Por Mario Flores (*)
Hablemos de literatura y tecnología. Porque cada vez que alguien habla de literatura y tecnología, lo primero que sale a relucir son las cuestiones de metodología: si escribimos en papel o en el Google Keep, si la estructura final es como en los libros o como en los blogs, si se mezclan los poemas y las novelas con los formatos de posteo o escritura en redes. Pero creo que se habla poco de cómo el artefacto de lectura se relaciona con lo digital, con ese otro mundo supuestamente abstracto donde ceros y unos se superponen a los paisajes y las líneas golpeadoras: “Nuestro instinto animal es mucho más fuerte que todo lo demás”. El libro es eso: una secuencia de impulsos, una colección de instintos.
Esteban Castromán, que al cabo de una decena de libros (10 años desde la publicación de Fin, editado por la icónica editorial Vox, en 2009) ya sabe que puede bailar en la pista del boliche que más desee, intercambiándose entre diferentes beats y ritmos narrativos, se dedica a dar forma visible a ese cablerío existencial. Al principio aparecen los aromas reconocibles de una etapa de ebullición hormonal y sonora que ya aparecían en la novela del año pasado, Las rocas y las bestias (editada por Marciana) (acaso otro relato de iniciación desde el punto de vista de la convulsión de la adolescencia): los primeros discos, los primeros bailes, los dolores agudos, las preguntas sobre el mundo de allá afuera, la perspectiva del viajero, la lejanía.
Los poemas pueden ser “largos”, si los leemos de acuerdo a una idea previa de cómo deberían estar dispuestos, porque también en eso hay una diferencia. Divididos en cuatro secciones (Fuego, Hechizo, Distorsión y Candidez), los poemas también son narraciones híbridas de ensueño lisérgico, de paseos citadinos donde abunda lo absurdo y la música junto con elementos propios de la era tecnológica: el mundo gris acostumbrado a los aeropuertos de inmaculada burocracia y las filas de banco prolijamente pacificadas se ven en punto de quiebre: llegan las oleadas sonoras de progressive house y las luces del Láser, acaso un paisaje mental creado con estroboscópicas y cuerpos danzantes en hipnosis.
Uno de los poemas, brevísimo y letal, que se titula “Terrorífico”, es digno de ser escrito con aerosol en alguna pared del barrio. Dice: incluso me recuerdan a vos / canciones que jamás / escuchamos juntos. La medida justa y necesaria de brutalidad. En la contratapa, Gustavo Álvarez Núñez menciona que “han pasado muchos años, pero la fascinación por el vértigo continúa”.
Ese vértigo se mantiene en todas las páginas del libro. Bailar es revolución en la era del mal, repetido como una suerte de mantra deep house, se trata de una experiencia sentimental más eléctrica que lírica. Leerlo con fondo de Graziano Raffa o Bachir Salloum ayudaría a entender la intensidad del loop que combina desplazamientos al mundo real con los pequeños toques de nostalgia pop. El tipo de poesía que podemos ir leyendo en el colectivo los diminutos hijos del techno, refugiados en nuestros auriculares.
1. En "Bailar es revolución..." se encuentran imágenes y sensaciones similares con lo que ocurre en "Las rocas y las bestias" (la música en la adolescencia, el crecimiento, la ciudad) ¿hay un diálogo intertextual entre tus obras planeado de antemano o son obsesiones?
Me gusta ver canciones, leer películas y escuchar libros que respiren con la agitación de un organismo amorfo y transgénico, de dudoso origen y porvenir inesperado. Esos híbridos donde podrían cruzarse obsesiones que no son, anticipos de planeamiento intuitivo, intertextualidad, diálogos en ciudades que crecen, adolescentes musicales, bestias rocosas, ocurrencias similares a las sensaciones, imágenes encontradas o revoluciones bailables. También podrían ser otras cosas, claro. En definitiva, el proceso de escritura consiste en conectar todas esas piezas del híbrido, monstruificadas por la imaginación y sus infinitas posibilidades, con cierto oficio metódico. Pero para mí lo importante es que se produzca un chispazo durante la experiencia de lectura, que alguna cosa logre zamarrearte. Porque para la tibieza ya está el realismo crudo de todo lo demás.
2. Suele relacionarse la poesía a diferentes disciplinas que la "acompañan": la música acústica, los instrumentos clásicos, la plástica en vivo. Pero la electrónica parece quedar relegada. ¿Cuál es tu experiencia con esto y cómo vivís esa cultura a la hora de escribir?
La poesía es muchas cosas y está en todos lados. No solo sobrevive en aquellas peñas urbanas de lirismo acústico clásico a las que te referís, sino que primordialmente hoy se propaga en las calles y en las redes, se escucha en la intimidad de los auriculares o en la efervescencia colectiva de fiestas y recitales. Esa expresión palabrística sujeta a la métrica del verso sobre bases electrónicas está más vigente que nunca gracias al auge masivo que alcanzó el trap: la pasti cultural sintética sensible de mayor psicodelia para las nuevas generaciones se estructura en clave poesía urbana.
3. Los poemas habitan mucho el exterior (bares, aeropuertos, calles de ciudades) ¿se escriben en movimiento como a la hora de leerlos?
Siempre movimiento, nunca inmovimiento... ja!
4. En uno de los poemas (para mi gusto de los mejores) relatás cómo se introduce un elemento de extrañeza (música electrónica) en una rutina diaria (fila del banco) y todo se viene a un punto de quiebre ¿de dónde viene esa idea de mezcla?
Viene de los videos de The Chemical Brothers: set electrónico irrumpe en la rutina diaria gris de una ciudad y genera ruido social vaporoso y la pista de baile se transforma en un territorio revolucionario y el big beat subvierte los lugares comunes mediante filosóficas cápsulas bailables y al final todo se desmadra. O debería.
5. ¿Cómo fue el proceso de escribir el libro: los poemas vienen de un lapso de tiempo o de varias épocas? ¿A qué se debió la decisión de publicar con Caleta Olivia?
A principios del año pasado, Pablo Gabo Moreno me invitó a ser parte de su catálogo. Y fue genial volver a una lógica distinta a la habitual, porque desde el libro Fin, publicado por Vox en 2009, no escribía poesía. Bueno, no diría que BAILAR ES REVOLUCIÓN EN LA ERA DEL MAL es poesía. Más bien lo pienso como una rave clandestina montada en la triple frontera entre poesía, narrativa y música. Durante el proceso de escritura con mi hermana Lucila (talentosísima diseñadora que extraño mucho porque ahora vive en Holanda) íbamos pensando el concepto de tapa. Luego ella aplicó su magia estética para formatear el libro completo. Un rato antes, mi gran amigo Gustavo Álvarez Núñez escribió la contratapa. Todo lindo. Es un libro que desborda amor, en muchos sentidos. En definitiva, como dice Café Tacvba en El baile y el salón: “yo que era un solitario bailando/me quedé sin hablar/mientras tú me fuiste demostrando/que el amor es bailar”.
Hay amenazas de un final
Despedida
resaca final de amor
y pesadillas
ocurren en nuestra única escenografía
La distancia me provoca fiebre
congestión existencial
engualichamiento nebuloso
un mal viaje lisérgico
En esta triste
danza de efectos narcóticos
cómo encontrar el interruptor
se vuelve el único fin para empezar todo de nuevo.
(*) Escritor. Autor de la novela Hikaru y del libro de cuentos Necrópolis