Por: Pablo Hamada
Los domingos y feriados pueden detectarse a primera vista, en cualquier lugar y en cualquier tiempo del año. Ya sea en un pequeño pueblo de los Valles Calchaquíes o en la gigantesca Tokio, cuando el ritmo de los caminantes elige un pulso más lento, el paisaje se vuelve más amable para el recién llegado.
Aterrizar en la capital nipona un día de descanso parece una paradoja, pues se trata de la nación donde el trabajo duro y la constancia son valores históricos, transmitidos de generación en generación, siempre con pocas palabras. Pero la paradoja se deshace inmediatamente si el feriado que se celebra es en honor a las personas adultas, otro gran valor de la cultura japonesa.
Desde mediados del siglo XX este país homenajea a los ciudadanos de más de 65 años y para dicha oportunidad los comercios no abren sus puertas y el tránsito se paraliza. Sin embargo, en el aeropuerto, en los hoteles y en las veredas, se ve gente mayor trabajando. Algunos venden, otros manejan taxis, y otros tantos dan la bienvenida en un inglés delicado.
Muchos sí descansan. En una avenida de Yotsuya, una zona de edificios oficiales y casas residenciales al oeste de la ciudad, la mayoría de los adultos mayores andan solos. A pie y despacio, con gorros y paraguas previniéndose del cambio de tiempo.
Los más avezados eligen las bicicletas para ir un poco más rápido que los peatones con quienes comparten las anchas veredas de la ciudad.
El día de respeto a los ancianos antes se celebraba cada 15 de septiembre, pero en 2003 el gobierno organizó un sistema de feriados en el que quedó establecido que el tercer lunes de este mes empresas y escuelas organizaran actos para los más grandes, para los ancianos, los que hicieron que Japón renaciera de las guerras y los siniestros naturales.
Los protagonistas del festejo no son pocos. Representan, según los últimos datos del Banco Mundial, el 27% de la población del país. En la Argentina esa cifra superó apenas el 10% en el último censo de 2010, es decir, somos un país joven. Y ahora vuelve la paradoja, porque Japón, a pesar de que también tiene la mayor proporción de personas centenarias en el mundo, no parece un país viejo. La nación se muestra moviéndose, renaciendo y empujando; sí, tal como sus abuelos.