Jorge Di Paola, un genio tangente

Amigo de Gombrowicz; dramaturgo, novelista, cuentista y periodista de raza; errático, genial, delirante, Jorge Di Paola -alias Dipi- atravesó parte de la bohemia porteña durante dos décadas, publicó media docena de libros y regresó a su Tandil natal para terminar de darle forma a un mito de orden marginal

11 Jun 2017
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HURAÑO Y ASCETA, A LA VEZ QUE ARISTOCRÁTICO Y AMABLE. Jorge Di Paola durante sus últimos años, en su casa de Tandil, donde podían verse las paredes “d

Por Hernán Carbonel
Para LA GACETA - SALTO
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clarin.com
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HURAÑO Y ASCETA, A LA VEZ QUE ARISTOCRÁTICO Y AMABLE. Jorge Di Paola durante sus últimos años, en su casa de Tandil, donde podían verse las paredes “decoradas” con las pintadas que realizaban sus amigas.
============03 SUBT (11520119)============
Uno
A la hora de hablar de Dipi, se suele contar la misma anécdota: Tandil, 1957 o 1958. Un escritor extranjero da en un bar con un puñado de jóvenes. Debido a las rispideces de la lengua eslava, anota su apellido en una servilleta. Jorge Di Paola, por entonces apenas un adolescente, salta: “¡Ferdydurke!”. Sí: había leído la novela en la biblioteca pública del pueblo, unos meses antes. En ese pequeño suceso, el mundo le daba otra puntada a su concepto de pañuelo.
“Aquí es el joven quien descubre y legitima al escritor desconocido”, dice Ricardo Piglia en el Prólogo a la reedición de Minga! de 2013 (FCE, Colección Serie del Recienvenido). “Sin ese cruce fortuito otra hubiera sido la fortuna de Gombrowicz, que encontró ahí un grupo de admiradores que lo darían a conocer a las nuevas generaciones; y, por supuesto, otro hubiera sido el destino literario de Di Paola sin las conversaciones y las cartas intercambiadas durante años”.
Dos
Jorge Di Paola no era Jesucristo, pero nació una Navidad, la de 1940. Creció en Tandil hasta que, como sucede en las pequeñas ciudades, llegó la hora de emigrar. Y eligió La Plata. Allí conoció a quien sería uno de sus grandes amigos, Ricardo Piglia, y publicó su primer libro, Hernán. Poema dramático en cinco cuadros, obra de teatro que emprende, de modo poético, el tema del incesto.
Y un día, como todos los que buscan la meca, se instaló en Buenos Aires. Trabajó en Panorama, Confirmado y La Opinión y fue fotógrafo para las fotonovelas para Sandro. A principios de los 80, con Miguel Briante -compadre en tardes de redacciones y noches de bares- y Gabriel Levinas, fundó la mítica revista El Porteño. En 1974 apareció en De la Flor su segundo libro: los cuentos de La virginidad es un tigre de papel. 
 “Di Paola fue un pionero de las formas del periodismo cultural que practicamos”, contó alguna vez el escritor, actor, editor, patafísico y curador argentino Rafael Cippolini. “Un periodismo narrativo, largo, con mucha opinión y narración. El estilo de tapas que hacía en El Porteño anticipa lo que después serán las tapas de Página/12”. 
