Donde la palabra se hace urgente
Prólogo al poemario Ouróboros, de María Eugenia Vieta.
“Diecinueve palabras más cerca.
Veintiuno y te como.
En mí…no encontrarás piedad “
(*) Por Julieta Colina
La poesía es la patria de los que sienten. Es la lengua que destruye todo lo que hay y te entrega, amorosa, los restos para que los uses. Mariú lo entiende con profundidad y, por eso mismo, está construyendo allí una casa. Construir una casa que es probablemente lo mismo que entregarse para ser el refugio de la palabra. Así, la poeta es cuerpo que acoge y cuerpo acogido. Es un estado poético que siente, que habita y que transmite. Un lugar donde la palabra a veces puede ser hogar cálido, aunque otras es el espejo de una condena, donde la lágrima suelta un pesar encarnado. Pero siempre encuentra en la escritura el momento suspendido del resto del tiempo donde se fogonean, se encienden y se avivan los sentimientos íntimos.
La invitación entonces es acompañar en ese recorrido ‘urobórico’ la génesis de una voz que por momentos observa y describe -como desde un observatorio interno- la vida. Recuerda, siente, desea, se enciende, se atreve con delirio y sin maquillaje, no se resiste. El lugar significativo de la vida se vuelve justamente ese en el que habitan las palabras, un territorio para procesar con códigos propios las sensaciones que la experiencia deja en el cuerpo, en donde la escribiente -la viviente- se desanuda, se desentiende de las poses y las máscaras y se da derecho al delirio: Desmaquillada de deberes,/ de impresiones obsoletas/ me enciendo. Y es una libertad que provoca el aullido verborrágico cuando aparece, porque de ella que no se puede volver atrás: No me resisto ni abstengo al arrebato de zaguanes que me encuentran excitada y palpitante insistiendo en un universo fugaz que enreda sudores de rebeldía imperfecta que una vez soñé poder decir y naufragué. Al arrebato sucede también la calma reflexiva del encuentro con lo auténtico. Allí, respira; allí, el alivio de saberse en la tierra de una misma, en donde el alboroto de las palabras o su mansedumbre no tienen que justificarse. Allí Todo parece normal./ Hay sangre./ Hay pulso./ Está viva.
La escritura –ese habitar en las palabras- se vuelve, en tanto, una urgencia, porque es el territorio que da muerte a lo fútil, y reconstruye todo desde una nueva significancia de las cosas, de los sentimientos, de la vida y permite al fin deshabitar la sombría vanidad que cierra todos los cuentos. Allí descansa, allí rompe cadenas, pieles que son costras ajenas, allí nace: Sabe que para descansar/ necesita un abismo.
De esta forma, notamos con asombro cómo las palabras son ubicadas y seleccionadas con una misteriosa decisión. Los adjetivos, van apareciendo como una manera de rondar las cosas, de darles cuerpo, de encontrarles su espesor; están usados en su función más elemental y poderosa: decir –o intentar decir- cómo es este mundo desde una perspectiva ajena a todo. Y es que las palabras procuran no solo entender sino dibujar de nuevo las cosas, aclararlas, iluminarlas. Y cuando los misterios se van develando, la escritura es una ruleta rusa donde la suerte está feliz/inevitable/fatal...mente echada: Y como un uroboros,/ siento el todo bajo la suma de mis partes. Es como cuando morimos aplastados bajo el peso mismo de lo que nos hacen sentir vivos; ¡paradoja indescifrable! En esta gravedad emocional/ suscité la atención/ y perpleja,/ me convertí en pantano. Escribir/leer, es volver vivir desorbitando los caminos. De manera que las palabras parecen ser el referente último de Uroboros, el motivo que justifica incluso el pulso que corre por las venas.
La poesía festeja, junto a las páginas que siguen, una voz que se encuentra por primera vez hecha libro. Una voz que encuentra hogar para sobrevivir, para llenar de tinta el espacio y transformarlo, y embeberlo de un espíritu con geografía de palabras nuevas pero cargadas de vidas, de lecturas, de sentimientos antiguos, maduros. En las páginas que siguen, lectores, encontrarán el eco de una voz que se lee en múltiples ocasiones, cíclicamente, que se agarra de la cola para desconocer sus límites, para decirse siempre distinta pero con las mismas palabras, para multiplicar en esos giros los sentidos de una vida que no se conforma con el uso práctico del lenguaje y de las experiencias, sino que se completa y se arriesga a las miles de fracturas que las palabras dejan en su cuerpo y en sus sentimientos; porque sabe íntimamente que, en realidad, en esas fronteras se encuentra ella misma, derramada, indescifrable y mucho más libre. Y sale de sí/ dejando todo riesgo al azar.
(*) Profesora de Letras. Becaria de la Universidad Nacional de Salta, especialista en Literatura Regional.