Es diciembre de 2013. Roque tiene 50 años, está divorciado y vive solo; su principal bien es un almacén barrial. A pedido de un amigo, toma como empleado a David, un joven de 20 años. A los pocos días, comienza el acuartelamiento de la Policía provincial y ocurre una serie de saqueos. Su negocio está en riesgo y afloran las contradicciones entre ambos.
Este es el argumento de “Ahí vienen”, el cortometraje codirigido por Pedro Ponce Uda y Lucas García y con Fernando Godoy y José Pereyra como protagonistas. El elenco se completa con Rodo Juárez, Pablo Medina y José Gramajo. Los técnicos y asistentes también son tucumanos e Ignacio Klyver es el productor.
“Somos una generación que está muy marcada por esos saqueos, pero en esta historia son el telón de fondo, la amenaza que comienza a sentirse lentamente hasta estallar. Nos centramos en los dos personajes: uno huraño, frío y solitario, y el pibe que viene de los sectores populares con un historial de conflicto con la Policía. No quieren estar juntos, se observan y se miden constantemente, como en una pelea de boxeo donde ninguno se anima a tirar el golpe. La tensión está en ellos, para abordar los prejuicios de clase”, describe García.
La película ya está filmada y en postproducción, en un trabajo que va insumiendo cuatro años. Fue el único proyecto del interior del país (entre los 14 elegidos) que ganó el concurso Historias Breves en 2018 del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa).
- ¿Qué encontraron en el trabajo que no habían previsto?
- Desde el comienzo supimos que el guión era solo la base, el punto de partida para construir los personajes a través de los ensayos y de los aportes de cada actor. Queríamos un tono naturalista y darles lugar para que, desde su rol y su experiencia, nos ayuden con los perfiles, los diálogos y las distintas situaciones. Comenzamos en noviembre, y desde ese momento todo lo que apareció fue nuevo y mucho más interesante de lo que ya estaba escrito. Esa transformación continuó más cuando tuvimos las locaciones definitivas y finalizamos las puestas de cámara de cada escena, porque la disposición de cada una de ellas define la ubicación y los movimientos de los personajes, y con ello también se modifican los gestos y los diálogos.
- Fue un proceso dinámico...
- Antes de filmar cada plano ensayábamos rápidamente; lo nuevo que surgía, tanto en los textos como en la puesta, lo dejábamos. Entendíamos cuál era el concepto general y central del relato, y eso era lo importante. Siempre estuvimos abiertos al aporte de los actores y del equipo técnico a la hora de filmar.
- ¿Cómo construyeron el entorno de violencia latente?
- Lo más importante fue jugar con lo contenido, con eso que no se puede expresar pero que se manifiesta en el ambiente y en los cuerpos. El lenguaje audiovisual tiene esa capacidad, siempre buscamos manifestar en el exterior lo que pasa al interior de los sujetos en pantalla. El entorno nos ayudó. Buscamos construir un ambiente abigarrado y agresivo visualmente, descompensado en algún punto. A la vez utilizamos una puesta en escena que diera cuenta de esos elementos, buscamos que la cámara “le tome el pulso” un poco a cada situación.
- Terminaron de filmar justo antes de que empiece la cuarentena...
- Fue interesante porque casi que no tuvimos margen de error. Si algo se trastocaba demasiado, no sabíamos cuál iba a ser la resolución. Filmamos en seis jornadas: cuatro en Villa Alem, donde combinamos exteriores e interiores, y dos en la zona de Maipú e Italia. La sensación fue extraña, porque todo el país estaba en plena incertidumbre mientras nosotros tratábamos de tomar la mayor cantidad de recaudos posibles en medio de un rodaje en el cual, día a día, se nos presentaba un avatar nuevo a resolver. Fue un gran logro terminar el rodaje en esas condiciones y lograr la precisión para no tener aspectos colgados que hubiesen obligado a una situación verdaderamente incierta. Lo hicimos gracias a un gran equipo técnico y artístico.
- En el acuartelamiento de la Policía, de algún modo, también hubo una suerte de confinamiento. ¿Existe algún punto de contacto con el presente?
- Puede haberlo, pero creo que el principal punto de contacto es el miedo. ¿Qué hacemos con ese miedo? ¿Dejamos que nos inmovilice? ¿Vemos en el otro un semejante o lo transformamos en una amenaza, un enemigo? En situaciones limites como la actual o la de 2013, ciertas reglas de cortesía social se dejan de lado y aparecen más claramente algunas facetas de las relaciones. El prejuicio, la alteridad, etcétera, todo esto en situaciones álgidas se problematiza.
- ¿Cómo se rompen los prejuicios y las desconfianzas de clase?
- No sé si se puedan romper, es inherente a la sociedad de clase; podés luchar, concientizar, hacer un esfuerzo para desnaturalizarlas, pero para romperlas tenés que destruir su condicionante material, la propia sociedad de clases.
- ¿De qué manera sigue el proceso y cuándo piensan estrenar?
- Estamos esperando a ver qué pasa con la salida de la cuarentena para retomar el trabajo desde el montaje del corto y enviar la primera versión al Incaa. Trabajamos a distancia con el músico y luego nos quedará ver la postproducción de imagen y de sonido. En cuanto al estreno, debemos estrenar junto con la segunda camada de cortos ganadores del concurso. La primera ya estrenó en el festival internacional de cine de Mar del Plata del año pasado y nosotros estrenaremos en el próximo, si las condiciones en el país en ese momento están dadas para que se realice. El presupuesto que nos da el Incaa es el 7% del costo de una película nacional de presupuesto medio, que debería actualizarse año a año. Tuvimos muchos inconvenientes, y se demoró en cobrar lo ganado y en conseguir una actualización. Se nos otorgó un pequeño aumento, pero aún así quedamos desactualizados con la inflación.