Hay aspectos de la convivencia que el coronavirus pone sobre el tapete. Para muchas ciencias (aquellas que hoy están enfocadas en el abordaje médico de la pandemia) se trata de cuestiones secundarias, pero otras disciplinas, como la sociología, ayudan a visibilizarlas.
En 2011, cuando se analizó el abordaje de la emergencia del virus H1N1 -o gripe A-, una de las pandemias que antecedieron a este coronavirus, se advirtió que los gobiernos no habían realizado las consultas necesarias a especialistas de aquellas áreas. Es una de las conclusiones a las que llegaron expertos de la Comunidad Europea en el documento “Ciencia, H1N1 y sociedad: hacia una sociedad más resistente a la pandemia”. El celo por el manejo de la información no había contemplado en ese entonces la sensación de temor que embargaba a las poblaciones afectadas,
Han pasado casi 10 años y las cosas han cambiado en ese aspecto. Y quizá, hablar de una sociología del coronavirus -algo en que coinciden los expertos- sea la clave a la hora de repensar al covid-19 y su impacto en la sociedad.
La doctora Roxana Laks, socióloga, resalta que la circulación del coronavirus en nuestro país es novedosa para todos, y como tal ha generado reacciones diversas. Por eso toma como ejemplo ese documento que citábamos.
ROXANA LAKS. “La anomia es el desapego a las normas”.
Esta primera etapa del aislamiento social obligatorio decretado por el presidente Alberto Fernández, como método para evitar la propagación del virus, ha demostrado ser un pedido difícil de cumplir para muchos argentinos. Por los motivos que sean, miles de personas evadieron la cuarentena y salieron a las calles. En Tucumán, sin ir más lejos, a partir de las tareas que realiza el Ministerio Público Fiscal se contabilizaron, en los primeros 10 días de confinamiento, más de 1.500 detenidos por incumplir la norma.
¿Cómo interpretamos eso? En opinión de Laks, hay una palabra que lo resume: anomia. “La anomia es el desapego a las normas”, explica, y agrega: “es el estado de desorganización social o aislamiento del individuo como consecuencia de la falta o la incongruencia de las normas sociales”. Y, en su opinión, existe una correlación directa entre la crisis de las instituciones en nuestro país y la desconfianza en las medidas adoptadas lo que explica el comportamiento de los argentinos.
Es malo, pero no nuevo
Pero ojo, es un comportamiento que no difiere de lo que vemos en otras circunstancias. Pasar un semáforo en rojo, estacionar en zonas no permitidas, tirar basura en la vía pública y otras tantas desobediencias integran la lista de las inconductas frecuentes. “Hay lazos que se sueltan. Quizá ya estaban rotos, por eso la gente no acata”, reflexiona Laks y analiza las razones por las cuales se ponen en tela de juicio leyes y reglamentos.
“Hay diversas ‘razones’: porque se consideran injustas, o caducas; porque no se exige que las cumplan todos igual, y un largo etcétera. Lo cierto es que la pandemia nos encuentra así, con desconfianzas, pero con necesidad de un Estado que nos proteja”, señala.
Como contrapartida, hay conductas positivas que también emergen en situaciones de riesgo: el control social, por ejemplo. Es la estrategia que toman los propios individuos para anticiparse ante la amenaza que pudiera ocasionar la transgresión de una norma. “La norma hoy es clara, quedarnos en casa porque podemos enfermar. La ciudadanía busca rescatar el control perdido”, explica Laks.
Pero también está costando ejercer el control social sin la presencia del Estado. Ese control social también se ha debilitado. “Por eso se reclama la presencia de las fuerzas de seguridad, porque solos no podemos; porque los lazos sociales se han vuelto endebles y tratamos de todas maneras de reconstruirlos en la urgencia”, agrega.
Otro análisis
Por su parte, Mario Riorda especialista en Comunicación Política y director de la Maestría de la Universidad Austral, ha estudiado la figura del Estado en circunstancias de riesgo -o crisis- como la que atravesamos, y entiende que el Presidente debe acercar una imagen creíble que no caiga en la tentación de mostrar sólo buenas noticias.
Los días que han pasado, han sido una suerte de prueba de fuego para Alberto Fernández, que ha ensayado junto a su gabinete, variantes para “manejar” la situación con firmeza, pero sin generar pánico.
“El poder coercitivo o de aplicación de Justicia que tiene el Estado tiene que ver con penalizar las conductas indebidas. Por lo tanto es central comunicar certezas, aunque resulten amenazantes”, asegura Riorda. De lo contrario -agrega- observamos que son los ciudadanos quienes sancionan con fuerza las malas prácticas. Un ejemplo es la denuncia.
Otra cara
Quizá sea la característica más peligrosa de la expansión del covid-19 en el mundo: la infodemia, término acuñado por la OMS (Organización Mundial de la Salud) y tomado por muchos expertos para hablar de la propagación de otra pandemia, producto de una mala información o de la desinformación, con las consecuencias que acarrea.
“La desinformación no siempre es malicia”, explica Riorda, pero aclara que el problema surge cuando no podemos distinguir las fuentes de información confiable. Y para explicarlo se apoya en datos. “Entre enero y febrero se crearon 4.000 sitios nuevos dedicados al coronavirus. Entre un 3 y 8 % son maliciosos. El 90% restante no es malo, pero el uso que se hace de la comunicación no es el adecuado”.
¿Que quiere decir? Que la veracidad de los hechos se confunde fácilmente con lo que parece verdadero o es creíble (verosimilitud). Riorda aconseja entonces remitirnos a dos tipos de fuentes oficiales. Por un lado, los organismos internacionales especializados como la OMS, por ejemplo. Y por otro, lo que comunican los gobiernos.