Cualquier plataforma de streaming, servicio que obviamente llegó para quedarse, se nutre de sus contenidos. Cuanto más tenga para mostrar, es más probable que mejor posicionada quede en un contexto en el cual, a pesar de ser un servicio relativamente nuevo, la torta se hace cada vez más chica. Dijimos ya en otros análisis que la situación de pandemia parece haber relajado el gusto de los espectadores. Al no haber estrenos masivos de tanques, o al menos proyecciones de cine, debemos conformarnos con lo que hay a mano. Y muchas veces vemos lo que vemos, simplemente, porque no hay otra cosa. A pesar de que en números no parece ser la veta más buscada, Netflix vio un filón en las docuseries y con “The last dance” llegó a su pico máximo. Será muy difícil superar la perfección de los capítulos que narran la vida de Michael Jordan. Pero de ahí en más, el streaming se llenó de estrenos de este tipo que, aunque pueden despertar interés, no siempre terminan redondeando un gran producto. Y es el caso de “La ciudad del miedo: Nueva York vs la mafia”.
A esta altura del partido, con Martin Scorsese y Francis Ford Coppola como abanderados, son pocos los secretos que puede esconder la mafia. La vimos desde casi todos los ángulos posibles. Y es en ese “casi” donde el director Sam Hobkinson prefirió apuntar al desarrollar estos tres capítulos de 49 minutos cada uno… Es que su trabajo, en lugar de centrarse en los mafiosos, está dirigido a la labor del FBI. Precisamente a lo sucedido entre fines de la década del 70 y mediados de los 80, cuando “La ciudad que nunca duerme” estaba literalmente entregada a las cinco familias más poderosas del hampa: los Genovese, los Gambino, los Lucchese, los Colombo y los Bonanno.
La historia es conocida. Las “famiglias” tomaron el poder de la mayoría de los negocios y obtuvieron millonarias ganancias basadas en amenazas y asesinatos. Hasta que, desbordado, el FBI creó un grupo especial de investigadores para intentar desarmarlos y encarcelarlos.
Es allí donde la serie toma mayor relevancia. Con una profusión de archivos envidiable y entrevistas a los principales gestores de la investigación, se arma una línea de tiempo que exhibe el titánico trabajo de estos hombres y mujeres que, literalmente, pusieron en juego su vida para combatir el crimen.
Son sus estrategias las que resultan más entretenidas a lo largo de la serie. Sobre todo, por ejemplo, cómo hicieron para colocar decenas de micrófonos (tecnología que estaba naciendo en la época) en casas, restaurantes y autos de mafiosos que no habrían dudado en matarlos si los descubrían.
La historia del agente Joe Cantamessa, un maestro del disfraz, es de lo mejorcito de la serie. Los agentes tuvieron a disposición miles de horas de grabaciones que, junto a otras pruebas, sirvieron para construir un caso basado en la ley RICO, conocida en español como Ley de Chantaje Civil, Influencia y Organizaciones Corruptas.
La serie sirve también para redescubrir la plataforma de la que se sirvió el joven fiscal Rudy Giuliani, encargado, junto con sus asistentes Michael Chertoff, John Savarese y Gil Childers, de armar el caso, para luego dar el salto a la política y convertirse en uno de los más recordados alcaldes de “La gran manzana”. Conocido es que ellos cuatro consiguieron las condenas más trascendentes en el juicio a la Comisión de la Mafia en 1985 y 1986, que literalmente desarmó a las familias que en ese momento estaban al mando de los negocios turbios, y algunos también legales.
Se trata de un repaso rápido, aunque bien documentado, de uno de los procesos judiciales más importantes de la historia de EEUU, pero sin profundizar en cuestiones políticas (Donald Trump tenía varios negocios importantes en la época y casi no se lo nombra), lo que le quita un poco de rigor. Es otra mirada, contrapuesta a la de “Buenos muchachos”, “El padrino” o “El irlandés”, pero con sabor a “ya sabemos de qué se trata”.