(*) Por Maira Rivainera
Imaginate que vos sos el asesino, ¿qué desearías más, que diseñar la escena del crimen?
Tenemos a Cruz, policía, en una charla con su compañero. El compañero le pregunta para qué se va a preocupar por un tipo, si el tipo quiere morir... “hay que dejarle ese asunto a gendarmería”, “para qué meterse donde no hay que meterse", cuando encontramos al tipo, la cámara a una distancia óptima en un juego de sombras y parecidos, vemos el rostro de Santiago Maldonado en ese afiche viral de la foto pintada en blanco y negro. Empezamos tranqui.
La historia transcurre y pasamos a otra cosa pero qué golpe de efecto, un juego magnífico entre memoria reciente y ficción, la de encontrar a Maldonado vivo, registrarlo en la víspera de su desaparición y, en espejo, la vida del film.
En un momento erótico se apaga la luz y es también señal de cuando se apaga el deseo... Así, en esta película no hay piezas demás, ni puestas por azar sino que, con algo de observación activa, se puede encontrar cómo cada movimiento narra fuera del orden del argumento.
Un estado de asco equilibrado por la simetría de la fotografía nos acompañará durante los minutos en que transcurre este delirio. Cuando hay luz diurna, el aire es tenebroso y en la penumbra nocturna de los cuadros, la calidez cromática acompasa la respiración de la oscuridad.
La trama, por momentos llama a la tristeza y el toque de gracia cae en la sonrisa de una mujer extraña y hermosa, un humor elemental y sincero nos trae de nuevo a la superficie como una bocanada de aire en ese ambiente asfixiante de tonalidades, silencio y miserias.
“- ¿Sabés qué es lo que más me gusta de vos?
- No voy a bailar.
- Lo vas a hacer, ¿sabés por qué? Porque yo te lo pido.”
Y en ese breve diálogo, un momento sublime y la película recién se presenta. Minuto 22.
Cuando sos un asesino, lo que necesitas es alguien a quien incriminar. Un doble, un elemento de la literatura fantástica puesto a rodar en el cine. Logrado con excelencia, es a la vez el doble que como personaje es parte de la narración pero como parte de la narración, desequilibra la trama y confunde al espectador; es éste quizá el destello de Muere, monstruo, muere. La ambigüedad es la piedra angular que sostiene y hace estallar la noción de argumento.
Está por ejemplo la aparición recurrente de escapes bramando, como un aura que preludia el acontecimiento enigmático que sostiene la intriga: asesinatos a mujeres. Si nunca nos explican cuál de los dobles es el real, cuál el de los crímenes, será tal vez porque no importa para resolver el drama. Tal vez el drama no es el autor, por eso mismo estamos ante una película del género de terror y no ante una policíaca.
Tal vez el jefe de Cruz (Cruz, ¿el personaje principal?), sea otro desdoblamiento de él mismo y no exista más que como proyección de su mente. Esto tampoco lo sabremos, de esa manera en que no sabemos quién y desde dónde se cuenta la historia. Si la cuenta un paciente psiquiátrico desde un hospital recordando o hay un omnisciente en el lugar de la cámara y vemos suceder los hechos en tiempo real.
“- Existe tal vez el horror de las imágenes, pero eso no es expresable.
- Hablame de esas imágenes.
- Es lo que la medicina llama Cine.”
El sonido figura en esta obra, de manera en que a la imaginación le resulta imposible, la interferencia entre los otros y el mundo interior. Ese “entre” infranqueable de la realidad de los demás y la propia.
Rostros rígidos, sangre oscurecida y pieles rotas, muestran cuerpos con la crudeza con que la sociedad asume la muerte. La aparición de cadáveres empolvados, sucios y enajenados de la vida. Sin ser una crítica social, es aún más complejo, es la puesta a descubierto del morbo de las imágenes, ¿no hacen eso con nosotros noticieros, pantallas en procura de informar sobre la actualidad?
“- ¿Sabes lo que te da miedo a vos? Que no haya revelación. Que todo sea tan violento y simple como una piedra.”
Cruz parece querer encontrar al que busca, el asesino de mierda, a la vez que ese puede ser él.
¿Seremos, en el miedo ese asesino que buscamos y desconocemos como por efecto del horror que refracta la imagen y la distorsiona?
También tenemos instantes de humor sin risas, la sonrisa psiquiátrica, cocteles de pastillas, el adormilamiento médico del fármaco... que nos dejan vivir a la vez que anestesian.
Exactamente como en el diálogo citado, nada se revela pero nos abraza el miedo acompañado de la orquesta sonora que hace el canturreo ambiente del monstruo. Hasta la escena en que vemos el rostro de éste y al fin lo conocemos, informe... Grotesco. Parecido a como, con algo de coraje, nos veríamos a nosotros mismos. Visceral, impenetrable, revulsivo.
“- Nos van a matar a todas, Cruz. De a poquitito. A todas.”, le charla una compañera.
Otra humorada impar, el jefe de Cruz le cuenta que gusta de las vacas porque le transmiten paz y son bellas. Luego explica que por eso, el Buda meditaba sobre ellas... Cruz explica, “meditaba sobre un tigre, señor", “¿Sí?”, responde el otro. ¿Qué más podemos decir sobre las fuerzas del orden y la inteligencia para resolver crímenes? Delicado, con gracia.
Aquella compañera andrógina, está con Cruz en momentos cuando las imágenes proporcionan indicios para resolver la intriga, parece figurar la parte de él que sabe quién es y qué hace. La vemos en momentos insólitos apenas mirando, a veces indiferente y otras acusando con indignación, ¿vigilando? Quizá somos tres, el que hace, el que se desentiende y el que reconoce cuando nos escondemos de nosotros mismos en la búsqueda interior de qué somos.
Cada palabra en el guion hace a una parte de la historia, en armonía con escenas y espacio sonoro; lo cual lleva la atmósfera de “Muere, monstruo, muere.” a significar otra pieza notable del cine argentino, entre la poética, la pintura y la música. Una ópera de la condición humana, belleza recalcitrante. Una manera de encontrar el horror sin romperse la garganta a gritos.
Hay giros. Quizá en lugar de tres, el desdoblamiento llegue a cuatro. El tonto que obedece: Cruz, los otros dos: el loco, la vigía, cuatro: la ilusión de la razón. En la cumbre del drama el jefe pide que pensemos, no que imaginemos. No para otra cosa que distraer, no es con lógica como resolvemos esta situación. Es con los ojos y en silencio, con algo más que la mirada y narración, con la composición discordante de sucesiones temporales. Exactamente como en la vida, horror mediante y arrullados por el placer de bengalas coloridas afuera de la caverna, en plena noche, con tormentas intermitentes.
Tal vez la clave para no dejarse distraer es seguir el guion como un texto en lugar de a los actores como personajes, pero qué sería de la experiencia confusional a donde nos conduce este largo, si evitáramos el naufragio de la razón.
(*) Escritora, poeta.