“Yo entiendo lo que quiso decir Tevez, pero no es lo que dijo. Habló por todos los jugadores cuando, en Argentina, los jugadores de élite son diez”. Luis “Pupi” Salmerón, 38 años, goleador mítico en Ferro, actualmente en Los Andes, me reiteró el viernes por la noche, en una entrevista radial, su enojo con Carlos Tevez, porque “Apache” había dicho aquello de que “el futbolista puede vivir seis meses, un año” sin cobrar su salario. Parecía obvio que se refería a jugadores como él, pero no lo dijo así y tampoco aclaró luego. Y el ascenso le respondió entonces con los tapones de punta. Y no solo el ascenso. ¿No dijo acaso el arquero uruguayo Martín Campaña, que tiene compañeros de equipo a quienes les cuesta pagar el alquiler?. Y su equipo, recordamos, es Independiente, uno de los cinco grandes del fútbol argentino.
Se trataría de una lucha de clases de futbolistas que tiene al denominado “jugador del pueblo” representando paradójicamente a una élite. Y que además refleja en cierto modo la brecha social que se agravó en los últimos años en el mundo. Una élite cada vez menor pero a su vez más rica y el resto, aunque con diferentes escalas, que vive literalmente en otro planeta. Como sea, esa supuesta lucha de clases futbolera quedó relegada ayer por la información de que no tendremos fútbol acaso hasta junio (y sin público por varios meses), sin descensos y con 30 equipos. Pero fue el propio presidente de la AFA, Claudio “Chiqui” Tapia, quien dijo, acertadamente, que, al menos en estos tiempos, lo menos importante es cómo se define la continuidad del fútbol. Que lo más importante es la salud.
¿Cómo pedirle además al fútbol que defina su continuidad si todavía el mundo -político, científico, médico- no sabe y discrepa acerca de cómo seguirá todo? ¿Cómo predecirlo si tenemos ciudades en las que se mueren a razón de 1.000 ciudadanos por día? ¿Si algunos se ponen barbijo obligatorio y otros no? ¿Si nos dicen que el virus se modifica? ¿Si nos dicen que los números oficiales son en todos lados hasta 10 veces menores a los reales? ¿Si aún hoy tenemos presidentes que se burlan de lo que dicen sus propios ministros de Salud? ¿Si en ciudades cercanas como en Guayaquil mueren en las calles como si nada? ¿Si hasta en las capitales más desarrolladas del mundo queda desbordada la infraestructura sanitaria? ¿Si hay médicos que dejan sus testamentos porque creen que la muerte los acecha como a nadie?
El fútbol, obvio, tiene razones para no definir todavía cómo seguirá. ¿Acaso no nos suenan también incoherentes los anuncios locales de que comenzarán a levantarse restricciones en algunos días cuando por otro lado se nos informa que se acercan números inevitablemente mayores de muertos y de infectados que los que sufrimos por ahora?
Lo que sí el deporte ya sabe, porque es obvio, es que, al menos en lo inmediato, nada volverá a ser igual. Los dineros inflados por la TV se redimensionarán. Y las principales estrellas, no los jugadores del ascenso, ya han acordado drásticos recortes en sus salarios. Lo que deportistas del ascenso no saben es si conservarán trabajo. Si acaso ese sueldo más acotado les servirá para mantener una vida digna. Porque todo se reducirá.
Claro, nunca esa reducción será igual para el megamillonario que para el obrero. Hemos visto en los últimos días a magnates aconsejando cuidados desde sus megayates de 500 millones de dólares, autoaislados en el mar y atendidos por sus empleados. Se burlan de todos. Salvando las distancias, por eso estamos obligados también a cierta prudencia cuando algunos ídolos, bien intencionados, piden quedarse en casa desde jardines o gimnasios propios. Pateando rollos de papel higiénico o recomendando series de Netflix. O cuando ídolos como Tevez generalizan su situación de privilegio.
En Inglaterra, donde está la industria más millonaria del fútbol mundial, y donde primero se minimizó la pandemia (hasta que cayó enfermo el propio primer ministro Boris Johnson), el ministro de Salud apuntó contra los millones del fútbol. Dijo que mientras los médicos arriesgaban sus vidas en los hospitales los jugadores ricos debatían si achicaban o no sus salarios. Y lo señaló como una inmoralidad. Algunos creyeron que el ministro lo hizo para desviar la atención sobre ciertas malas decisiones del Gobierno inglés. Para que los futbolistas millonarios ocuparan el lugar del villano. Pero también fue cierto que irritó ver que clubes supermillonarios como Tottenham se acogieran a beneficios gubernamentales para pagar a través de dineros públicos los salarios de sus empleados. Sonó a burla. Es una burla. Pero si hay que elegir un símbolo de los nuevos tiempos allí está la Villa Olímpica de los Juegos de Tokio: ya no alojará a miles de atletas a partir del 24 de julio, como estaba proyectado. Ahora, según los últimos informes, podrá convertirse en refugio para enfermos de coronavirus.