A 40 años de su muerte: Sartre ¿el mayor intelectual del siglo XX?
Tuvo legiones de seguidores, pero también de detractores. Le dieron el Nobel, pero lo rechazó. Fue un hombre orquesta: filósofo, novelista, dramaturgo, ensayista, crítico literario, profesor, editor, guionista cinematográfico, periodista. Bernard-Henri Lévy concluye que si hay algo en lo que coinciden tanto los que lo admiran como quienes lo denostan es en que, para bien o para mal, fue el eje del pensamiento del siglo pasado.
Por Antoine Brulois
PARA LA GACETA - PARÍS
La revista Time se hizo célebre, entre otras cosas, por publicar en su tapa, en la última edición de cada año, la foto del hombre o la mujer, a juicio de los editores, más sobresaliente en esos doce meses. En el número del 31 de diciembre de 1999, el comité editorial se encontró frente a un importante desafío: elegir la foto de “la persona del siglo”. La discusión pasó, en primer lugar, por las pautas de selección. Si se pensaba en la persona más virtuosa, en las distintas acepciones del término, surgían nombres como el de la madre Teresa de Calcuta o el de John Lennon. Pero cuando se pensó en el ser humano que, independientemente de toda consideración axiológica, había marcado a fuego la centuria, la mayoría de los editores coincidió en que esa persona era Hitler. Finalmente, pensando en los equívocos que podría generar la publicación de la foto del dictador alemán, ya que podría haber sido asociada con una suerte de homenaje, se optó por la de Albert Einstein.
En el terreno cultural podemos plantear un interrogante análogo: ¿quién fue el mayor intelectual del siglo pasado? En la Argentina, por ejemplo, creo que podría generarse un consenso detrás de la figura de Jorge Luis Borges. Lograr eso en Francia, o en el mundo, resulta bastante más complejo.
En el año 2000, cuando se cumplían veinte años de la muerte de Jean Paul Sartre, las editoriales francesas inundaron el mercado con ensayos y biografías que abordaban, directa o indirectamente, esa cuestión: ¿fue Sartre el mayor intelectual del siglo XX? El adiós a Sartre, de Michel-Antoine Burnier; La causa de Sartre, de Philippe Petit y Tres aventuras extraordinarias de Jean Paul Sartre, de Oliver Wickers fueron algunos de esos títulos. Pero fue El siglo de Sartre, de Bernard-Henri Lévy, el que enfocó con mayor solvencia ese dilema. Lévy concluye que si hay algo en lo que coinciden tanto los detractores como los seguidores de Sartre es en que, para bien o para mal, fue el eje del pensamiento del siglo XX. Este autor propone así un primer criterio para el debate: la influencia del intelectual sobre sus contemporáneos.
La influencia
Sartre se desarrolla con el siglo. Su conciencia despierta con el inicio de la Gran Guerra, que es el primer hito de una nueva era. En 1924 inicia sus estudios universitarios en la Ecole Normal Supérieure, donde conocerá a “la más injustificable, a la más imprescindible” de sus amigas, Simone de Beauvoir, con quien protagonizaría una de las historias de amor más singulares de todos los tiempos. Alcanza la fama con la publicación de La náusea, en 1938, un año antes del comienzo del acontecimiento histórico más impactante del siglo. Se transformará en un intelectual total, en un hombre orquesta. Filósofo, novelista, dramaturgo, ensayista, crítico literario, profesor, editor, guionista cinematográfico, periodista. Comprometido con su tiempo, a las preguntas: “¿acerca de qué se escribe? ¿para quién se escribe? ¿a quién se dirige el que escribe?”, responde: “acerca de lo actual, para hoy, a la inmensa mayoría”. En la Francia usurpada por los nazis representa Las moscas, una parodia de la ocupación; en 1943 publica El ser y la nada, su obra filosófica cumbre; en los años de posguerra funda Les temps moderns, una de las revistas más influyentes de la época; encarna algunos de los debates más acalorados de esos años, como el que protagoniza con Camus; recorre Cuba junto con Fidel y con el “Che”, y es testigo de la revolución china; rechaza el premio Nobel, para no dejarse absorber por el sistema que soborna a sus detractores con premios y cátedras en universidades norteamericanas; se convierte en el gran rival de De Gaulle y en ícono del Mayo francés. Sartre, sin dudas, fue un protagonista y su estela se extendió a lo largo de las décadas neurálgicas del siglo. Nació en 1905. Y, como escribió Abelardo Castillo, murió en 1980, en todas partes.
Los pecados
¿Cómo es posible que el Sartre defensor de la libertad se convirtiera en un promotor del régimen castrista? ¿Cómo pudo el rebelde Sartre calificar de “pueblo inmaduro” a los húngaros que se rebelaron contra la dictadura en 1956? ¿Cómo pudo el transparente Sartre sostener que la denuncia de los crímenes estalinistas por parte de Kruschev fue “el error más enorme”? ¿Cómo pudo el lúcido Sartre extraviarse ingenuamente en las falacias maoístas? ¿Cómo pudo el independiente Sartre dejarse utilizar como instrumento propagandístico de gobiernos totalitarios?
