Golpes a la bolsa, sombras, trotes y saltos con cuerdas. Comenzó el entrenamiento, como cada tarde en la Escuela Cirilo Gil, que ya lleva ocho años en las instalaciones del club San Martín.
De repente todos interrumpen su rutina. Llegó él. Fabián Alejandro Tello, más conocido como “El Boga”, hace su entrada triunfal y en medio de felicitaciones pasa entre sus compañeros.
“El Boga” vivió toda su vida en barrio Ceferino y afirma que el boxeo lo ayudó a escapar de los vicios y de los problemas en los que se metía por las calles de su barrio. A sus 23 años se convirtió en campeón provincial con título unificado.
Fue el pasado viernes cuando obtuvo su último triunfo arriesgando su cinturón de campeón municipal. Con su hijo Misael en brazos saluda a todos, se saca fotos con quienes se lo piden y comparte una alegría fruto de horas de transpiración y sacrificios.
En el gimnasio celebran la victoria de “El Boga” como propia, pues esto les abre el camino al reconocimiento y los posiciona de otra manera a todos. Pese a que al ring se sube de forma individual, el aliento diario y el entrenamiento compartido son fundamentales para triunfar en esta disciplina.
"El Boga" junto a su hijo Misael. Foto LA GACETA
Abran paso, llegó el campeón
Tello pisó por primera vez la escuela de box hace cuatro años. “Era más gordito y no me daban importancia”, recuerda el joven y agrega que “aquí me apoyaron e hicieron que me entusiasme”. Desde ese momento nada fue igual en su vida.
“Me di cuenta que al venir me sentía bien”, cuenta el campeón quien también afirma que dejó de tomar, de fumar y de drogarse tras descubrir su pasión por el boxeo. Sobre un ring aprendió a ponerse metas y a entrenar con disciplina
De lunes a lunes divide su tiempo entre el gimnasio y la carnicería donde trabaja, al frente de la plaza de barrio Ceferino. “El Boga” no puede darse el lujo de tomarse un día de descanso pues la exigencia arriba del ring es grande.
Si bien en algunas ocasiones pensó en dejar la actividad, encontró motivación en sus compañeros y en el aliento del profe Julio César Alonzo, conocido como “Pistolita”. “El profe siempre me ayudó, cuando me iba me pedía que vuelva, me hablaba, yo estoy muy agradecido con él”, indica Tello.
Los boxeadores y las boxeadoras de la escuela Cirilo Gil. Foto LA GACETA
Para llegar al título unificado “El Boga” tuvo que pelear en 18 ocasiones, de las cuales ganó 14, empató dos y perdió otras dos.
Oscilar entre la gloria y el fracaso no es fácil de sobrellevar, pero el joven sostiene que “las derrotas te dan fuerza para mejorar, sí te tiran abajo pero en esos momentos pienso que tengo que ser mejor y sumo experiencia”.
Una de las peleas que nunca olvidará “El Boga” fue hace dos años, la primera vez que se subió a un ring para un combate oficial. “Fue contra un boxeador de carrera, que me llevaba nueve años de diferencia. Era un referente”, recuerda.
El combate fue en Vaqueros y el resultado fue un empate. Pero más allá de los puntos, aquella noche “El Boga” supo que su camino estaba marcado por los guantes y el ring.
En medio del camino las dificultades no faltaron: un accidente en motocicleta, problemas familiares y otras complicaciones hicieron que conseguir el título sea aún más meritorio. Por eso el joven cuenta: “cuando me subo al ring solo me enfoco en ganar, solo yo sé los sacrificios que hago”.
El viernes pasado, el joven pugilista acarició la gloria en un combate que se decidió en las tarjetas y que fue festejado por sus amigos, familiares y compañeros de gimnasio.
Pese al triunfo, Tello afirma que le falta mucho por aprender y que los próximos objetivos son bajar a la categoría crucero y convertirse en profesional.
Emilse Delgado, el profe "Pistolita" Alonzo y Antonella Delgado. Foto LA GACETA
Las hermanas sean unidas
“Antes de subir al ring siento un nudo en la garganta pero después de la primera piña empiezo a disfrutar”, indica Antonella Delgado de tan solo 13 años.
