Retratos de la vida interior

Reseña a Lazos, el primer libro de Rodrigo Guerrero (Gral. Mosconi, 1992)

30 Abr 2020
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Por Mario Flores*

Siempre es buena la noticia de un primer libro. Pero cuando ese primer libro aparece en un contexto de pandemia, aislamiento social, vida nula en exteriores y amplificada en ese inmenso continente que es internet (con todas las malas lenguas elevadas a la décima potencia), esa buena noticia se transforma en algo inaudito. Es una sorpresa que viene a romper con tanta información y desinformación que flota en el aire y que escapa por cada pantalla personal. El primer libro de cuentos de Rodrigo Guerrero, nacido en 1992 en Mosconi y actualmente residente en Campamento Vespucio, es un compendio de 19 relatos breves con el título de Lazos (Tinta Libre, 2020). Son todos cuentos cortos, intimistas y protegidos bajo varias capas de sentimientos (o sentimentalismos) tanto clásicos como modernos. Una mezcla de testimonios de la vida en los pueblos fantasma del norte argentino, que no descuidan la violencia y la muerte, aunque la tentativa central sea el siempre vencedor ideal del amor y el futuro. Para una zona en la que la publicación de libros es algo infrecuente, este primer libro de Guerrero es toda una novedad: lo que tiene para decir es parte de la representación de todo un universo regional, alejado del costumbrismo del folklore, pero de todos modos afincado en un gran despliegue de historias mínimas, cotidianas y sentidas.

Uso y abuso de la primera persona. Sólo cuatro de los 19 textos están escritos en tercera persona. El resto pueden leerse como monólogos interiores que van de un extremo al otro del sentir del personaje: algunos son protagonistas y otros testigos secundarios de los pequeños grandes dramas de provincia del libro, que incluyen noviazgos, suicidios, esperanzas truncas y esperanzas fructíferas. En su mayoría, esas voces son narradores similares, que describen la alegría y el dolor con la misma grandilocuencia (y hasta el mismo estilo de habla). Desde el usuario promedio de Facebook que se entera de un femicidio más, hasta la mujer anónima que sufre la incertidumbre de si llegará esta noche viva a su casa o no, todos los personajes son voces vivas que presienten antes de actuar, explican sus grandes temores y sueños, e incluso se toman varias líneas de párrafo para soltar frases más cercanas a la reflexión existencial que a la ficción. Dos cuentos rompen con esa aparente sencillez. En el primero, “Frutos verdes”, el narrador sufre sin remedio que su mejor amigo se mató y observa, desde ese supuesto lugar de triste testigo, cómo el mundo y la vida continúan adelante. Sin embargo, lo que continúa adelante es todo lo que aparece en primer plano: la ex del muerto, la madre del muerto, la escuela del muerto, las redes sociales del muerto. Todos deciden seguir adelante con su vida. Pero el narrador, el mejor amigo y mejor amante secreto, que poco o nada ha descrito de sí mismo hasta ahora (a diferencia de muchos de los personajes del libro, que no escatiman en descripciones sobre explicativas de la vida interior), decide que el mejor final del cuento es el principio, y termina matándose sin decirlo. Un cierre circular perfecto. En el segundo relato, “Rutinario”, no hacen falta las explicaciones: cada pasaje es tan contundente como en la realidad. Es el cuento más verosímil del libro: el que puede parecer más trivial; y por eso mismo, la crueldad de su cotianeidad se vuelca de lleno al terror. La protagonista -que también narra- no se detiene a filosofar de la vida, directamente la vive: el acoso callejero, la precarización laboral, el acoso laboral, el estudio eterno ‘robajuventud’, la silueta anónima en la calle que, de repente, es una amenaza que te persigue. La mujer que cuenta puede ser tu vecina, la mía, tu hermana, tu pareja, la desconocida que cruzaste hoy o cualquier otra. Mientras la silueta del peligro la persigue en la noche, todo empeora cuando descubre que perdió sus llaves. Corre para llegar a salvo, todo el espacio del cuento se acelera y también respiramos tranquilos cuando logra entrar a su casa. Una vez más, la mejor ficción es la que supera a la realidad o, mejor, la que la representa de pies a cabeza.

Amor, muerte y futuro. En los cuentos de Rodrigo Guerrero, los temas son los universales: personajes jóvenes que encaran el futuro con la presión que les implanta el mundo moderno y las tradiciones de un noroeste feudal, el amor y el desamor (que vienen a ser lo mismo, porque siempre una cara luminosa revela el rostro de la fatalidad), la muerte que viene a desatar los sentimientos humanos más proclives al descontrol (o a la racionalización de la importancia del presente…) y el futuro. Es por ello que pienso que se tratan de relatos de iniciación. Básicamente, los mundos íntimos que habitan el libro se van encadenando entre sí: los personajes secundarios de un cuento son los principales del siguiente, porque sus vidas también son otras voces que cuentan su versión del hoy. Ese presente está plagado de referencias al mundo digital, al fútbol, a la literatura optimista neo romántica sobre las relaciones personales y al paisajismo de Salta: Vespucio, ese pueblo fantasma que carga en sus hombros un pasado alguna vez glorioso y que continúa pariendo un paisaje de incalculable belleza, es el fondo ideal para estas historias. Rodrigo Guerrero escribió alguna vez, en una biografía para una lectura en vivo, que “sus producciones se centran en el género romántico” y definitivamente es así. Pero lo más importante del libro no pasa por lo edulcorado del estilo de las historias sino por su montaje: esa estructura encadenada que vuelve al libro una unidad, donde ninguna historia está aislada de la otra. Es una especie de libro ciudad, como un edificio con sus ventanas abiertas en la noche: en cada una hay una historia que nos lleva a la siguiente sin perder el ritmo.

El amor en tiempos del coronavirus. En un capítulo de Rick & Morty, Morty se pone un casco que le permite vivir una vida ajena en un videojuego de realidad virtual llamado Roy: A Life Well Lived. El personaje del videojuego es un americano promedio que crece, juega de niño, sueña, se enamora, padece la cotidianeidad, sufre el cáncer y la rutina de una vida que lo lleva indefectiblemente al game over (por supuesto, con momentos conmovedores en el proceso). Cada persona que juega el videojuego puede llevar esa vida del personaje por nuevos niveles y situaciones (mientras más cosas fuera de lo común vive el personaje, más puntos). Rodrigo Guerrero (de sobrenombre Roy, irónicamente) logra eso: toma la normalidad de unas vidas “comunes y corrientes” y muestra el lado más íntimo del paso del tiempo; una serie de retratos vivos de esas historias ocultas en el interior de un mundo aparentemente quieto donde, en realidad, todo está en constante movimiento.

*Mario Flores (Tartagal, 1990). Escritor, editor y becario del Fondo Nacional de las Artes. Autor de Cuando llegue el fin de los tiempos (Almadegoma Ediciones, 2017), Hikaru (Editorial Nudista, 2018) y Necrópolis (Primer Premio Concursos Literarios Provinciales - Fondo Editorial de Salta, 2019). IG: @operaelectrica.

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