Reseña de la película “Castillo y Sol”, de César González
“No vamos a ver un desarrollo de tema de esa forma típica de las historias que se graban y reproducen; es como si González hubiera entendido cuán lleno de sentido está el mundo”, dice la autora de esta nota.
Por May Rivainera(*)
Escribo esta reseña en parte, como una carta abierta, si yo pudiera hablar en nombre de la sociedad y pedir disculpas a César, y pidiéndole perdón a él lo hiciera con todes les que han vivido, viven o van a vivir en situación de encierro.
No se puede pensar en otra cosa en Castillo y Sol. Si bien está la referencia a Klee al principio, no parece solamente otra pieza de arte para la academia. Desearía que un día haya que dejar de contar la historia de cómo es estar en un cerco, con algunas ventanas y una puerta que sólo se usa de entrada.
La gente se pone contenta con que lleguen nuevas gentes, para matar la monotonía tal vez, esa ilusión de no estar solos y que se esfuma pronto al conocernos. Se siente al grupo de gente como un cardumen, andan para aquí y para allá en una cohesión que nunca queda clara pero no sé si el tema que importa es ese. Se llaman compañeros, hablan de revolución y amasan libertad.
César González parece haber reunido a los personajes representantes de diferentes tipologías de subjetividad. Tenemos al tipo asco espiando por la cerradura de una puerta la mujer desnuda, es un Duchamp reducido a la más literal humanidad. A éste no saben si correrlo, torturarlo, matarlo o qué… Es el macho. Las mujeres agarran y le dicen que mate al que lleva en su interior. Después va a dejar de hacer de hombre pero algo de despreciable como resabio le queda… cuando en un momento mira cómo sus compañeros están discutiendo en ese tono que César sabe diseñar, el asco los mira a través de una ventana ahora y ríe. Digamos que aquí se ríe con la gracia que encuentran algunas personas en ver derrumbarse los proyectos de quienes deciden amucharse e ir a por algo.
No sabemos de qué se guardan, lo que sabemos es que hay un sol que ametralla y aviones sobrevolando la terraza… ¿La revolución es con fierro o sin fierro? ¿Vos robas o recuperas lo que te roban desde antes que el bien monetario llegue siquiera a tus manos? Grandes preguntas sobre la distribución de justicia.
Lo que puede pasar en una sociedad sin salida es que consigas un caño y te destapes el cerebro, una forma de libertad del pensamiento… ¿no? Una escena pintoresca.
Otra tipología, un señor de blanco… todo de blanco y un sombrerito de aquellos… Con nada más que indumentaria, representa el director a un tipo que terminamos por reconocer, de la misma manera en que ellos se reconocen entre sí por las ropas y a los otros por las pilchas. Un gran truco, como espectador entendemos la escena sólo a partir del momento en que usamos esa mirada enlatada que nos enseñan quién sabe desde cuándo, en carteles, comerciales, tevé, sobre lo lindos y pulcros que se ven las personas de bien… Este en un momento empieza a gritar que le duele. Que la revolución le duele. Porque uno había dicho antes que era necesario renunciar a la herencia, para la revolución. Y líneas como esta hacen estallar la pantalla, vos estas viendo y te agarras la cabeza y queres ir a buscar a César y decirle que otra vez lo hizo. Toca la cuerda maestra para hacer vibrar el edificio.
Y también están esos planos de todos los que se pueda, amontonados tratando de mirar por una ventanita… Es realmente conmovedor. Una se siente parte de la escoria que se va a dormir tranquila mientras hay gente viviendo así en nombre de la seguridad y a causa de esa forma de vivir en torno al dinero y la riqueza. ¿Habrá otra manera? No sabemos, lo cual no nos hace menos responsables de esos claustros.
Pero como no todo es cháchara foucaultiana, también está esa escena cuando las mujeres se maquillan todas frente a un espejito y una exclama: somos feas… Podría haber dicho cualquier otra cosa y quizá el efecto hubiera sido el mismo, “somos feas" dice, se miran un poco, se ríen, es la felicidad. Él dice que la poesía no se filma pero no sé por qué no sería poético causar esa pérdida de sentido en el lenguaje.
Punto aparte para ese fetiche que la lente tiene por los rostros… Narices, ojos, bocas, todo de cerca de lejos de perfil, llegamos a entender cómo la belleza es infinita y absoluta en cada conjunto de rasgos.
No vamos a ver un desarrollo de tema de esa forma típica de las historias que se graban y reproducen; es como si González hubiera entendido cuán lleno de sentido está el mundo, la realidad, entonces se dedica a tocar ciertos tópicos en una charla extraña… con los espectadores. La conversación es rara porque no recibe respuesta, pero tampoco es un monólogo porque supone una mirada atenta, dispuesta a no recibir la cosa masticada.
Qué decir, esos momentos de humor cuando terminando un plano empieza una música, justo en el momento en que levanta y se esperaría despliegue de ambiente… no. Suficiente, no hay tiempo. Hay que ir a otra cosa, de la misma manera en que nos trata la realidad; amigue, si no lo entendiste, pasá a la otra secuencia que esta ya ha terminado y si no la cazas, nadie te va a avivar.
(*) Poeta, escritora.