La pequeña pugilista espera con ansias su cumpleaños, para poder llegar a la edad mínima en que se puede tramitar el carnet de boxeadora que le permita tener combates oficiales.
Hasta el momento, la adolescente ha combatido en los topes barriales, peleas de exhibición no oficiales que se llevan a cabo en diferentes barrios de la ciudad.
Hace dos años Antonella conoció el boxeo motivada por su papá y comenta que en ese momento “vi que era un deporte lindo y distinto”.
“Ese día estaba nerviosa y con miedo, porque no sabía nada”, cuenta la pequeña que cursa el colegio secundario en la escuela Juan Calchaqui.
Mientras ella habla, su hermana Emilse Delgado filma la conversación. “Para subirla al Face”, admite la joven de 17 años.
Antonella Delgado. Foto LA GACETA
Pese a que Emilse es mayor que Antonella, fue la hermana más pequeña quien motivó a la otra a practicar boxeo.
Hace un año Emilse llegó al gimnasio y se unió a las prácticas de su hermana menor. Ambas admiten que antes de boxear juntas casi ni se hablaban y que el boxeo las unió. Ahora son inseparables.
Las hermanas viven en barrio San Benito, en la zona sudeste de la ciudad, y cada día deben tomar dos colectivos para poder llegar a las instalaciones del club San Martín, pero están dispuestas a cualquier sacrificio en pos de sus sueños.
“Yo quiero ser campeona del mundo”, afirma con seguridad la más chica de las hermanas, quien ya cuenta con diez peleas de exhibición en las que le fue muy bien. Con aires de realidad concluye que para cumplir su sueño debe sacrificar muchas cosas.
“Ya sacrifiqué mi nariz, mis amigos y las fiestas”, relata Antonella que a la hora de hablar de su pasión no duda en admitir: “el boxeo es mi vida”.
Emilse Delgado. Foto LA GACETA
Las hermanas cuentan que sus padres las apoyan y las motivan a seguir con el boxeo. “Mis papás están demasiado felices, van a todas nuestras peleas, nos muestran en sus Faces con sus amigos”, cuenta Emilse quien ya hizo dos topes en los que les fue muy bien.
Ahora la mayor de las hermanas se prepara para una pelea que se llevará a cabo dentro de dos meses mientras cursa el secundario en el mismo colegio que Antonella.
“Antes no lo entendía al boxeo, ahora es mucha contención, cuando estoy triste venir me pone feliz”, dice Emilse que además sueña con ser como Yésica “La Tuti” Bopp.
Luz del Valle Liendro, la más pequeña de todas. Foto LA GACETA
La más pequeña
En la escuela Cirilo Gil se puede encontrar boxeadores y boxeadoras de todas las edades pero hay una que no pasa desapercibida.
Luz del Valle Liendro tiene nueve años y su mamá la acompaña a todas partes. Por decisión propia quiso empezar boxeo a principios de este año.
“Yo quería hacer boxeo y no me aceptaban en ningún lado, pero el profe me dio una oportunidad”, afirma visiblemente contenta la más chiquita del gimnasio.
Luz intentó practicando volley pero al poco tiempo dejó porque no le gustaba. Hoy encuentra en el boxeo una actividad que le encanta.
“Aprendí a hacer sombra, bolsa, a vendarme, me hice más fuerte”, indica la niña que cursa el quinto grado en la escuela San José.
Además cuenta que algunos no le creen que practica boxeo y que le gustaría seguir boxeando cuando sea más grande.
Al ser la más chiquita sus compañeros la tratan con cuidado y la motivan a seguir haciendo lo que a ella le gusta. “Es una grosa”, “una genia”, son algunos de los calificativos que comentan los pugilistas que comparten gimnasio con ella.
Más allá del deporte, del entrenamiento, todas estas historias tienen un aspecto en común: una pasión difícil de poner en palabras pero que se entiende al conocer las vidas de estas personas.