Soledad Ojeda denunció en la Justicia a los médicos que la atendieron en el parto de su última hija.
Tenía programada una cesárea en el hospital de Rosario de la Frontera, el 10 de enero del año pasado. Durante el embarazo, Soledad empezó a sufrir de presión alta, por lo que periódicamente se hacía controles y, según contó a LA GACETA, era muy cuidadosa en mantenerse saludable, ya que tenía temores. “Ya tenía 33 años; mi edad y la presión me dieron miedo. Quería un parto normal, pero me explicaron que no podía ser”, recuerda.
Cuando llegó el día pactado con el médico, fue con su marido al Hospital Melchora F. de Cornejo, el único nosocomio de Rosario de la Frontera. “Antes había clínicas privadas. El más grande nació en una privada y mis hijas en el hospital. Nunca había tenido problemas. Hasta ahora”, dice.
Una enfermera -la única que recuerda con buen trato- la ayudó a preparase para ingresar al quirófano. Ella en la camilla y con la sonda del suero en su brazo, el anestesista se acercó para inyectarle “la peridural”, pero la ausencia del obstetra lo paralizó. “¿El doctor Torres?”, preguntó el hombre.
“La enfermera llamó por teléfono al doctor y él le dijo que no podía ir por problemas familiares. Cuando se lo dice al anestesista, sentí que tiró algo y largó una puteada. No los veía pero se escuchaba una discusión y él que decía ‘siempre lo mismo acá’”, relata la mamá, quien recuerda que ella seguía desnuda con una bata, esperando tener a su bebé.
La enferma buscó una silla de rueda, la ayudó a bajar de la camilla y volvió a la habitación. “Quedate tranquila gordita que no pasa nada, te van a dar el alta y si necesitás algo, llamá a las enfermeras”, recuerda que le dijo la mujer.
Soledad necesitaba atención. “Tenía dolor de cabeza, la presión alta y, con todo esto, ya me dolía la panza”, cuenta.
Cuando llegó el obstetra Eduardo Torres, le dijo que tenía que darle el alta “porque no había agujas para saturar”. “Pero vos, tranquila, que te puedo derivar a Salta”, le dijo el médico, mientras esperaba la autorización de la gerenta del hospital, Claudia Aguirre, quien también fue denunciada por maltrato.
“Yo no podía respirar, me sentía mal”, comenta Soledad.
En el Hospital Materno Infantil de Salta, el médico que recibió a la mamá de Rosario de la Frontera le comunicó que no tenía la orden de derivación y le reprogramó la fecha de parto. “Me dijeron que no sabían nada y que nadie los había llamado. Me sentía lastimada en la vagina de tanto que subía y bajaba la camilla. Me sacaron el suero, mi hicieron controles y me dieron un papel para que vuelva a Rosario. Me habían dado fecha para inducir el parto, el 17 de enero”, relata.
Pasaron los días, Soledad seguía embarazada y a la espera de su bebé en su ciudad, a 180 kilómetros de la capital de la provincia. Buscó en ese tiempo la ayuda del municipio o del mismo hospital para volver a Salta en ambulancia. Pero no lo consiguió. “Me fui en colectivo de línea, viajé dos horas y media”, recuerda.
El 16 de enero, un día antes de lo previsto, Soledad fue al Hospital Materno Infantil. Allí, médicos y enfermeras le dieron las pastillas e indujeron el parto.
“Casi me muero, me largué a llorar. Veía como reanimaban a mi hija. Así nació la bebé: una semana después, con olor a podrido y reanimándola”, dice la mamá, que después de todo esto radicó la denuncia en la justicia. La causa aún no tiene carátula.
El Juzgado de Violencia Familiar y de Género del sur de Salta, hace un mes, dispuso que el personal del hospital de Rosario de la Frontera se capacite durante 30 días sobre Violencia obstétrica y parto humanizado.
Mientras, Soledad sigue en tratamiento psicológico y psiquiátrico. “Estuve medicada por ataques de pánico”, cuenta y a la vez recuerda las palabras del médico que reanimó a su beba: “Una hora más y la bebé se muere, me dijo”.
La nena ya dio sus primeros pasos y festejó su primer año. Está saludable. Solo necesita controles periódicos por una afección en los bronquios, producto de la falta de oxígeno al nacer, según explica Soledad, quien ahora quisiera ligarse las trompas de Falopio; pero teme volver al hospital.