“La interculturalidad que se pregona ha fracasado”

El antropólgo John Palmer explica el etnocidio en el chaco salteño, la responsabilidad del Estado y las diferencias ignoradas entre ciudadanos comunes y originarios.

11 Sep 2016
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FOTO CAPTURA DE PANTALLA FILME "EL ETNÓGRAFO"

Un bebé wichí y una beba toba murieron en agosto pasado por deshidratación en el Chaco Salteño, esa tierra que de a poco se está convirtiendo en páramo, con miles de habitantes originarios acorralados por un mecanismo que intenta salvarlos deglutiéndolos. Otros dos bebés que llegan a las noticias mientras desde el Ministerio de la Primera Infancia dicen que es probable que no sean los últimos. La estadística de las infancias empobrecidas, olvidadas y perdidas promete aumentar y el panorama, según el antropólogo John Palmer, es desolador.

En una charla con LA GACETA, el investigador y docente de la UNSa dice que para revertirlo habría que reescribir toda la historia desde que llegó Colón a América, “empezar de cero, como si eso fuera posible”, enuncia, y cuando vuelve a la realidad posible revela una foto que pocos se animan a mirar de frente. “La supuesta interculturalidad que se está pregonando no existe, o si existe ha fracasado”, dice. Nacido en Inglaterra y graduado en Oxford, el investigador llegó en 1973 por primera vez a Lapacho Mocho, una comunidad del chaco sobre la ruta 86, y en 1998 se radicó definitivamente en el lugar. Allí formó su familia, se casó con una originaria y tuvo cinco hijos trilingües.

Desastre cultural

“Lo que pasa desapercibido es que la situación real en que están viviendo las comunidades es desastrosa. Tienen planes sociales y desde el Gobierno dicen que se hace todo el esfuerzo posible para cubrir las necesidades básicas, la infraestructura y cuestiones parecidas, pero no se conoce de cerca la situación real. Es triste verlo”, dice.

El origen del drama puede ubicarse hace un siglo, cuando los territorios de las comunidades comenzaron a ser ocupados por ganaderos criollos primero y por finqueros terratenientes después, que impulsaron desarrollos extractivos de madera, minería y petróleo, un avance sobre el ambiente de estas comunidades que significó, en palabras de Palmer, como si de un día para el otro "desapareciera el almacén donde conseguís tus alimentos".

“Esto es el fin del mundo para quien habita este lugar. La zona se ha convertido en un páramo. Es un desastre ambiental por causa de la ganadería a campo abierto que se sigue practicando y convirtió en desierto a los ex lotes fiscales 55 y 14. Las comunidades originarias son habitantes milenarios de esas tierras, ellos sabían sostenerse de su ambiente, y ahora esos ambientes ya no están o son mucho menos disponibles”, describe. “La Provincia ampara esto, porque lo justifican con que de eso depende el bienestar del resto de la ciudadanía, pero es a costa de los originarios. No les están dando el espacio para ser lo que son: habitantes milenarios con sabidurías milenarias, valiosísimas. Están acorralados, rendidos también, hace falta muy poco para salvarlos. Darles espacio propio para que recuperen sus tradiciones y sean ellos mismos y no el interés de algún modelo cultural ajeno”.

Como compensación, el Estado insiste en la asistencia con alimentos, salud, educación, infraestructura y mecanismos de adaptación que, en lugar de integrarlos, los deglute y amenaza con hacerlos desaparecer. “Estos pueblos han sufrido un cambio económico y ecológico muy dramático. Se les quitó el almacén de donde obtenían sus víveres. Imagínese una situación en la que no se puede acceder a los propios recursos. No tienen más que los subsidios y las dádivas estatales para sostenerse, y ahí está el drama. No tienen posibilidades de auto sustento, un pueblo que durante milenios se sustentó a sí mismo y conoce el monte y los alimentos mucho más que el mejor ingeniero del mundo”, agrega Palmer.