Bernard-Henri Lévy intenta una explicación apoyada en una experiencia vital de Sartre. En los siete meses en que permaneció en un campo de prisioneros, en 1940, habría encontrado una forma de felicidad en la forzosa convivencia que tenía con los otros prisioneros, en la sensación de sentirse parte de la masa. Esa experiencia sería el motor de la transformación del Sartre individualista en el Sartre socialista. Y, como siempre, defendería sus ideas con una pasión extrema, tan extrema en este caso que no vería las contradicciones que cobijaban.
Lo innegable es que Sartre se equivocó y mucho. Pero también es cierto que el siglo XX fue el siglo de los errores, de los extravíos, de las grandes confusiones. Fue el siglo en que se extinguió el romanticismo, en que naufragaron las ideas revolucionarias y las utopías, en que “finalizó la Historia”. Y Sartre fue parte de ese proceso; con sus cambios, sus desaciertos y sus retractaciones.
Hay otro motivo que explica, pero que por supuesto no justifica, los pecados de Sartre. El riesgo de equivocarnos se presenta cuando nos animamos a pensar, a apostar fuertemente por una idea, a perdernos en un camino que no sabemos adónde conduce. Y si hay alguien que pensó intensamente su época fue Sartre.
Pero aquí debemos plantear uno de los interrogantes más habituales a la hora de calificar a un intelectual. ¿Su trascendencia tiene una relación directa con sus opciones vitales? ¿Invalida el pensamiento filosófico de Heidegger, por ejemplo, su apoyo al nazismo? Creemos que no, que es un error recurrente que debe extirparse, que un intelectual debe ser juzgado por su obra.
La obra
¿Fue Sartre un simple plagiario, un divulgador de ideas ajenas? Claro que no. El ser y la nada no es una traducción al francés de Ser y tiempo, como apresuradamente sugirieron muchos críticos, sino un ensayo filosófico que habla del entrelazamiento de la facticidad y el proyecto, idea que surge, casualmente, del desencuentro de su autor con Heidegger. Es cierto que Sartre, como todo intelectual, tenía muchas deudas. Con Heidegger, con Gide, con Bergson, con Céline, con Nietzsche. Pero por ninguna de ellas hipotecó su originalidad.
¿Era Sartre, en realidad, un mal filósofo que escribía novelas y un mal novelista que intentaba filosofar? Filosofía y literatura no se anulan en el caso de Sartre. Por el contrario, se retroalimentan. En su obra logró su más notable fusión desde Dostoievsky. Fue, como repetía Simone de Beauvoir, una mezcla de Stendhal y Spinoza.
¿Fue Sartre un malabarista verbal que utilizaba recursos pirotécnicos, nada originales, con el objeto de llamar la atención? Los caminos de la libertad plasmó algunas de las innovaciones formales fundamentales de la novelística. Sartre llamó la atención como pocos, pero no con fuegos de artificio sino reflejando, como ningún otro, la problemática esencial del hombre moderno frente al absurdo del mundo.
¿El siglo de Sartre?
¿Fue Sartre el mayor intelectual del siglo XX? Los rostros de Kafka, Proust, Faulkner, Heidegger y Camus, para mencionar sólo algunos, nos miran desafiantes mientras pensamos la respuesta.
En mi caso ustedes podrían pensar, como lo hizo Josep Ramoneda en el suplemento literario de El País, de Madrid, que los franceses creemos que París es el ombligo cultural del mundo y que por eso sólo canonizamos a nuestros compatriotas; que Sartre es un personaje decimonónico que se infiltró en un siglo en el que se estrellaron todas las ilusiones del siglo anterior, o que Sartre es el secreto mejor guardado del retraso de la cultura francesa de las últimas décadas. Es un hecho que París fue la capital cultural del mundo en las décadas más representativas del siglo XX. No es casualidad que En busca del tiempo perdido, la gran novela del siglo, fuera escrita en Francia; que muchos de los grandes escritores ingleses y norteamericanos visitaran París como si fueran musulmanes que van a la Meca; que esta ciudad fuera la cuna de un muy alto porcentaje de los artistas más destacados del siglo. Allí surgió Sartre y desde allí se exportaron sus ideas y escritos al mundo entero.
Volviendo a la pregunta inicial, debemos señalar que no se pueden despachar ligeramente afirmaciones categóricas en una cuestión como la que aquí se plantea. Son muchos los ángulos desde donde se puede elaborar una respuesta y desde donde se pueden construir réplicas válidas para esa respuesta. Lo que sí se puede sostener, fundadamente, es que Sartre fue un típico representante de la intelectualidad de su época, un referente filosófico ineludible, uno de los más talentosos novelistas que hayan existido, uno de los mayores intelectuales de su siglo y un candidato con méritos para ocupar el primer lugar. Fue, probablemente, el intelectual más famoso de todos los tiempos.
Contradiciendo la máxima de Céline, citada en la primera página de La náusea, Sartre fue un hombre con importancia colectiva. Y también mucho más que eso. Fue un verdadero individuo.
© LA GACETA
Antoine Brulois - Ensayista, historiador y diplomático. Doctor en Historia por la Universidad de París (Pantheón- Sorbonne).
* Artículo publicado originalmente en este suplemento en 2003.