NOVELA
CADÁVER EXQUISITO
AGUSTINA BAZTERRICA
(Alfaguara - Buenos Aires)
Pareciera que el concepto de futuro distópico es tendencia en nuestros días. Aunque la idea no es tan nueva, escritores como Ray Bradbury, George Orwell o Isaac Asimov imaginaron durante el siglo XX gran parte de lo que vendría después, hoy los libros y series hablan de ese espacio que habita solo en la imaginación colectiva. Y las referencias a la serie Black Mirror se usan casi tanto como los ejemplos de Los Simpson que años atrás eran un guiño generacional para cualquier situación de la vida cotidiana.
Por eso no es extraño que el Premio Clarín se haya otorgado a una novela que transcurre en un futuro, tal vez no tan lejano, con un panorama que se torna cada vez más sombrío, donde el horror es moneda corriente porque está naturalizado. La escritora Agustina Bazterrica parte de un supuesto que lleva al extremo: ¿qué pasaría en el mundo si no se pudiera comer más carne animal? Lejos de teorías pacifistas, desde la primera página la historia nos interna en el escenario de los mataderos, las curtiembres y las intimidades de una industria millonaria que necesita de materia prima para seguir funcionando. Y esa materia prima que se cría, se produce y se utiliza en experimentos, proviene de los humanos.
El Jurado de Honor, compuesto por Jorge Fernández Díaz, el español Juan José Millás y Pedro Mairal, a 20 años de haber ganado su propia estatuilla por Una noche con Sabrina Love, se inclinó por Cadáver Exquisito, tanto por su temática, como por la forma en que la novela está escrita, “con imágenes tanto repulsivas como fascinantes”, según Mairal, y un lenguaje directo con una estructura narrativa que navega del presente al pasado del protagonista y aleja la lupa para mostrar cómo fue que se produjo la transición a partir de un virus que se extendió entre los animales y obligó al Estado a sacrificarlos. Desde la mirada de Marcos Trejo, el hijo del dueño de un frigorífico tradicional que debe adaptarse a los requerimientos del mercado, conoceremos los detalles más truculentos de los que se benefician con el nuevo orden de cosas, y los que se transforman en víctimas y pierden su condición de humanidad.
Ecos de El matadero
La autora es conocida en el ambiente por organizar el ciclo Siga al conejo blanco y se formó en la carrera de Artes de la Universidad de Buenos Aires. Había publicado cuentos en pequeñas editoriales, pero este reconocimiento la posiciona a nivel internacional.
La novela de Agustina Bazterrica se puede interpretar como una alegoría a El matadero, obra fundacional de la literatura argentina. Si Esteban Echeverría describía el embrutecimiento de los hombres ante la escasez de carne, a la vez que señalaba los privilegios y las miserias de los hombres, según su rol dentro en la sociedad en épocas del Restaurador, en Cadáver Exquisito brotan similares instintos sanguinarios, pero de una manera más lúdica y también más sádica.
Desde el título, además, hay una resignificación del concepto de aquel juego literario de elaboración colectiva de una historia: aquí las palabras y los cuerpos que se construyen, también pueden destruirse o desaparecer. Los eufemismos reemplazan a los términos correctos bajo un ámbito legal tranquilizador porque siempre estarán los que respondan a las leyes sin reflexionar o cuestionar: lo sancionado es sagrado.
Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia, debería advertir la novela. En la tapa, la parte superior de un bovino, se completa con la inquietante parte inferior de una mujer. Cuenta que mientras avanzaba en el libro, había tomado la decisión de dejar de consumir todo tipo de carne animal. Y ese cambio influyó en la escritura, y también en su mirada porque la ayudó a desnaturalizar el trato que le damos a los animales y, sobre todo, a analizar la cosificación y la desigualdad que genera la sociedad capitalista.
© LA GACETA
Karina Ocampo
Cadáver exquisito *
Por Agustina Bazterrica
Media res. Aturdidor. Línea de sacrificio. Baño de aspersión. Esas palabras aparecen en su cabeza y lo golpean. Lo destrozan. Pero no son sólo palabras. Son la sangre, el olor denso, la automatización, el no pensar. Irrumpen en la noche, cuando está desprevenido. Se despierta con una capa de sudor que le cubre el cuerpo porque sabe que le espera otro día de faenar humanos.
Nadie los llama así, piensa, mientras prende un cigarrillo. Él no los llama así cuando tiene que explicarle a un empleado nuevo cómo es el ciclo de la carne. Podrían arrestarlo por hacerlo, podrían incluso mandarlo al Matadero Municipal y procesarlo. Asesinarlo sería la palabra exacta, aunque no la permitida. Mientras se saca la remera empapada trata de despejar la idea persistente de que son eso, humanos, criados para ser animales comestibles. Va a la heladera y se sirve agua helada. La toma despacio. Su cerebro le advierte que hay palabras que encubren el mundo.
Hay palabras que son convenientes, higiénicas. Legales.
* Fragmento.