Cultura intervenida

La manera de ejercer la interculturalidad desde el poder es, según el etnógrafo, “darles todo lo que se les pueda dar como si fueran ciudadanos argentinos comunes y corrientes. Pero no lo son, porque son ciudadanos con una gran diferencia que es ser parte de pueblos preexistentes. Eso significa que no se los puede convertir en ciudadanos argentinos de un día para el otro, ni con escuelas, ni con celulares, ni televisores ni con ninguno de los bienes culturales de la cultura dominante”, explica.

En términos culturales, sociales y ambientales, lo que se está haciendo en el chaco salteño es, para Palmer, “un etnocidio”. “La ley de interculturalidad es una distorsión de la realidad, porque lo que pasa es la imposición de una cultura sobre otra. La interculturalidad es una frase de moda, sería bárbaro si fuera verdad, es lo que se busca y lo que ellos mismos buscan. Los originarios son muy hábiles, mucho más que nosotros, para la interculturalidad. Son más tolerantes, más receptivos, más abiertos a todos los impulsos interculturales que vienen de parte nuestra, pero no se les está dando la reciprocidad que corresponde”.

“La idea de poner escuelas, puestos sanitarios, servicios, está bárbaro, pero sigue habiendo la necesidad de sostener su cultura preexistente. Los originarios culturalmente son pasivos. Son poco frontales en las relaciones, muy suaves en el trato con el otro, muy pacíficos. Cuando viene una iniciativa de parte de una sociedad que está altamente militarizada, tienden a responder pasivamente. Saben muy bien que esta sociedad tiene como respaldo al ejército, y cada vez que salen a la ruta a pedir algo viene la gendarmería a reprimirlos, o la policía antimotines. Es una situación muy desigual”, relata Palmer, sobre una escena que se viene repitiendo hace décadas en el norte salteño. “No tienen posibilidad de ser representados ni hacerse escuchar. Como mucho se les hace una promesa en un papel con una firma oficial y todos saben que es una mentira. Darles valor y aceptar su idiosincrasia puede tener más importancia que un programa de infraestructura”.


Dominantes y dominados

¿Qué está fallando para evitar más muertes de chicos? Para el antropólogo el fusible está en la incomprensión. “Hay que diagnosticar la relación de la salud pública con las comunidades. Se puede tratar a los enfermos, pero llegan al sistema a última hora, cuando la situación es irreparable y eso pasa porque las comunidades son resistentes a ir a la salud pública porque reciben mal trato y no quieren sufrir eso. Perciben discriminación y eso hace que no haya una buena relación. Dicen que se los llevan para que vuelvan en ataúdes”.

Además está la cuestión de la distancia, la inaccesibilidad y la ausencia. “Algunas comunidades están a 20 o 30 kilómetros de un puesto de salud y no hay comunicación telefónica. Se necesita una presencia mucho más cercana, permanente y de buena onda, con respeto y amor por esta cultura tan particular como los originarios”.

“Hace 20 años, cuando empecé mi investigación, sus costumbres estaban perfectamente vigentes. Hoy quizá haya alguna erosión de los conocimientos, porque se produjo una ruptura entre las generaciones mayores y los más jóvenes, no se están transmitiendo los conocimientos. Pero esto es como los argumentos de la Secretaría de Ambiente, que dice que si un territorio ya está erosionado por el ganado, entonces permiten que avancen los desmontes. Lo que hace falta es que los jóvenes tengan una mayor perspectiva de vida, que puedan ir a buscar miel, pescar, cazar, que tengan sus huertas. Para que recuperen sus tradiciones solo hace falta que se las revalorice.

Muchos jóvenes tienen miedo a la discriminación que sufren por mostrarse indígenas, entonces se callan, se visten, no escuchan a sus abuelos, tienen vergüenza de su identidad. Eso se revierte mostrando interés en sus manifestaciones culturales, en darles el lugar dentro del patrimonio humano”.


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