La importancia de la prensa y de los periodistas profesionales toma su dimensión real durante las crisis. El tratamiento honesto, justo y adecuado de la abundante información que circula día a día a nivel planetario, se potencia cuando la sociedad está atravesada por angustias e incertidumbres y ansiosa por conocer las noticias en su contexto preciso, para poder tomar las decisiones más adecuadas.
La pandemia por el coronavirus ha sido (y sigue siendo) un desafío de máximo nivel para la profesión, lo que incluye también la puesta en juego del sostenimiento comercial de los diarios y demás soportes informativos. El gran rival de los medios no son las redes sociales ni internet: es la divulgación irresponsable de la mentira, el uso indiscriminado del ocultamiento, la manipulación de los datos con intereses espurios. A principios de este mes se celebró el Día del Periodista y numerosas voces resaltaron el rol social que cumplen los que ejercen esta profesión, al servicio de la búsqueda de la verdad.
En un reciente estudio, el Instituto Reuters alerta contra prácticas que, disfrazadas de noticias, desvirtúan la información hasta convertirla en una falsedad. Su relevamiento arrojó que el 59% de esa información falsa surge de una “reconfiguración”. Esto quiere decir que se toman algunos datos verdaderos, pero se los modifica con contenidos engañosos; o se los sitúa en un contexto erróneo o inventado. Por este motivo, lo que comienza teniendo un grado de credibilidad (incluso puede haber sido leído u oído en otros medios) es una trampa para hacer caer incautos.
El Instituto Reuters también estableció que el 38% de ese contenido es “fabricado”, o sea directamente inventado; y que el resto transita en el camino de las sátiras, las parodias y los “memes” humorísticos. Estos recursos son usados para seducir al público y conseguir el reenvío de los mensajes (los famosos “retuits”).
La cuarentena obligatoria derivó, además, en una mayor permanencia de los argentinos en el terreno del mundo virtual. Conectados a internet varias veces al día, pero carecientes de una alfabetización sólida relacionada con lo digital, muchas personas han sido víctimas de campañas de desinformación que apelaron a lo emotivo (el temor al contagio y a la muerte propia o de alguien cercano; la ansiedad de que no haya abastecimiento suficiente de algún bien; la angustia por la estabilidad laboral y muchas otras alternativas) para que circulen mensajes alarmantes.
Hace casi un cuarto de siglo, el empresario catalán Alfons Cornellà creó un término: llamó “infoxicación” a la sobreabundancia, exceso y saturación de información. Lo hizo en tiempos en que internet empezaba a abrir caminos y en el que los celulares eran objeto de lujo reservado a un sector de la sociedad. Un compatriota suyo, el periodista español Ignacio Ramonet, algunos años depués habló de la censura por sobreinformación, en la cual hay tantos datos disponibles y accesibles que es imposible enterarse de lo que realmente pasa.
Ante esas amenazas, volver a las fuentes es una buena alternativa, para beber un agua clara, transparente y límpida: la del Periodismo con mayúscula que desafía los tiempos y defiende la verdad.