el reseñador, sobre este libro de cuentos.

10 Dic 2019
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(*) Por Mario Flores

En poco menos de 80 páginas, hay dieciocho cuentos que oscilan entre lo fantástico y lo real. Juan Andrés Despouy nació en la provincia de San Luis, y este libro de relatos y mini relatos (la página de legales dice: 1. poesía. 2. narrativa. i. título) fue publicado por la editorial sanjuanina ElAndamio. Es preciso mencionar la cantidad de páginas, ya que eso ayuda a dar con la forma del producto final: el formato del libro, tamaño y compaginación, cuadran perfecto con el tipo de historias que se desenvuelven dentro.

“El lenguaje me clavó su linealidad en la sangre”. La primera parte del libro está dedicada (como el título lo indica) a breves tratados (cuentos cortos, poemas narrativos, ¿para qué buscar etiquetas?) sobre las sucintas extinciones de cosas y personajes. “Muerte fabulosa de la luna”, “El descubrimiento” y “Muerte fabulosa de las tijeras” son, para mí, de las mejores piezas del libro: la familiaridad para con el objeto de extrañeza y el absurdo no son empalagosos como en Cronopios y Famas, sino que aquí tienen conciencia perfecta de que la vida se acaba. También, están los de corte simbólico con referencias sociales: “Muerte fabulosa del Che”, “Muerte fabulosa de Jorge Luis Borges”. Ya en esta primera parte, hay algunas líneas entre los relatos que dejan ver las pequeñas obsesiones del autor, y que también se reiterarán a lo largo del libro como un leitmotiv. La obsesión por los finales narrativos, es decir: el constante cuestionamiento escriturario sobre cómo terminar un texto. Y es que, por definición ontológica, la muerte es lo último: no es casual que los textos vayan en esa dirección, si bien se trata de una generalidad. Presentan una dimensión más alocada pero también más natural de un mundo “normal” en donde estamos desapareciendo a través de esas otras muertes absurdas.

“Cuando despierto tengo la sensación de no haber soñado nada”. En la segunda parte del libro, los cuentos son más “ortodoxos” (ya no están diagramados con una idea diferente de diseño) y mucho más extensos. Los que se destacan en esta parte son “Un final para el cuento de la hija del comisario” y “El secreto”. El primero, retoma la temática sobre los problemas de escritura (además de este, hay otros relatos de Despouy en los cuales los protagonistas escriben y comparten estas fijaciones): una chica no ha podido terminar un cuento para un concurso, y su padre lo termina por ella después de leerlo a escondidas en su habitación. Lo que ocurre en esa lectura (la del padre leyendo cuento dentro del cuento) es lo que permite la concreción del cuento de adentro y el cuento de afuera. Más que otra versión de narración enmarcada, pienso que es como un escritura cíclica en la cual no hay arco mayor ni arco menor: ambas dimensiones de la realidad son una. En el segundo, el cuento más largo del mundo, comparte este constante uso de la analepsis y la prolepsis: volvemos a narrar el hoy, para luego ir hacia el pasado. Cuando volvemos, el presente no es el mismo presente desde el cual comenzamos la historia. Un sobreviviente de malvinas queda ciego por un trastorno postraumático y en los vaivenes de la operación ocular se entrecruzan elementos de índole sobrenatural, viajes astrales, genealogías familiares y los infaltables recuerdos anecdóticos con paisaje de infancia. Lo que salva toda esa mezcla es el montaje con el cual los fragmentos (las diferentes voces y tiempos narrativos) han sido ordenados: visualmente, el cuento es una gran película circular que cierra perfectamente. Los otros cuentos son parecidos: comparten elementos que provienen de crisis oníricas (“le recordó un sueño que había tenido la noche anterior”), o de ironía simbólica, como en “Historia de los amores prohibidos” (donde aparecen el cielo, el paraíso, las serpientes que hablan, las dinastías bíblicas enmarcadas en una actualidad sospechosa, la justicia y los pecados) o “La modernidad contada a los niños” (el último del libro: un texto con tono de apreciación mucho más soft -dirigido a lectores pequeños- sobre la razón, la intertextualidad de referencias a filósofos y pensadores de la historia. Un ejercicio). Si bien entre ambas partes del libro, los textos son muy diferentes, no abandonan el tono de constante búsqueda de sorpresa y, sobre todo, de sorpresa final.

(*) (Tartagal, Salta, 1990). Escritor y DJ. Autor de Hikaru (Editorial Nudista, 2018) y Necrópolis (Fondo Editorial de Salta, 2019).

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