Después de tratar de suicidarse, existe el riesgo de otro intento
Jane Brody / The New York Times
Ni el suicidio, ni los intentos de suicidarse son algo extraño en mi familia, y no somos los únicos. Estos son los relatos de dos casos:
Un sobrino de 20 años de edad, tras recibir una carta muy cariñosa de su cuñada en la que le explica por qué no puede ser su amante, fue a su recámara, se dio un tiro en la cabeza y murió.
Un querido tío, quien había sufrido durante años de ataques de depresiones graves, que se alternaban con obsesiones ligeras, fue a consulta en la clínica psiquiátrica de un hospital grande un viernes y le dijeron que regresara el lunes. En lugar de eso, se tomó cada píldora que había en la casa y se sentó a esperar la muerte en un embarcadero de rocas en el mar. Afortunadamente, la policía lo encontró y después de la hospitalización, vivió hasta los ochentaitantos.
Los suicidios superan a los homicidios en EEUU. Cada 13 minutos alguien muere por su propia mano, haciendo que el suicidio en el país sea la décima causa más importante del total de muertes (42.773 en el 2015), pero es la segunda entre los 15 y 34 años de edad. En niños de 10 a 14 años, la tasa de suicidios ya alcanzó a la de muerte por accidentes de tránsito.
Más de 1 millón de adultos y el 8% de los alumnos de bachillerato intentan suicidarse cada año, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. No obstante, es lamentable que sólo una minoría reciba el tipo de tratamiento y de atención necesarios para evitar que repitan el intento.
Una creencia tan común como imprecisa pretende que es poco probable que las personas que sobreviven a un intento de suicidio vuelvan a tratar de quitarse la vida. De hecho, justo lo contrario es verdad. Entre los primeros tres meses a un año después de un intento de suicidio, las personas están en el mayor riesgo de un segundo, con el cual, quizá, sí lo logren. Según las cifras sobre suicidios, la repetición ha sido fatal en una de cada 25 personas, en menos de cinco años.
Armas letales
Ahora, un nuevo estudio revela cuán letales son los intentos de suicidio. El estudio, coordinado por el doctor J. Michael Bostwick, un psiquiatra en la Clínica Mayo, rastreó todos los primeros intentos de suicidio en un condado de Minnesota, ocurridos entre enero de 1986 y diciembre del 2007.
“Que casi dos tercios terminen con el médico forense después del primer intento es alarmantemente asombroso. Necesitamos replantearnos cómo examinamos los datos y el fenómeno del suicidio. Necesitamos saber más y hacer más por quienes sí se suicidarán antes de llegar con nosotros para cualquier tipo de ayuda”, hizo hincapié Bostwick.
El estudio también mostró que las posibilidades de lograr suicidarse son 140 veces mayores cuando se usa un arma de fuego que con cualquier otro método. Bostwick dijo que la mayoría de los intentos de suicidio son “actos impulsivos y es crítico evitar el acceso a las herramientas que hagan que los intentos impulsivos sean más letales”.
“A menudo, quienes tratan de suicidarse se arrepienten, pero cuando un método como la pistola funciona tan efectivamente, no hay ninguna oportunidad de reconsiderarlo”, subrayó.
Restricciones legales
En el editorial de la revista American Journal of Psychiatry, titulado You seldom get a second chance with a gunshot (“Raras veces se puede cambiar de opinión con un tiro”), la doctora Merete Nordentoft, una especialista en salud mental en Copenhague, escribió junto con otros coautores, que “un acto suicida es el resultado de un estado temporal de la mente”. Dada “la elevada letalidad de las armas de fuego”, exhortan a que se restrinja su disponibilidad por medio de medidas tales como “las restricciones legales concernientes a los permisos para adquirir armas de fuego, periodos de espera, almacenaje seguro, revisiones de antecedentes y lineamientos para el registro”. Tales medidas se han vinculado a una merma en las tasas de suicidios por armas de fuego en otros países.
“La mayoría de las personas que intentan suicidarse cambian de opinión”, subrayaron. Luego agregaron que “con mayor frecuencia, las armas de fuego no permiten cambiar de opinión ni recibir atención médica llegado el momento. Es, por tanto, alarmante que 21.175 personas (51%) que se suicidaron en EEUU en 2013, lo hicieran con armas de fuego”.
En el estudio de Minnesota, las cifras indicaron que fue cinco veces más probable que los hombres se suicidaran en comparación con las mujeres; también fue más factible que utilizaran una pistola. No obstante, fue igual de probable que las mujeres que usaron un arma de fuero murieran, en comparación con los hombres.
Los presagios
Igualmente importante que prevenir un suicidio (si acaso no es más trascendental) es prestar atención a los presagios de un intento de suicidio y tomar las medidas apropiadas para difuminarlo. Debería considerarse de alto riesgo a la gente que se encuentra deprimida, que abusa de sustancias como el alcohol o de las drogas ilegales, o que tiene graves dificultades en sus relaciones interpersonales, explicó Bostwick.
Al exhortar a los médicos en ejercicio a que pongan más atención a la salud mental de sus pacientes, la doctora Cahterine Goertemiller Carrigan y Denis J. Lynch escribieron en Primary Care Companion Journal of Clinical Pshychiatry que “más del 90% de las personas que se suicidan presentaban alguna enfermedad psiquiátrica al momento de morir, la cual se podía diagnosticar”.
Los psiquiatras, también, necesitan poner más atención en las enfermedades físicas, escribieron. “Se ha encontrado que hasta 50% de los pacientes con quejas psiquiátricas padecen enfermedades médicas no detectadas que pudieron haber contribuido al deterioro mental”, puntualizaron. Sin embargo, menos de uno de cada cinco psiquiatras realiza rutinariamente exámenes físicos.
Buscar ayuda
La mayoría de las veces, los familiares y los amigos están en la mejor posición para detectar a un suicida potencial y tomar medidas para disuadirlo. Además de la depresión y el abuso de sustancias, los signos incluyen hacer aseveraciones (verbales o por escrito) que se estaría mejor muerto; retirarse de la familia y las amistades; sentirse desamparado, desesperanzado, encolerizado, atrapado, excesivamente culpable o avergonzado; haber perdido el interés en la mayoría de las actividades; actuar impulsivamente o con imprudencia, y regalar posesiones atesoradas.
Lo más importante es tomar en serio a la persona o a las sospechas propias, y conseguir ayuda profesional de inmediato. A menos de que usted se sea un profesional de la salud, no se debe suponer que se puede hablar con ella y convencerla de no intentar suicidarse.
Para quienes buscan asistencia profesional, las posibilidades de consumar un suicidio después se reducen enormemente. Es más, si se programan una o dos citas de seguimiento, se puede prolongar la terapia si la persona va a los primeros encuentros, notó Bostwick.