Entrevista a Carlos Páez de la Torre: "El libro, finalmente, es lo único que queda”

Un recorrido por la historia tucumana con el de los guías. ¿Por qué Tucumán perdió el destino dorado que tuvo en el pasado? ¿Cómo es posible que el pacífico Nicolás Avellaneda haya sido el hijo de un hombre degollado? ¿Por qué inauguramos los golpes de estado en nuestro país?¿Qué recriminaba Belgrano a los tucumanos? ¿Cómo una nota de LA GACETA fue la fuente casi exclusiva de todo lo que se dijo sobre Lola Mora? Todo esto responde el mayor historiador de nuestra provincia.

05 Abr 2020
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DETRÁS DEL CONCIERTO NACIONAL. “Somos olvidadizos del pasado en esta parte del mapa”, dijo Carlos Páez de la Torre (h).

Por Daniel Dessein

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

El día en que recibió el premio Sarmiento en el Senado de la Nación, me tocó dar uno de los discursos y acompañarlo en la previa del homenaje, cuando sacó de la galera una de sus célebres anécdotas. Había estado allí mismo el día en que murió Perón; fue la última persona en ver su cadáver. Su suegro era presidente del Senado y ese vínculo le abrió las puertas del Congreso en el momento en que se cerraba para siempre su cajón. Desde que tenía uso de razón, Perón había dominado la escena de la vida pública argentina. Sintió en ese momento que esa muerte marcaba el fin de una era y que abría otra poblada de incertidumbre. Carlos Páez de la Torre (h) muere también cuando se acaba una etapa histórica y empieza otra no menos incierta.

Durante más de medio siglo llevó adelante la titánica tarea de reunir las piezas del rompecabezas histórico de Tucumán. Hace algunos años, poco antes del “Bicentenario” de 2010, conversamos sobre algunos de los momentos y protagonistas que nos ayudan a entender el rumbo de nuestra historia.

Centenario y Bicentenario

- Desde la época de la colonia, Tucumán fue protagonista de la historia argentina. Nuestro presente parece identificarse poco con nuestro pasado. ¿Cuál fue el punto de quiebre, o los distintos momentos de inflexión, en la historia de Tucumán?

- Es la pregunta de un millón de dólares. Muy chica para un tema muy grande, imposible de contestar en dos palabras. Comprendo que intrigue a todos. Siempre me preguntan, por ejemplo, dónde está la herencia de la Generación del Centenario, de Juan B. Terán y su Universidad. O si nos acercamos más al presente, de esa época en la que el meridiano de la arquitectura pasaba por Tucumán, con Sacriste, Vivanco, Caminos. O de esa provincia que tenía un Departamento de Artes con Spilimbergo, Alonso, Gómez Cornet. Se contrasta tal cosa con una ciudad como la que vemos. Su centro parece suburbio de aldea, sin ninguno de los edificios maravillosos que podrían haber dejado esos grandes arquitectos, y con casas que no poseen ninguna obra de los legendarios artistas que vivieron en Tucumán. Un dato ilustrativo es que nuestra Catedral fue decorada por un autor de cartelones de cine de la calle Lavalle de Buenos Aires.

- Terán, Heller, Lillo, López Mañán, Rougés, Padilla, los miembros de la generación del centenario, ¿eran el reflejo de su sociedad o se trataba de un grupo aislado?

- Era un grupo aislado al comienzo, y Terán, en su diario personal, comentaba que lo que hacían no interesaba a nadie. Pero su coherencia, su esfuerzo y su idealismo, nos dejaron finalmente cosas muy grandes y perdurables. Basta pensar en la Universidad, que empezó como una cosa muy modesta y llegó a ser lo que es. O en el Lillo, o en la Estación Experimental, que también fueron obras de esa generación.

- El debate por los dos bicentenarios reinstaló la dualidad interior-Buenos Aires ¿La historiografía argentina es “porteñocéntrica”?

- Sin dudas. El reconocimiento del papel del interior en la formación nacional es algo relativamente nuevo. Además, somos olvidadizos del pasado de esta parte del mapa. Por ejemplo, en mayo (2009) tuvimos el bicentenario de la revolución de Chuquisaca y a mediados de julio el de La Paz. En esos movimientos actuaron resueltamente tres tucumanos: Monteagudo, Medina y Muñecas. Fueron pronunciamientos sofocados por los realistas a sangre y fuego. Y nadie los recordó, ni en Buenos Aires ni aquí, en una época en la que supuestamente predomina una vocación americanista. No sé cómo recordaremos en 2010 el Bicentenario, pero tengo mis dudas. En 1960, cuando el sesquicentenario de Mayo, lo único que quedó son los 12 tomos de la Biblioteca de Mayo que editó el Congreso de la Nación. Una obra formidable que reúne todos los periódicos de la época de la revolución, las memorias, las biografías. Qué bueno sería hacer algo del mismo tipo. A las celebraciones se las lleva el viento. El libro, finalmente, es lo único que queda.