Tres
Y entonces llegó Minga! Editado en 1987, también por Daniel Divinsky, Di Paola declaró que “su intención al escribir el libro había sido la de convertir la física contemporánea en narración”.
“Si el arte narrativo consiste en vincular una historia a un narrador, esta novela es un ejemplo magistral de ese vínculo. En Minga!”, escribió Piglia en aquel Prólogo, “el novelista analiza, razona, delira, se asombra, intercede, se asusta, y una de las magias del libro reside en sus comentarios, sus deslices y sus cambios de registro”.
La que quizás sea una de las mejores anécdotas de tomo II de los Diarios de Piglia es esta: “Encuentro a Di Paola en el Bar Ramos. Habla mucho, empujado por una extraña mitología que disuelve su vida y al de todos aquellos que le andan cerca. Su padre se ha fundido y va de un lado al otro de la ciudad, siempre a pie. Las peleas de Dipi con su mujer: se pegan como chicos, lloran y después se abrazan. Todo se transforma en un relato humorístico, lo mejor fue su recuerdo de una entrevista con Borges: le llevó un prólogo apócrifo con el que un poeta colombiano había distinguido sus propios poemas. Borges no dijo nunca que ese texto no fuera suyo. Sencillamente, mientras Dipi se lo leía, fue interrumpiéndolo con anotaciones de este estilo: Esa frase podría decirse mejor de esta manera, ¿no? O: ¿No le parece que hubiera sido más correcto de este modo? De hecho, al final de la entrevista Borges había producido un texto propio: su tema, el elogio de un libro de poemas que él jamás había leído”.
Rara suerte corrieron los originales de la novela. Di Paola, performer por instinto, los había metido en una botella de gaseosa que terminó obsequiándole a un coleccionista.
Cuatro
A la muerte de su padre, Di Paola regresó a Tandil para vivir con su madre. Ante la muerte de ella, su ascetismo se convirtió en abandono.
Tuvo dos homenajes en su ciudad natal; en uno de ellos participaron Daniel Guebel y Sergio Bizzio, y Sergio Bellotti filmó un documental en su honor: Las memorias del Dr. Alzheimer. En 2001 publicó por Adriana Hidalgo El arte del espectáculo, un libro de relatos breves; y, en 2004, Moncada, una novela de aventuras escrita a cuatro manos vía mail con Roberto Jacoby y corregida por Beba Eguía (hoy viuda de Piglia).
“Mi lugar, cualquiera que sea, lo deben juzgar los otros”, dijo Dipi en una entrevista a Página/12. “Pero a pesar de que abundan las tradiciones de las cuales soy deudor, me siento un poco al margen, un poco en los hielos de la Antártida. Quizá se deba a que vivo en Utopía”.
Como quien no se ha curado de la adolescencia o vuelve a ella en los últimos años de su vida, viejo, sabio e inútil, lumpen y a la vez aristocrático, amable y a la vez huraño, un pico de presión y un infarto cerebral lo acercaron al cielo, lugar al que llegó, finalmente, en abril de 2007, a los 66 años. 
© LA GACETA
Hernán Carbonel - 
Periodista y escritor.

