Confiesa que lo más osado que hizo fue el Mototour 2017 junto a Marina Fages, con la cual recorrió 11 mil kilómetros de montañas, altiplanos y selvas por Argentina, Bolivia, Perú y Chile, brindando 25 conciertos a lo largo de dos meses. Entre todos los que les tocó tocar, su preferido sigue siendo Charly García y elige como mejor tema “Yendo de la cama al living”, aunque no deja de mencionar “Cinema Verité”.
Fernando Samalea presentó su último libro “Nunca es demasiado”, con el que cierra una trilogía autobiográfica que abarca el período 2010-2017, y donde cuenta sus vivencias con lujo de detalles. El baterista y bandoneonista ha tocado con grandes estrellas del rock, pero también con Joaquín Sabina.
En el libro hay una página en la que cuenta su paso por esta ciudad y celebra el título de una entrevista de este diario “Dos ruedas infladas de rock”.
- El subtítulo de tu libro es “Una larga historia de rock”. ¿Cuáles crees que fueron momentos de quiebre, de ruptura, de altas y bajas del rock?
- Ese subtítulo puede ser un poquito engañoso, y temería empantanarme al hablar en plan ‘analista rockero’. Más que nada, porque coincido con la mayoría: ya sabemos del subidón con Los Gatos, Almendra y Manal en los 60, de la irrupción posterior de Sui Generis y Pescado Rabioso, del tenerlos a Spinetta y García treintañeros haciendo estragos en nuestras emociones, luego a Calamaro, Fito, Soda o a los Kuryakis moviendo caderas, e incluso algún bajón por ahí, qué decir… Soy más de aceptar que de juzgar. Es indispensable que los jóvenes encuentren referentes contemporáneos, sin mirar demasiado a sus predecesores. Tampoco quisiera sonar a plomazo pragmático. Hay muchas verdades y puntos de vista dando vueltas. En lo personal, por suerte, pasó de todo. Desde ese llamado telefónico de García en 1985, mientras grababa “Tango” con Pedro Aznar en Nueva York, en el cual me propuso ser el baterista de su banda. ¡Salté hasta el techo! Hoy continúo muy curioso por lo nuevo.
- ¿Qué te gusta del rock internacional que escuches con frecuencia?
- Además del bagaje sinfónico tipo ‘The Lamb Lies Down on Broadway’ de Genesis, que heredé de la adolescencia, escucho tanto al dúo californiano Knower como a Billie Eilish. De Sudamérica, mi favorito es el chileno Alex Anwandter, al estilo pop galáctico.
- Entre todos con los que trabajaste, ¿cuál fue más complicado?
- ¿Complicado a nivel musical? Supongo que ciertas rarezas instrumentales con Electric Gauchos en Seattle, o lo de Sebastián Volco en París. También, aprenderme las partes de bandoneón y vibráfono súper intrincadas para los shows con García & The Prostitution. En cuanto a otro tipo de complicaciones, confieso que me gusta cierto caos o desorden. Están ligados a la esencia del género, ¿No? Bastaría pensar en el propio Lennon, Hendrix, Janis Joplin, los Led Zeppelin o Keith Moon, el baterista de The Who. También me agradan los espectáculos ‘guionados’ al milímetro, como “Sign O’ The Times” de Prince, ‘Stop Making Sense’ de Talking Heads o ‘Secret World Tour’ de Peter Gabriel. Son lecciones de energía y calidad, que tampoco escatiman locura. Si algo está demasiado organizado, me suena a tarjetas de crédito o bonificaciones de celulares y pierde un poco el encanto.
- ¿Cuáles eran las similitudes y las diferencias entre Charly y Cerati?
- Con Gustavo nos conocimos al compartir ‘Fricción’ en 1984, cuando Soda Stereo aún no era popular, mientras que a García lo descubrí siendo público de La Máquina de Hacer Pájaros, Serú Girán y las presentaciones de ‘Yendo de la cama al living’, ‘Clics Modernos’ y ‘Piano Bar’. Por lógica, eso condicionó mi relación con ambos desde el vamos. Sin duda se trata de dos figuras populares energéticas y sensibles. García con una pátina dadaísta y volada, y Gustavo con los pies más sobre la tierra, quizá.
CON CHARLY GARCÍA. Después de la grabación, el músico (a la derecha) departe con su artista favorito.
- Ser buen baterista ¿es un tema de potencia, fuerza, energía?
- Aclaro que no soy tan ‘experto’ y que lo mío es solo pasión por el ritmo desde la niñez. Prefiero reservarme cierto estado de aprendiz. No sé mucho de maderas, modelos o platillos, y elijo relacionarme con los tambores desde un lugar fantasioso, medio Disney Channel. La actitud y entrega son claves para que alguien destaque, y es una premisa válida para cualquier instrumento. Siempre habrá lugar para crear, aunque sea desde el más puro minimalismo. Pero, depende de cada estilo. En el rubro canción, se han instaurado convenciones de acompañamiento que no valdría la pena alterar a esta altura. Como decía Borges: ¿Por qué no vamos por la escalera, que está totalmente inventada?
- ¿Con qué se va a encontrar el lector en el texto?
- Espero sacar alguna sonrisa. A pesar de tratarse de tres libracos de más de 500 páginas cada uno, intenté el humor y no dar respiro, como en una película de acción. Sabía que contaba con buenas historias, que involucraban a artistas muy admirados, así que corrí con ventaja desde antes de tipear una letra. Con respeto y gratitud, busqué navegar por el arte de entretener, pensando en los lectores que se interesasen y en el libro que me gustaría leer a mi.
-¿ Seguís recorriendo el país en tu moto?
- Claro, es naturaleza explícita, como si tu cuerpo flotase a través de paisajes de ensueño. Puedo abordar la ruta en plan distinción, o yendo a dar ‘charlas informales ad honorem’ a chicos y chicas de distintos lugares del país. Nuestro paso por San Miguel de Tucumán cobró un carácter mitológico. Actuamos en el pub Casa Managua junto a los locales Pocas Palabras, cuyo verborrágico baterista Sebastián Uro, además de prestarme su Mapex verde, había organizado todo con cariño y mucho diálogo. ¡Contradiciendo el nombre del grupo! Hasta pudimos visitar la histórica Casa de la Independencia y, en cuanto al registro periodístico, nos llevamos el mejor titular de la gira, justamente en La Gaceta: ‘Dos ruedas infladas de rock’. ¡Insuperable!