- En los 90, en la Argentina, hubo un auge de la novela histórica y, después de la crisis de 2001, un boom editorial en torno al revisionismo histórico. Los dos fenómenos se apoyaban en la atracción que despertaba la humanización de los héroes y las lecturas que contradecían la historia oficial. Pero, en muchos casos, el éxito de estos libros se generaba a partir de relatos que tenían el condimento de las teorías conspirativas o el de las continuidades históricas que enfocan el pasado a partir de categorías políticas del presente. ¿Cuál es tu opinión sobre estos géneros?

- En el pasado, el lector que se sumergía en un libro como Los tres mosqueteros distinguía claramente lo que era ficción de lo que era historia. En los últimos tiempos, los géneros empezaron a cruzarse y las fronteras a confundirse, muchas veces como consecuencia de un propósito deliberado de los autores. Hasta se puede encontrar hoy trabajos historiográficos que citan como fuentes a novelas históricas. Creo que es un género que, más allá de las grandes virtudes literarias que puede albergar, trastorna el conocimiento histórico cuando se introduce en un terreno que no le corresponde. Lo creo útil para revivir épocas y costumbres. En su libro Mentalidades argentinas, Pérez Amuchástegui reproduce un fragmento de una novela de Mujica Lainez cuando quiere reflejar cómo era un senador de la etapa que él pretende describir; y eso es plenamente válido y, a veces, la mejor manera de plasmar el clima de una época. Pienso que gran parte de la responsabilidad de los contrabandos de la novela histórica, es que los historiadores profesionales se han alejado del público por su lenguaje innecesariamente críptico y, por tanto, inaccesible para el lector común. Una de las excepciones la configura Félix Luna; alguien que combina la amenidad, el lenguaje llano y el rigor en la investigación. En el lado de la novela, podemos pensar en Abel Posse y El inquietante día de la vida, donde toma a Felipe Posse, un personaje real, y al Tucumán del siglo XIX para ornamentarlos con su imaginación y montar sobre ellos una novela magnífica. O en Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez. En ella se mezclan la ficción y la realidad, pero lo que se destaca es el extraordinario tratamiento literario que aplica a esos materiales. En la novela, lo único que realmente importa es que detrás de ella exista un buen escritor, un creador de mundos. La historia tiene otras reglas y el lector debe tenerlas claras cuando se interna en un libro. El autor o el editor debieran ser honestos y establecer si lo que le ofrecen es ficción o no.

Avellaneda y Roca

- En el comienzo de tu biografía sobre Nicolás Avellaneda, describís el regreso del entonces presidente a su Tucumán natal, en 1876, e imaginás a ese hijo de un padre degollado evitando mirar el centro de la plaza Independencia en el que, décadas atrás, estuvo clavada en una pica la cabeza de Marco Avellaneda. ¿Cuánto influyó esa tragedia y el exilio forzado en la vida de ese hombre?

- Creo que mi libro intenta mostrar la grandeza de Nicolás Avellaneda. Un chico cuya primera imagen fue la cabeza de su padre degollado, que debe vivir una dura infancia en el exilio, se transforma en un gran pacifista. Conmuta todas las sentencias de muerte y se obstina en practicar su enorme vocación por el diálogo. Ese hombre merece vivir en el corazón de sus conciudadanos, como dijo Silvano Bores. ¿Cómo le pagaron los porteños? Odiándolo, injuriándolo, denigrándolo, llevándolo al límite. Cuando deja la presidencia y se la entrega a Roca, dice que no quiere hacer un balance de su gestión, como era usual, porque creía que ese juicio correspondía a las generaciones venideras. “Los tiempos han sido tormentosos y me he preguntado, más de una vez, si hice bien en aceptar el gobierno; pero de lo que no me arrepiento es de haberlo ejercido con equidad constante y con benevolencia casi infatigable”, afirma Avellaneda en su discurso. Y esa es la síntesis más justa sobre su vida.

- Es muy interesante ese momento bisagra de la historia argentina, esa transición entre los gobiernos liberales y los conservadores protagonizada por dos tucumanos, con personalidades tan distintas. ¿Cuál es tu opinión sobre Roca?

- Era un hombre realista y de enorme visión. Creo que la mayor parte de las instituciones relevantes del país son obra de Roca. Me parece que hay una mezquindad en la condena histórica que muchos hacen a quien fue uno de los grandes organizadores de la Nación.