Por Hernán Carbonel - Para LA GACETA - SALTO

Uno
A la hora de hablar de Dipi, se suele contar la misma anécdota: Tandil, 1957 o 1958. Un escritor extranjero da en un bar con un puñado de jóvenes. Debido a las rispideces de la lengua eslava, anota su apellido en una servilleta. Jorge Di Paola, por entonces apenas un adolescente, salta: “¡Ferdydurke!”. Sí: había leído la novela en la biblioteca pública del pueblo, unos meses antes. En ese pequeño suceso, el mundo le daba otra puntada a su concepto de pañuelo.
“Aquí es el joven quien descubre y legitima al escritor desconocido”, dice Ricardo Piglia en el Prólogo a la reedición de Minga! de 2013 (FCE, Colección Serie del Recienvenido). “Sin ese cruce fortuito otra hubiera sido la fortuna de Gombrowicz, que encontró ahí un grupo de admiradores que lo darían a conocer a las nuevas generaciones; y, por supuesto, otro hubiera sido el destino literario de Di Paola sin las conversaciones y las cartas intercambiadas durante años”.

Dos
Jorge Di Paola no era Jesucristo, pero nació una Navidad, la de 1940. Creció en Tandil hasta que, como sucede en las pequeñas ciudades, llegó la hora de emigrar. Y eligió La Plata. Allí conoció a quien sería uno de sus grandes amigos, Ricardo Piglia, y publicó su primer libro, Hernán. Poema dramático en cinco cuadros, obra de teatro que emprende, de modo poético, el tema del incesto.
Y un día, como todos los que buscan la meca, se instaló en Buenos Aires. Trabajó en Panorama, Confirmado y La Opinión y fue fotógrafo para las fotonovelas para Sandro. A principios de los 80, con Miguel Briante -compadre en tardes de redacciones y noches de bares- y Gabriel Levinas, fundó la mítica revista El Porteño. En 1974 apareció en De la Flor su segundo libro: los cuentos de La virginidad es un tigre de papel. 
 “Di Paola fue un pionero de las formas del periodismo cultural que practicamos”, contó alguna vez el escritor, actor, editor, patafísico y curador argentino Rafael Cippolini. “Un periodismo narrativo, largo, con mucha opinión y narración. El estilo de tapas que hacía en El Porteño anticipa lo que después serán las tapas de Página/12”. 

Tres
Y entonces llegó Minga! Editado en 1987, también por Daniel Divinsky, Di Paola declaró que “su intención al escribir el libro había sido la de convertir la física contemporánea en narración”.
“Si el arte narrativo consiste en vincular una historia a un narrador, esta novela es un ejemplo magistral de ese vínculo. En Minga!”, escribió Piglia en aquel Prólogo, “el novelista analiza, razona, delira, se asombra, intercede, se asusta, y una de las magias del libro reside en sus comentarios, sus deslices y sus cambios de registro”.
La que quizás sea una de las mejores anécdotas de tomo II de los Diarios de Piglia es esta: “Encuentro a Di Paola en el Bar Ramos. Habla mucho, empujado por una extraña mitología que disuelve su vida y al de todos aquellos que le andan cerca. Su padre se ha fundido y va de un lado al otro de la ciudad, siempre a pie. Las peleas de Dipi con su mujer: se pegan como chicos, lloran y después se abrazan. Todo se transforma en un relato humorístico, lo mejor fue su recuerdo de una entrevista con Borges: le llevó un prólogo apócrifo con el que un poeta colombiano había distinguido sus propios poemas. Borges no dijo nunca que ese texto no fuera suyo. Sencillamente, mientras Dipi se lo leía, fue interrumpiéndolo con anotaciones de este estilo: Esa frase podría decirse mejor de esta manera, ¿no? O: ¿No le parece que hubiera sido más correcto de este modo? De hecho, al final de la entrevista Borges había producido un texto propio: su tema, el elogio de un libro de poemas que él jamás había leído”.
Rara suerte corrieron los originales de la novela. Di Paola, performer por instinto, los había metido en una botella de gaseosa que terminó obsequiándole a un coleccionista.

Cuatro
A la muerte de su padre, Di Paola regresó a Tandil para vivir con su madre. Ante la muerte de ella, su ascetismo se convirtió en abandono.
Tuvo dos homenajes en su ciudad natal; en uno de ellos participaron Daniel Guebel y Sergio Bizzio, y Sergio Bellotti filmó un documental en su honor: Las memorias del Dr. Alzheimer. En 2001 publicó por Adriana Hidalgo El arte del espectáculo, un libro de relatos breves; y, en 2004, Moncada, una novela de aventuras escrita a cuatro manos vía mail con Roberto Jacoby y corregida por Beba Eguía (hoy viuda de Piglia).
“Mi lugar, cualquiera que sea, lo deben juzgar los otros”, dijo Dipi en una entrevista a Página/12. “Pero a pesar de que abundan las tradiciones de las cuales soy deudor, me siento un poco al margen, un poco en los hielos de la Antártida. Quizá se deba a que vivo en Utopía”.
Como quien no se ha curado de la adolescencia o vuelve a ella en los últimos años de su vida, viejo, sabio e inútil, lumpen y a la vez aristocrático, amable y a la vez huraño, un pico de presión y un infarto cerebral lo acercaron al cielo, lugar al que llegó, finalmente, en abril de 2007, a los 66 años. 
© LA GACETA

Hernán Carbonel - Periodista y escritor.

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