HISTORIA
EL ENIGMA BELGRANO
TULIO HALPERIN DONGHI
(Siglo XXI - Buenos Aires)
El ensayo que nos ocupa parte de un fracaso. El autor confiesa que había querido plasmar un perfil de Belgrano y que la figura se le había esfumado en el intento anterior. En El enigma Belgrano se dedica a recuperar la silueta perdida del general porteño. El esbozo que elabora Halperin Donghi parte de un supuesto que es anunciado en el inicio: Belgrano es un enigma. Las pistas para descifrarlo, sostiene el autor, debemos buscarlas en el mismo Belgrano. ¿Qué es lo que tiene de misterioso alguien que es considerado el creador de la bandera y un héroe de la Independencia?
Dos autores son claves para pensar el enigma. Uno es el general Paz. El otro es Mitre. Tanto uno como el otro refieren una serie de sucesos que han pasado quizás inadvertidos en los textos escolares, aquellos que gritan sin revisión el brillo del héroe. Cita Halperin a Paz en sus Memorias póstumas: “El general, sin embargo de su mucha aplicación, no tenía, como él mismo lo dice, grandes conocimientos militares...”. Esta cita no es caprichosa sino que funciona como el inicio del ovillo que desenreda Haperin para armar un retrato en fuga de Belgrano.
Halperin Donghi basa su investigación en la lectura de las cartas familiares. Leemos el análisis de los mensajes entre el hermano de Belgrano -quel que estudió teología- y su padre y las del propio Manuel Belgrano y su padre. Entre las cartas, el historiador descubre una personalidad débil, un sujeto que reconoce sus falencias y sus dificultades. De este modo, Halperin ensaya una imagen a contracorriente de las pompas oficiales y del fasto histórico.
Asimismo, Halperin sostiene que Belgrano nunca se sintió cómodo ni como servidor de la monarquía ni como revolucionario en “ese mundo cuyos secretos había creído dominar plenamente”. En ese marco, Belgrano sufre una doble decepción: por un lado, el mundo es peor de lo que él había imaginado y, en segundo lugar, él siente que no está capacitado para desempeñar con éxito el rol que le ha tocado.
Según Halperin, la Autobiografía y las cartas con Moreno (y otros) no solo dan cuenta de una “desolada visión retrospectiva” sino que muestran también un egocentrismo que corre a la par de una angustia por no estar a la altura de los requerimientos y de las expectativas. Dice Halperin: “ese egocentrismo que lo llevaba a usar la mayúscula inicial cuando se refería a sí mismo… tenía por contrapartida la angustia de quien nunca pudo estar seguro de que sería capaz de mostrarse a la altura de las desmedidas expectativas”.
Después de su recorrido la correspondencia, Halperin vuelve al punto de partida y retoma la pesquisa inicial. Cita nuevamente a Mitre y a Paz y lo hace para referir una escena curiosa, ese tipo de escena que fascina a un director de cine o a un novelista como Andrés Rivera. Aunque la anécdota no es una ficción, lo parece. Y es justamente en Dorrego, según Halperin, en donde tanto Mitre como Paz encuentran “la clave para el enigma Belgrano”. Dice Mitre: “Incorporado Dorrego al ejército no tardó en dar motivo de disgusto al nuevo general… En una de las sesiones de la academia de jefes… San Martín… trataba de uniformar las voces de mando. Belgrano por su calidad de brigadier general ocupaba el puesto de preferencia… San Martin dio la voz de mando que debían repetir los demás sucesivamente… Al repetir la voz el general Belgrano soltó la risa el coronel Dorrego”. San Martin reprendió a Dorrego y dio de nuevo la voz de mando. Dorrego volvió a reírse de Belgrano. San Martin tomó un calderero y golpeó la mesa bruscamente. Se enojó mucho con Dorrego. Posteriormente, Dorrego fue desplazado a Santiago del Estero como castigo.
A pesar de esto, dice Halperin, tanto Mitre como Paz han contribuido “a plasmar la imagen de Belgrano que pervive en la memoria colectiva”: un héroe propicio para un tercer milenio inhóspito, estoico prócer que supo hacer frente a un mundo incomprensible, como el nuestro. La memoria erige, entonces, una figura tutelar más allá de las cartas y de las anécdotas que lo dibujan como un incapaz y como una “víctima de un misterioso destino”.
© LA GACETA
Fabián Soberón