MALO
STAND UP / POR NETFLIX
Jack Whitehall nos aclara desde el título de su nuevo especial en Netflix: “Sólo estoy bromeando”. Como si intentara advertirnos que veremos 58 minutos de un humor inglés muy provocador y disruptivo. Como si hiciera falta la aclaración para no enojarnos por lo ácido y sagaz que será en su monólogo. Y quizás ya desde allí empiecen los problemas para él y para su show de stand up.
Whitehall, en efecto, es inglés -para quienes no lo conocen- pero de provocativo, ácido e intrépido no tiene tanto. O al menos no lo muestra aquí. Mucho menos la calidad a la que nos tienen acostumbrados los humoristas británicos. La crítica irá en contra de más de 10.000 espectadores que colmaron el campo del mítico estadio de Wembley para la filmación del especial y que ríen con cada una de las intervenciones. El marco, podemos decir, le queda grande. Al menos para quienes no asistimos esa noche.
No se trata de algo arbitrario. Justamente, el título del show sirve como prueba: Whitehall probablemente crea que su humor es mejor de lo que -quizás- realmente es. No sólo porque, como ya dijimos, no termina de verse eso que él mismo anticipa. También por un pequeño tic o costumbre que sigue a varios de sus chistes: quedarse callado y mirar a los costados esperando la risa. No se allana a darles lugar a carcajadas que no lo dejaran hablar, no. Las espera antes de que lleguen. Una manía que, en cuanto es detectada, resulta irritante.
El show, justamente, está compuesto de una variada serie de anécdotas de Whitehall que no son aburridas. Algunas incluso traslucen ideas originales, pero hay algo que no funciona. Lo que dice -como con el título y su advertencia- no guarda armonía con lo que hace. Hay cierta descoordinación entre voces actuadas, alaridos de desaprobación, movimientos ampulosos con los chistes que salen de su boca. Es como si todo lo primero intentara ayudar a lo segundo pero de manera exagerada. Como si algo de madurez faltara para regular mejor la exposición corporal y vocal. Después de todo tiene sólo 32 años.
Hay una buena dosis de impostura también. Si algo sobresale en el monólogo es la capacidad de racionalizar posturas ante diferentes temas. Los berrinches de voz aguda parecen más pasión fingida para reforzar ideas que reacciones genuinas. El resultado no puede ser gracioso, claramente. Por lo menos de este lado del televisor. En Wembley parecen estar pasándola de maravillas.
El final quizás sea la mejor parte. Curiosamente el primer chiste (una burla a los norteamericanos) también es bueno, pero después llega todo el resto. Ya en el cierre aparece la reincorporación del tema inicial con una anécdota escatológica y es el punto más alto del show. Funciona finalmente, hay concordancia entre lo hecho y lo dicho. No sé si vale la pena llegar hasta allí pero suena a una recompensa por un flojo comienzo y desarrollo. Al menos la reivindicación de un título que prometía mucho pero que cumplió poco.