El viaje como autobiografía poética
Recorridos sutiles del mayor exponente de la poesía japonesa
LA PAUTA. En los relatos de Basho hay un juego doble: la felicidad ante la belleza de lo real y el recuerdo permanente de lo que otros han escrito.
CRÓNICA
DIARIOS DE VIAJE
MATSUO BASHÖ
(Fondo de Cultura - Buenos Aires)
En los sinuosos libros incluidos en Diarios de viaje, se unen el relato de la experiencia, la ansiedad ante el futuro y el recuerdo de los tiempos idos. Basho (1644-1694) escribe diarios como un filósofo del tiempo. Ve en las montañas el eco del pasado, la vibración del instante y el deseo de lo que está por venir. Los haikus y los relatos concentran la vida, la esperanza y la melancolía ante la desaparición de las cosas.
Basho viaja para escribir. El viaje no es turismo sino túnel blanco para la escritura. Experiencia, observación y escritura son lo mismo. Basho es un poeta peregrino. Combina el registro en primera persona y el desgarro ante lo experimentado: es el primer cronista moderno, el precursor de Kapuscinski y Villoro. Tramas móviles que unen verso y narración, los relatos de Basho son los diarios de un calavera que escribe en el camino: la poesía registra el futuro inmediato.
El libro traducido por Alberto Silva y Masateru Ito incluye varios diarios. En Viaje a Kashima, Basho cuenta que un poeta de Kioto se desplazó hasta la bahía de Suma sólo para ver la luna. Idéntico propósito tiene Basho. Viaja para ver. La belleza de la montaña lo obliga a escribir. Una noche, se despiertan y descubren que “todo era luz de luna y sonido de lluvia”.
Frente a la bahía, frente al recuerdo de la lectura, despliega los diversos haikus que han escrito otros. El poder creador de la naturaleza lo empuja a descubrir lo que otros ya han visto y escrito.
En los relatos de Basho hay un juego doble: la felicidad ante la belleza de lo real y el recuerdo permanente de lo que otros han escrito. Basho siente el péndulo irrefrenable del pasado leído y de lo real observado. “Sin rumbo fijo empujado por viento”, anota en “Cuaderno en la mochila” que un mismo hilo recorre el proyecto estético de los poetas: todos siguen el poder creador de la naturaleza. La naturaleza no es una entidad abstracta sino una fuerza particular que crea todo lo que hay y lo dota de belleza.
Tristeza heredada
Los diarios funcionan como un río en el que fluyen la tradición de los maestros y el surgimiento de los discípulos. Un hilo infinito encadena las páginas. Pasado, instante, futuro: rostros de la naturaleza cantados por poetas de la historia y la renovación. Basho se regodea en los recuerdos y observa con nostalgia lo que otros ya vieron. Sus poemas tienen una extraña melancolía: una tristeza heredada, como si la tradición pudiera darle y a la vez quitarle eso que tiene entre los ojos.
Sus diarios son cuadernos en una mochila rota. Tanto la prosa como los haikus son deudores de la premura. Basho escribe al amparo de lo inminente, de eso que acaba de ocurrir: sus versos son también brevísimas crónicas, sellos que sintetizan la pasión por la belleza, la observación de la inminencia de lo pasado y la habilidad para registrar la experiencia. El poema es la fulguración del instante, la cristalización de la experiencia.
“Los meses y los días son viajeros de la eternidad”, escribió en el más célebre de sus diarios, “Senda hacia Oku”. Los traductores indican que Oku es el nombre de una región pero también designa el fondo, el lugar recóndito. Basho viaja hacia el interior. Sus viajes son el registro de las montañas, los pasos y los cerezos para escribir los poemas. Los relatos son el viaje al fondo, al interior de la poesía. A la vez, Basho es el poeta del instante exterior y el haiku interior. Entre los cerezos y los versos, entre las montañas y las anotaciones veloces, Basho escribe una autobiografía poética.
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Fabián Soberón
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