Los desaparecidos, según Videla

Libro estremecedor urdido a partir de entrevistas con el dictador

27 Mar 2016
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CONTROVERSA. En esta edición (la primera es de 2012), el autor justifica en el prólogo por qué entrevistó a Videla. télam (Archivo)

Testimonio

Disposición final

CEFERINO REATO

(Sudamericana - Buenos Aires) 

A 40 años del golpe militar de 1976 sale la edición definitiva de este libro. Es difícil de juzgar. De escritura tersa, propia de alguien que ejerce el periodismo, el asunto es durísimo. Cuenta la historia de la represión salvaje de los años de la dictadura a través de varias entrevistas realizadas en la cárcel a Videla, dictador de la Argentina durante aquellos años de plomo. Su primera edición (2012) generó fuertes críticas de algunos periodistas acerca de su autor, por haber conversado con alguien que encarnaba el mal. Esta edición dedica un prólogo a justificar el hecho. Un periodista, dice, tiene la obligación de investigar seriamente e informar para que la gente conozca la verdad de lo sucedido, sea quien sea el entrevistado.

El tema central es la desaparición de personas, llamada “disposición final”: DF en la jerga militar. Esto fue revelado por Videla sin ningún pudor. Y allí reside, a mi criterio, el punto fuerte del libro: el reconocimiento aterrador –por parte de quien tuvo todo el poder en sus manos durante cinco años– de la necesidad de matar entre 7.000 y 8.000 personas para recuperar el país que estaba en manos de una izquierda violenta. La cuestión era qué hacer con los cadáveres. Él se hace cargo con total convicción de la situación y de la terrible decisión de hacerlos “desaparecer” de cualquier manera. El país estaba dividido en regiones y cada jefe de región se hacía cargo del asunto sin informar a nadie. La razón de esta conducta fue que no se supiera en el exterior de los muertos porque Argentina perdería prestigio internacional.

Intento de justificación

Videla confiesa: “Fue una guerra justa en los términos de Santo Tomás, una guerra defensiva” … “Hágase la voluntad de Dios, Dios sabe lo que hace, por qué lo hace y para qué lo hace. Yo acepto la voluntad de Dios, no solo no me rebelo contra ella, sino que tampoco me creo con derecho a comprenderla. Creo que Dios nunca me soltó de la mano” (pag. 46). Su idea era recuperar el ser nacional y reintegrar la Nación a la civilización occidental y cristiana.

Poco se puede agregar a esta irracionalidad. El dogmático se engolosina con su propio discurso, se aferra a “su verdad”. Sólo nos queda una breve reflexión: el peligro de que los dogmatismos, de cualquier signo político o religioso que fuesen, guíen la acción de hombres con poder. Eso ha pasado -y sigue pasando- en nuestro país y en el mundo. Las creencias absolutas fueron desde siempre las responsables de las guerras, de los genocidios, de la locura de la humanidad. En nombre de Dios o de la raza o de clases sociales, el hombre ha realizado los actos más crueles de su historia. Detenerlos, apostar a la tolerancia, es lo único que nos permitirá vivir juntos.

© LA GACETA

Cristina Bulacio

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