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Reseña de Memoria del canto, de Aníbal Costilla

“Muy por el contrario de las propuestas poéticas que aparecen a diario, que suelen ubicar a la poesía como un producto de reflexión y pasividad para leerse tranquilo en ‘estos tiempos tumultuosos que corren’, este libro parece mucho más veraz: no existe la negación de la oscuridad.
04 Dic 2019
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(*) Por Mario Flores

La página web de Ediciones Camelot América (desde México, para la división latinoamericana del sello internacional de origen español con sede en Asturias) incluye el botón “Recepción de manuscritos”. Por lo que puede deducirse que el extenso y muy variado menú de publicaciones con el que cuenta su catálogo (en esta división sudamericana) tiene como principal núcleo, la voluntariosa tarea del autor.

[Por lo general, es el poeta el que busca y se informa sobre qué editoriales existen y cómo trabajan (aunque claro, esto sería lo ideal para los editores; la más de las veces, los autores son púberes viejos con manuscritos cuyo único propósito es dar fin a la propia ansiedad sin interesarse siquiera con quién están publicando)].

Una de las obras publicadas en 2018 (que formaron parte de la gira argentina que la editorial realizó por nuestras tierras, y que pudo presentarse en la feria Salta Expolibros de ese año) fue el sexto libro del santiagueño Aníbal Costilla (nacido en El Mojón en 1980). Sexto: la producción de Aníbal Costilla es basta, prolífica y parece inagotable (sólo en 2019 ya publicó dos títulos con sellos clave de la edición independiente: Dejarse llevar, con Niña Pez, y Esto parece eterno, con Rangún/Caleta Olivia). En este volumen, Memoria del canto, da rienda suelta a muchos de los tópicos que habitan sus poemas y que se revelarán como sus puntos de referencia: el paso del tiempo, los nacimientos y las muertes, y la constante construcción de una escritura posible.

Ninguna moralidad te salva. Así dice en uno de los poemas breves que están escondidos en Memoria del canto: “la canción se expande y el corazón explota / ninguna moralidad te salva”. Al principio, en Memoria del canto puede confundirse una secuencia de contemplaciones sensibles sobre el tiempo y el hombre dentro del tiempo: existe la evocación del pasado y de todo lo que alguna vez fue. Pero no es un compilado de poemas preciosistas sobre cualquier tiempo pasado que ‘siempre fue mejor’, sino un recorrido por esa línea de vida. El primer poema del libro arranca describiendo las nubes grises o negras del paisaje, pero no lo hace con la delicadeza clásica y naif de quien escribe un poema de campo. Él dice que las nubes son “como el humo de una bomba nuclear”, y que “van a iniciar la explosión con nosotros ahí dentro”. De pasividad, muy poco. Porque todo lo que apela a lo bucólico suele quedarse ahí nomás: contemplando el espacio circundante y componer un texto con ornamentos subjetivos. Aníbal Costilla, en este caso, me parece que da un paso más adelante. Están todos los elementos que pertenecen al mundo del naturalismo y de la poesía ortodoxa (el río, los paisajes de la infancia, el amor, el desamor, la espera, la distancia, las estaciones, la vida de provincias), pero están entendidos de otra manera. Hay un ángulo mucho más agudo y oscuro en la visión del yo: “esperar, esperar, esperar / así es el destino: quiere volvernos humanos”, dice. No se conforma con la idea de belleza: quiere que esa belleza sirva para algo, porque no solo de belleza estética se alimenta el hombre. Hay poemas dedicados a parar la pelota y entender la poesía desde una perspectiva más meditabunda, donde el poeta se sienta a la orilla del río Horcones (que ya lo conoce) o se tiende bajo el ruido de la lluvia. Pero más adelante, se vuelve más definida la búsqueda de un sentido para el caos y el desorden: “¿de dónde me vino la voluntad para entregarme a los abismos?”, “no tenemos futuro, porque hemos nacido de la mentira / no tenemos nada: somos el ciego rayo de unos ojos que no duermen”.

Muy por el contrario de las propuestas poéticas que aparecen a diario, que suelen ubicar a la poesía como un producto de reflexión y pasividad para leerse tranquilo en ‘estos tiempos tumultuosos que corren’ (¿cuántas veces hemos oído eso?), este libro me parece mucho más veraz: no existe la negación de la oscuridad. El hilo entre lo memorial y el porvenir es muy fino y peligra de cortarse todo el tiempo. “El núcleo del presente vuelve a detonar”, dice en un poema del final. Aníbal Costilla recoge esos elementos del mundo ya conocidos (lo propio, lo natural, el universo, los dilemas de la existencia del poeta), y lo combina con objetos más cruentos y verosímiles que existen por afuera de sus elucubraciones poéticas unipersonales (lo urbano, el desenfreno, “la lluvia de cuchillos” que es el enfrentamiento de la naturaleza contra la vulnerabilidad humana). Ya no es hora de los sonetos pacíficos que hablan del corazón, sino que es hora de “dejar de hablarle a la sombra de los fantasmas”. Esa búsqueda de lo real, de lo presente, es lo último que queda: “el mundo interno es un relámpago”, dice en el último poema que le da título al libro. Un gran equilibrio entre las fuerzas naturales y las palabras mundanas. Ese equilibrio en medio de la tormenta es lo que hace que valga la pena el recorrido.

Ciudades

Nubes como colchas cubren todo el cielo.

Lluvia de cuchillos caen sobre los techos descascarados

destiñendo la quietud de las terrazas.

Ciudades.

Vi ciudades completas caer después de las lluvias.

Las bocacalles reventaban como líquido eructo

y las avenidas daban saltos eléctricos de ranas

en medio del agua, sin hallar el corazón

del horror del mundo fisurado.

Ninguno de los dioses en los que creían

vino a socorrer a los ahogados.

Luego -y mucho después de esos diluvios-

el sol golpeó sus parches con un hueso

salado de hombre prehistórico.

Las ciudades bebieron todas las reservas de vino

que habían ocultado durante milenios

y -sabios y festivos- dieron a sus tripas y a su sudor

el alimento de grasa crujiente

que ardía en las parrillas de los festivales.

Todo recomienza en las ciudades

siempre, es la ley del amor urbano.

Todo renace en las ciudades,

como la explosión del sol cuando amanece.

(*) (Tartagal, Salta, 1990). Escritor y DJ. Autor de Hikaru (Editorial Nudista, 2018) y Necrópolis (Fondo Editorial de Salta, 2019).

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