Virgen del cerro: el consumo de la religiosidad popular

El fenómeno surge en un contexto de crisis institucional y política, en el que se disgregan las organizaciones que históricamente expresaban los reclamos colectivos, según investigadores sociales.

07 Dic 2015
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Feria en el Delmi, donde María Livia da una conferencia pública. Foto La Gaceta

El fenómeno de la devoción por la Virgen del cerro y su continuo crecimiento fueron productos de diversos estudios, desde distintas disciplinas sociales. No todas las investigaciones llegan a una misma conclusión, pero sí hacen foco en determinados aspectos que caracterizan esta manifestación: el contexto en el que surge, la organización que muestra y la industria cultural que envuelve a este movimiento de “religiosidad popular”.

Esta historia comienza cuando a María Livia Galliano de Obeid afirma que desde 1990 se le presenta la virgen y le da mensajes. Estas apariciones se transformaron en “un fenómeno de religiosidad popular que convoca multitudes en forma permanente”, legitimado por el Convento de Carmelitas Descalzas de la ciudad de Salta, pero rechazado por el resto de la Iglesia Católica, según narró la profesora de Antropología, Clara Rocío Ramos, en su trabajo de investigación que realizó hace algunos años para la UNSa. A esto, la investigadora, citando a otros teóricos, explicó: “Toda fundación de algo nuevo tiene algo de subversivo; por un lado es la constatación de una carencia y por el otro una fuente posible de conflicto con la autoridad eclesial”.

En sitonía con este explicación, otro estudio, llevado a cabo por estudiosos de Buenos Aires para el Instituto de Investigaciones Gino Germani, también enmarca el surgimiento de este fenómeno de religiosidad popular en un contexto de crisis. En un primer momento –describe la investigación-, durante los ’90, la curia consideró los mensajes recibidos por María Livia como legítimos, en tanto podía incorporarlos como “bienes religiosos” propios de la Iglesia (mientras las revelaciones de la mujer se mantenían en la esfera de lo privado).

A partir del 2000, la situación se modifica. Surge un espacio físico como uno social: la construcción de la ermita en el cerro. “La obra entonces abandona el ámbito privado para ser público y se masifica”, observaron los investigadores sociales Noelia Felgueroso, Sabrina Ichazu, Ana Santa Cruz y Juan Pablo Temelini.

Esto sucede en el contexto de la crisis del 2001 que estalla luego de décadas de distribución regresiva del ingreso que sumió a numerosos sectores bajo la línea de pobreza. Además de esta crisis económica, institucional y política, “creemos que un proceso de más largo alcance tuvo incidencia indirecta en la masividad que el fenómeno adquiere: la disgregación y destrucción de la organizaciones colectivas que históricamente expresaban los reclamos sociales”, describieron. Ante la ausencia y desprotección del Estado, ante la crisis de legitimación que sufrieron las organizaciones y la secularización que atravesó la Iglesia, algunos encontraron en la experiencia de la “religión natural” una alternativa válida a la urgencia de sus problemas o al menos como contención de la angustia.

¿Por qué el fenómeno se sostuvo y creció en el tiempo?

Una explicación fue dada por la profesora Ramos, estudiosa en Antropología religiosa, quien consideró a María Livia como un actor carismático, cualidad que la posiciona sobre los demás. Citando al filósofo alemán, Max Weber, dijo: “el carisma pasa por una cualidad extraordinaria de una persona, independientemente de que ésta sea real, pretendida o supuesta; así las personas que acuden a este lugar no solo depositan su fe en esta advocación sino en la persona”.

Según describió: “aquí se ve cómo actúa el carisma, y como es revolucionario a lo tradicional (en este caso al dogma de la Iglesia Católica), ya que no solo es algo nuevo, sino hasta subversivo, fuente de conflicto con la autoridad eclesial”.  

Este gran movimiento de fe eclipsó a una de las instituciones más fuertes de todos los tiempos, la Iglesia, y los fieles resignificaron sus creencias de acuerdo a sus necesidades morales. Así gran cantidad de quienes acuden a este lugar, lo hacen principalmente por cuestiones de salud. Ramos explicó que en la religión católica es común “las categorías” entre santos y vírgenes. La Virgen del cerro se distingue en el imaginario de los creyentes como aquella que “sana” los problemas de salud, a diferencia de otras imágenes.

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Turismo religioso

Por otra parte observó que este fenómeno se encuentra envuelto en una “industria cultural” que supone organización, planificación, reproducción de bienes materiales y consumo. Según consideró, esto es propio del “turismo religioso”, en el que se utilizan otros lexemas como “fieles”, “pelegrinos”, “devotos”, en lugar de “turistas”. Supone también una oferta a una demanda, y el consumo de bienes y servicios.

Recurriendo a otras tesis de la Universidad Nacional de Salta, la investigadora señaló que en los fenómenos de religiosidad popular se da la particularidad que los bienes materiales (estampitas, estatuillas, rosarios, etc), una vez comprados, pasan a tener un significado simbólico. Esto es distintivo de “la industria cultural”, además, en este caso en particular, el peregrinaje incluye “circuitos turísticos”: el centro de la ciudad, hoteles, el Delmi cuando hay conferencias de María Livia, el convento San Bernardo, donde se reproducen y ofrecen aquellos bienes.

Finalmente, Ramos dijo que -sosteniendo el concepto de “turismo religioso”- este culto por la virgen del cerro constituye un rasgo de identidad turística de Salta. “Pero marca la identidad hacia el exterior de la provincia, no hacia adentro, al salteño no lo identifica”, puntualizó.

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