Belgrano, Tucumán y Heredia

- A partir de la batalla de Tucumán, Belgrano queda íntimamente ligado a nuestra provincia. Pasa una buena parte del final de su vida aquí pero se queja amargamente de la ingratitud de los tucumanos. ¿Por qué crees que sucedió eso?

- Podríamos preguntarnos por qué un general de las Provincias Unidas, que tenía su sueldo (aunque le llegase tarde), debía ser asistido económicamente por el gobierno y la comunidad tucumana. ¿Gratitud por la victoria del 24 de septiembre? Ser agradecido nunca fue una característica de los pueblos. También ocurre que la gente se cansa de sus héroes. Cuando el Ejército del Norte es llamado por el tambaleante Directorio y empieza a marchar hacia Buenos Aires, Belgrano renuncia a su mando y regresa enfermo a Tucumán, para encerrarse en su casa de La Ciudadela. En cierta medida, ya había concluido su ciclo, como todos los hombres.

- En 1819, Tucumán inaugura los golpes de estado argentinos con el de Bernabé Aráoz. ¿Qué relevancia tuvo ese golpe?

- Tucumán es pionero en muchas áreas. Algunas oscuras como la de los golpes de Estado o la de las intervenciones federales, ya que es la primera provincia intervenida después de la Constitución de 1853. Quizás responda a un espíritu revoltoso, y creo que alguien ha dicho que nuestra provincia siempre reproduce, en pequeño, lo que ocurre en grande en toda la nación. El golpe de 1819 se produce en el momento en que el Congreso se ha disuelto y no hay una autoridad nacional. Surge de ese golpe la República de Tucumán. El nombre despierta risas en algunos, pero no proviene de una intención separatista de su jefe, Bernabé Aráoz. El término suena raro, porque “república” era empleado entonces como sinónimo de “provincia”. De hecho, la Constitución que sancionó la República de Tucumán declara a la provincia “libre e independiente”, pero a continuación la declara también unida a las otras que conforman la Argentina. Creo que armar ese ente fue un recurso adecuado. Era urgente constituir una suerte de bloque regional, que incluía a Santiago del Estero y a Catamarca, frente a la disolución que había envuelto al país.

- En 1838 Robles mata al gobernador Heredia y eso tiene implicancias significativas para Tucumán. Se especuló mucho sobre los móviles del asesinato. ¿Cuál es tu opinión?

- Creo que hay una cuestión personal en las motivaciones del asesinato de Robles, como lo dirá este expresamente años después en una carta conocida. Si a alguien le convenía la muerte de Heredia era a Rosas. Heredia había tenido conversaciones en Santiago del Estero con Quiroga, buscando la organización nacional, cosa que Rosas odiaba. La idea del complot criminal de los liberales me parece que deriva de una afición popular por las teorías conspirativas.

Paul y Lola

- Paul Groussac tuvo gran influencia en tu obra y es el protagonista de uno de tus libros ¿Cómo imaginás que hubiese sido su vida de haberse quedado en Francia?

- El día en que a Groussac le otorgan la Legión de honor, en La Sorbona, estaban Clemenceau, Alfonso Reyes, el rector de la Universidad y todo el cuerpo de profesores. Esa es la máxima retribución que podía tener un intelectual. De haberse quedado en Francia, hubiera brillado, porque tenía una capacidad difícil de encontrar en otros intelectuales de la época. Quienes sostienen que no hubiera sido nadie en París, están impregnados de un resentimiento derivado de las heridas que dejó un hombre que decía lo que pensaba.

- ¿Cómo empezás a investigar la vida de Lola Mora?

- El libro que escribimos con Celia Terán surgió del hecho de que nadie se había ocupado -con la relativa salvedad de Oscar Haedo- de ahondar en la vida de Lola Mora con buena documentación. Quienes escribían sobre ella se basaban casi exclusivamente en la gran nota necrológica de LA GACETA, titulada “Se apagó la luz del jardín de la república”; unas doce páginas escritas por un periodista que estuvo al lado de Lola durante la última semana de su vida. Se generó toda una fábula en torno a esta mujer. Le atribuyeron amores con Marconi y con Roca, por ejemplo. Pero lo cierto es que nunca se pudo encontrar, ni en los comentarios más ponzoñosos de la época, un testimonio que pusiera en duda su respetabilidad. Lo que sí le pasó fue casarse, muy enamorada, con un hombre mucho menor, que la usó para poder vivir en Europa y con opulencia. A las mujeres argentinas las espantaba esta artista que durante gran parte de su vida estuvo soltera y que aparecía siempre rodeada por hombres.

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