La mirada del testigo
Ignacio Ezcurra murió en Vietnam, a los 28 años, en 1968. En su libro póstumo, Hasta Vietnam, nos encontramos con una prosa comprometida, limpia de toda adjetivación gratuita, siempre intensa.
Por Augusto Munaro
PARA LA GACETA / Buenos Aires
Cuando estudiaba en la universidad, de esto hace un cuarto de siglo, un profesor nombró al periodista argentino fusilado en Saigón, Ignacio Ezcurra (1939-68). Había sido enviado especial del diario La Nación, y autor de crónicas estupendas de una sensibilidad única. Nadie en la clase lo conocía. Unos años más tarde, Ediciones El Elefante Blanco las rescató, a través de una tirada reducida, y volvió a circular, aunque modestamente. Cada año se lo recuerda como el “único periodista latinoamericano en Vietnam”, y me temo que no mucho más. Si leemos su libro póstumo Hasta Vietnam, la edición de Emecé del 72, es notable, y contiene más que su historia trágica. Ezcurra ante todo representa un estilo. La prosa comprometida de sus crónicas, limpia de toda adjetivación gratuita, siempre resulta intensa. Nada sobra, nada está de más. Conciso, sus textos son realmente atemporales. Reflejan una época, los turbulentos ‘60. Walsh, Lastra, Rozenmacher, Briante; un realismo crudo. Sí, pero en el caso de Ezcurra, es más sutil y dinámico. Casi “lírico”. Murió a los 28 años; desapareció en una esquina del barrio de Cholón, uno de los más peligrosos de la capital vietnamita. “Quería echar una ojeada”, comentó por entonces un periodista norteamericano.
Descendiente en línea directa de Don Juan Manuel de Rosas y don Bartolomé Mitre, quinto hijo de una familia de doce hermanos, nacido y crecido en San Isidro, Ezcurra había ingresado a La Nación en 1962, cuando contaba con apenas 22 años, trabajando en la sección de clasificados. Pronto aprendió todo sobre el oficio, llegó a entrevistar a Malcom X, Joan Báez, y al propio Martin Luther King, éste último, una tarde de 1967, en Washington. Era dueño de un espíritu curioso, profundamente aventurero. Su inquietud lo había llevado desde temprano -y como Ernesto “Che” Guevara-, a Bolivia, Perú, Ecuador, México y Colombia a “dedo”, atravesando medio continente americano hasta llegar a los Estados Unidos, tras ocho meses de continuas e intensas experiencias. Allí ganó, en épocas del Nuevo Periodismo, una beca para estudiar periodismo en la Universidad de Missouri. Luego vendría Siria, Europa; un nómada. Pero su gran aventura, por la que había esperado toda su vida y que sentía como mandato ético, fue la última: el Vietcong, aquel lejano país al mando del líder comunista Ho Chi Minh. Quería contar esa guerra desde el lugar de los hechos.
Misteriosamente la reedición arriba referida de Hasta Vietnam suprimió las fotográficas de la edición princeps, una pena, ya que constituía un valioso registro de la mirada sensible que Ignacio tenía; operaban como un complemento ideal de su testimonio. Dichas imágenes las mandaba vía Associated Press, la veterana agencia de noticias. El libro incluye las mejores notas, aquellas pocas que alcanzó a enviar a La Nación días antes de su muerte, y que fueron tapa del matutino. Las descripciones de aquella brutal contienda son fuertes. Aviones que descargan las bombas napalm; cientos de civiles muertos; disparos incesantes de ametralladoras y el más brutal de los cañoneos que borraban edificaciones enteras, con esa impunidad atroz que tiene toda guerra. Un panorama dantesco que Ezcurra registra a través de su prosa pura, concisa. Son páginas escritas con pasión de corresponsal.
Hoy, a más de medio siglo de su desaparición física, queda ese libro único que se debería leer y releer, siempre que se desee conocer algunas de las mejores páginas periodísticas de su generación. El testimonio de un viaje al corazón de la guerra. Crónicas desde el infierno.
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