La suspensión indefinida de la actividad deportiva nos pone en una situación para la que no estábamos preparados, pero al mismo tiempo nos ofrece una pausa para revisar el cajón de las fotos viejas, esas que retrataron momentos históricos del deporte local. De todos modos, aunque la noción de “histórico” se asocie con una larga regresión, no hace falta irse tan atrás. Apenas seis años y medio, a octubre de 2013.
Daniel Hourcade está yendo hacia el Hospital Italiano para un examen de rutina cuando le suena el celular. Es Agustín Pichot, quien por entonces todavía no mastica la idea de ser “chairman” del rugby mundial, pero sí tiene injerencia en las decisiones de la Unión Argentina de Rugby. En boca del ex capitán, el tucumano se entera no sólo de la renuncia de Santiago Phelan a la conducción de Los Pumas por la exteriorización de internas en el plantel y en el staff, sino de que ahora será él quien asuma esa función. La noticia lo sorprende, más por lo abrupta que por el contenido en sí: el contrato de “Tati” finalizaba apenas dos meses después, y de acuerdo al sistema de la UAR, Hourcade -entrenador de Jaguares y Pampas, el semillero de Los Pumas- aparecía como el sucesor natural. Sin embargo, no era esa la forma en la que esperaba ver cumplido un sueño que albergaba desde hacía muchos años, y por el que había trabajado arduamente.
Muchos no lo reconocían, porque rompía con la tradición de haber vestido los colores celeste y blanco como jugador, pero para entonces su currículum como entrenador reflejaba éxitos por todas partes: en su club, Universitario, en Huirapuca, en el seleccionado tucumano, en Portugal (fue campeón de liga y luego llevó al seleccionado mayor a clasificarse por primera vez a un Mundial) y también en Pampas XV (el antepasado de Jaguares), con el que había ganado la Vodacom Cup en forma invicta en 2011. A los 55 años, le había llegado su oportunidad en Los Pumas.
“Fue cumplir un sueño, el de toda mi vida. La oportunidad de poder plasmar en forma directa una idea de juego, que es por lo que siempre luché”, lo recuerda hoy el primer tucumano de nacimiento en llegar al mando del seleccionado mayor argentino. Antes lo habían hecho dos tucumanos “por adopción”: el bonaerense Guillermo “Willy” Lamarca y el mendocino Alejandro Petra.
Precisamente, esa era la idea del “Huevo”: imprimirles a Los Pumas la idea de juego dinámica y vertical que había profesado desde siempre y que tanta resistencia encontraba en su Tucumán natal, por resultar contradictoria a su histórica identidad. “Hoy ese estilo de juego como que es normal, pero en las épocas de la famosa ‘Naranja’, imponer una idea de juego diferente a la del scrum y el maul era muy dificil. Lo intentamos, pasó un tiempo para que eso se diera, pero una vez que entró, quedó para siempre. Hoy se ve otro rugby, más allá de la evolución lógica que tiene el juego, creo que también tuvo que ver una impronta que tuvo el seleccionado tucumano en esos años que estuvimos entrenándolo”, repasa Hourcade, que intentó plasmar ese mismo cambio de chip en Los Pumas.
Tampoco fue fácil. Le llevó mucho tiempo, esfuerzo y críticas, pero lo consiguió, y el seleccionado comenzó a achicar la brecha que lo separaba de las potencias. Ese era su objetivo, más que conseguir triunfos ocasionales: que Los Pumas evolucionaran, que jugaran un rugby mejor y más moderno, que les permitiera perderle el respeto a los mejores. Para él, la forma también importaba: de poco servía una victoria si se justificaba desde la suerte o desde una camada excepcional de jugadores y no desde el juego mismo. Sólo así el crecimiento podía ser sostenible y, por tanto, genuino.
Sin embargo, los resultados también pesan (sobre todo en un país que se basa en ellos como medida del éxito), y aunque logró triunfos históricos, como el primero en el historial ante Sudáfrica y la paliza memorable a Irlanda en el Mundial de Inglaterra 2015, y estuvo cerca de lograr otros de igual impacto, en los últimos años su ciclo acusó el desgaste y su mensaje perdió el impacto en el plantel. Fue ahí que entendió que debía dar un paso al costado y no dudó en hacerlo. “Creo que, más allá de cosas por corregir, pude implementar esa idea y ya no hay marcha atrás con eso. A partir de ahí se va creciendo”, destaca.
Dos años han pasado desde entonces, y el presente encuentra a Hourcade en otro lugar. “Hoy estoy muy bien, cumpliendo un rol muy diferente -sostiene-. Me costó dejar de ser entrenador, pero entendí que es una etapa cumplida. Ahora transmito experiencia en Sudamérica Rugby con la Superliga Americana, que es un proyecto que no tiene techo. Necesitamos que la región crezca para tener mejor competencia cercana. Estoy muy cómodo y entusiasmado con este nuevo desafío”.