Podríamos señalar tres ciudades con importancia suficiente como para alcanzar el rango de una hipotética capital del mundo: Londres, Nueva York y Tokio.
De las primeras dos encontramos referencias en todos lados: en música, películas y series, deporte, literatura. De Tokio, por el contrario, no se conoce tanto: su presencia en la cultura popular es menos frecuente, y la imagen que se tiene de ella es la de una ciudad futurista en la que convergen geishas, robots y tipos sirviendo sushi en un entrevero de luces de neón y letreros incomprensibles.
Personalmente, siento fascinación por la cultura japonesa desde que era adolescente, he visto y leído bastante sobre ella, y hasta tomé algunas clases del idioma. Sin embargo, en los poco más de cuatro días que llevo en Tokio por el Mundial de Rugby, pude comprobar que mucho de lo que sabía -o creía saber- era más mito que realidad, a la vez que mucho de lo que creía como relato exagerado de turistas no lo eran para nada.
Es curioso: en alguno de los cuatro aviones que en un lapso de 29 horas me llevaron desde Tucumánm hasta Haneda, pasando por Buenos Aires, Atlanta y Minneápolis, me pareció apropiado ver “Perdidos en Tokio”, y aunque la encontré entretenida, no pude identificarme: en la película de Sofía Cóppola, Bill Murray y Scarlett Johansson no veían la hora de irse de Tokio, y yo no veía la hora de llegar. No sólo por todo lo que había por descubrir, sino para salir del avión. Si es de los que tienen dificultades para conciliar el sueño con escasa reclinación, el viaje puede resultar eterno: mis 29 horas parecen mucho, pero algunos vuelos toman más de 40, incluyendo escalas extensas. Por eso, hay quienes optan por pastillas para dormir, mientras que otros prefieren partir el trayecto en dos y hacer alguna parada de varios días en alguna ciudad intermedia.
Una de las cosas llamativas fue la gran cantidad de pasajeros argentinos que llevaba el vuelo que aterrizó en Haneda el miércoles 18. Ni siquiera el descalabro del dólar posterior a las PASO ni la incertidumbre fue capaz de reducir la presencia de camisetas de Los Pumas en Japón. “Mucha gente ya lo venía pagando desde antes, cuando el dólar estaba dentro de todo estable, y quizás este aumento no los llegó a impactar porque ya tenían todo o casi todo pagado”, intentó encontrar un explicación el rosarino Fernando Tomasini, concuñado de Emiliano Boffelli, fullback de Los Pumas. Se puso a sí mismo de ejemplo: “si lo hacés con tiempo te sale mucho más barato. Yo ya sabía hace mucho que iba a ir, así que lo fui pagando de a poco y para cuando estalló el dólar, ya estaba casi todo saldado”.
La llegada a Tokio implica una serie de trámites más allá de pasar el control de migraciones. Después de retirar las valijas, debe uno pasar un chequeo donde de acuerdo a la cara del recién llegado quizás le toque responder -como a mí- algunas preguntas obvias sobre si se lleva cocaína, marihuana, éxtasis, armas de fuego o pornografía, entre otras cosas cuyo ingreso a Japón está prohibido.
A lo largo de las próximas semanas, mientras Los Pumas se juegan la clasificación a la siguiente fase, iremos abordando algunas de las particularidades de la sociedad japonesa y de las distintas ciudades que vayamos visitando.
Por lo pronto, la visita a Yokohama (segunda ciudad más poblada del país) en ocasión de Irlanda-Escocia (foto) nos permitió conocer el imponente estadio de la final del Mundial de fútbol Corea-Japón 2002 (la de los dos goles de Ronaldo a Oliver Khan) y que será también sede de la definición de este Mundial. Lo que sí, en esta suerte de ensayo que será el torneo para la capacidad organizativa de Japón de cara a los Juegos Olímpicos, una de las cosas a mejorar es la señalización o cambiarle el nombre a uno de los dos estadios de Yokohama. Porque Yokohama Stadium e International Stadium Yokohama suenan muy parecido, pero no son lo mismo, y no fueron pocos los irlandeses y escoceses que terminaron haciendo la previa con cerveza a casi 10 kilómetros del estadio correcto. Puedo dar fe de ello, porque yo también.