Espectáculos Cultura

Comentario sobre la exposición “Ducha de lágrimas”

La obra fue recientemente inaugurada en el salón de planta baja del Museo de Arte Contemporáneo Salta.
17 Dic 2019
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Por May Rivainera (*)

Entre las numerosas posibilidades, algunos verán al arte como producción de belleza, otros como uso de la belleza para vehicular un mensaje más bien escabroso, y están los artistas que hacen del mundo del arte su campo de referencia. Entre estos últimos está “Ducha de lágrimas”, recientemente inaugurada obra en el salón de planta baja del Museo de Arte Contemporáneo Salta. Se reconoce este tipo de artista cuando al ingresar a la sala de exposición, la sensación es de estar ante algo inconcluso, inacabado, ese momento en la gestación de una tormenta cuando se ve la luz de un relámpago y una queda a la espera del ruido; algo parecido sucede cuando se pasea por esta sala, se está en ese intersticio antes del trueno.

Sucede quizá que son ese tipo de artistas que viven en obra, la obra es la vida y la obra siempre en proceso. Diríase que la costumbre de poner en el museo el proceso afecta de modo tal, que esa exposición termina por ser parte de la obra también. Un salón amplísimo donde Matías De La Guerra no rechaza poner el propio proceso a hablar con les espectadoris; lo cual no es una obviedad, y aunque parezca un despropósito decirlo, la obra no existe para un público aunque no falte público para el arte. Hay varias paredes en esa planta baja, ninguna deja de reclamar la seriación de objetos.  

Dado un objeto equis, se replican en cuantas unidades permita el espacio y se los dispone a la mirada. Qué es si no un método industrial al servicio del mercado; la cultura capitalista, sí, porque también atraviesa al arte. Ese no lugar del mundo, en el que pareciera que rigen otras leyes que las del comercio… No, Ducha de Lágrimas pone de manifiesto que de ninguna manera. Está esa instrumentalización del cuerpo propio (el de Matías de la Guerra) para la multiplicación de la obra. La Obra, esa cosa absolutamente única y sola, que viene al mundo a nada, para nadie, porque no le es prohibido y en nombre del placer de hacer como si se trabajara, no trabajando en el sentido fabril. Obra tomada por el imperio de la producción masiva, en términos formales. Luego está la cita al artista pero también al arte, aquí en lugar de La Fuente de Marcel Duchamp, hay un bidet volcado e intervenido por las obsesiones de Matías De La Guerra. Lo menos que se puede decir es que lo que estamos viendo mana de esa fuente, antigua ya pero matriz de un modo de pensar el arte contemporáneo.  

Si en las producciones fotográficas de éste artista había el cabello como adorno que embellece el cuerpo, el corte con ese periodo de su obra se observa en el uso que en ésta muestra hay de esa célula muerta que son los pelos. En una pared tenemos jabones con hebras adheridas… Qué habrá tan desagradable como encontrar pelo en un jabón, cuando no es el propio. Excepto que estos cabellos proceden sin dudas de la cabeza; no interesa, la imagen es potente, remite sólo aludiendo, al encuentro con vello púbico en esos jabones de familia que se comparten. Por qué no, la preocupación adolescente al quitar los vellos del jabón para ocultar una sexualidad incipiente.

La sexualidad puberal, esa puerta que al buscarla se encuentra une con un hueco donde debiera estar el picaporte y, hallado ya éste, nos damos con que está atornillado a una parte de puerta desligada de la puerta. Ese momento cuando encontramos, quizá, la puerta completa pero al intentar abrirla nos quedamos con el picaporte en la mano y una ventana abierta en la puerta cerrada, ventana suficientemente estrecha como para no poder hacer pasar por ahí el propio cuerpo. Y mirar a través. 

Después de la obra de la puerta, que en realidad por cómo está montada se entiende que no hay más que pared detrás y más bien, que lo transitable es el espacio donde se desliza el cuerpo antes que ese umbral simbólico de abrirla o cerrarla. Pasando ese no lugar, decía, otra parte de la obra. Ahí un video que pareciera una fotografía dinámica, se presencia cómo al artista le cortan el cabello. Hay en la mitología, como en las culturas indígenas y en el mismo arte, diversas metáforas de lo que representa la pelambre. Si se tomaran el significado más lejano en el tiempo como el más cercano, allí habita la identidad; en las comunidades: como albergue de la memoria y del tiempo, en la ciencia: depósito de información genética, de adn. A la derecha una mujer con largos cabellos, a la izquierda una con melena breve, en el medio el artista: cabello largo siendo cortado. ¿Qué está diciendo, por qué lloran? Pienso que no equivoco si digo que habla de la costumbre del pelo corto para varones y largo para mujeres… Costumbre ya superada, representativa no obstante, de ese cúmulo de atributos que adjudicamos al rol de cuerpos que portan las enésimas subjetividades posibles. Lágrimas. 

Si esta obra-proceso es contundente, es en cómo pone al descubierto que lo autobiográfico está atravesado por una sociedad; de allí que al público eventualmente le llame la atención aún cuando no nos resulte claro explicar por qué, sucede tal vez que nos remita a esos conflictos que cada quién a su manera, tiene que resolver porque una sociedad le pide que decida. Que decida y pronuncie de qué lado de la humanidad se está, del de las mujeres o del de los hombres, bajo el mito del amor es la manera más romántica en que esta norma social se nos enseña. 

Pero no sólo autorreferencial, también está ese acto irreverente e irónico de la banana con cinta industrial. Esto sí para el mundillo del arte y sus productores, no puede más que dar risa y hacer entender, dicho una vez más (como ya lo hicieran Duchamp y el popart, los dadaístas), que no hay que engañarse con el afán de inventar algo novedoso; mientras, en todo caso, la novedad viene casi por casualidad o azar, tal como dijera Marcel Duchamp de los quiebres en su El Gran Vidrio, que eran parte de la obra. 

No exagero si opino que hubiera bastado con esa pieza incomprensible de cerámica sobre una esponja metálica dorada sin uso. Lo único que hay para entender ahí es la historia de la obra del artista, ¿autorreferencial? Sí, pero no autobiográfica. Ese objeto es la inutilidad hecha materia, pero no sin historia sino como producto de la historia, es decir, de los lugares por donde le artiste con sus obsesiones ha pasado en la búsqueda. Se trata de una pieza de cerámica que recuerda los cabellos, el jabón, y una dice: no estaría mal en un baño excepto por la esponja de cocina. De manera que se desprende de allí un aura de dislocación, de estar ante una cosa descolocada, pieza que hubiera llenado ya la sala… Lo demás redundaría, si no fuese porque el público va a buscar con qué más entretenerse al museo, sin dudas necesaria la referencia a Duchamp: ese casi mito de un artista explorando durante años un material: el ajedrez, en su caso. 

Hay quienes reconocen que el amarillo es un rasgo que diferencia la obra de Matías De La Guerra, vale decir que él sólo ve en blanco y negro, si elige el amarillo es porque vibra en amarillo; del color percibe antes su frecuencia que el pigmento. En un momento durante la inauguración, se ve aparecer a la madre vestida como en una de las escenas en la fotografía de le artiste, no era ciertamente la madre con la misma ropa. Era la obra viva. 

(*) Escritora, poeta.

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