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¿Llegará la oleada emigratoria a los niveles de 2001?

Cuatro especialistas analizan la crisis socioeconómica y la influencia que puede tener a la hora de tomar la decisión de dejar el país.
05 Oct 2020
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Entre 2000 y 2005, más de 250.000 argentinos dejaron el país para buscar oportunidades en otro lugar. El número, que puede no impresionar demasiado (representa en torno al 0,6 % de la población nacional de la época), contrasta con los poco más de 73.000 que habían emigrado durante los cinco años anteriores, y también con los 205.000 que lo harían en los 14 posteriores. Pero este año, en medio de la mayor caída del producto bruto interno (PBI) de la historia (19,1 % interanual en el segundo trimestre), el fenómeno aparenta reaparecer: Uruguay, por ejemplo, ha recibido 20.000 solicitudes de residencia por parte de argentinos, según The Economist.

Eduardo Robinson, director de la consultora económica Robinson y Asociados, observa que si bien las economías más desarrolladas también atraviesan una situación difícil a causa de la pandemia, en Argentina hay además un problema de expectativas que incide mucho en los deseos y las decisiones de los ciudadanos. “Lo primero que están mirando quienes quieren emigrar es la falta de expectativas favorables para progresar, hacer negocios o trabajar, porque la economía argentina lleva una década de estanflación y el Gobierno está enredado en el corto plazo. Eso hace que mucha gente vea que el futuro puede ser más promisorio no ya en Europa o Estados Unidos, sino en Chile o Uruguay”, argumenta.

¿Un 2001?

El miércoles el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo (Indec) informó que en el primer semestre de 2020 la pobreza ya afectaba al 40,9 % de la población, mientras que la indigencia lo hacía sobre el 10,5 %. “En términos de suba de la pobreza, pérdida de empleos y caída del PBI la foto de hoy es similar a la de 2001 -advierte Robinson-. Pero es un 2001 sin su 2003: no tenemos por delante una solución fiscal a la cuestión del déficit, ni un escenario altamente favorable para los precios de las exportaciones, ni un programa macroeconómico que oxigene las cuentas públicas. El Gobierno está tomando medidas sueltas, que parecen manotazos de ahogado en muchos casos, y eso desanima mucho al ciudadano de clase media, que quizá ve con buenos ojos la idea de hacer su vida en otro lugar”.

Sin embargo, para el director del Instituto Superior de Estudios Sociales (UNT-Conicet), Daniel Campi, la situación actual no se asemeja en nada a la de 2001, sino que se debe a una sensación de malestar generada artificialmente por la oposición: “aquella fue la crisis, casi terminal, del modelo de valorización financiera y convertibilidad, y fue exclusivamente argentina. Por eso mucha gente vio la posibilidad de salvarse yéndose al exterior, y efectivamente había países que estaban en condiciones de recibirlos. Pero ahora estamos sumidos en una crisis mundial, con recesión en todas partes, y la mirada pesimista según la cual la Argentina sería el único país que está así sale de las usinas con fines electorales, sin pensar en el daño que se le puede hacer a mucha gente”.

También Pablo Mena, profesor de Política Argentina de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (Unsta), cuestiona la idea de que la recesión de hoy sea similar a la de 2001, aunque lo hace con otros argumentos. De acuerdo con él, la principal diferencia radica en que Alberto Fernández no padece una crisis política. “Si bien los índices socioeconómicos son similares a los del Gobierno de Fernando de la Rúa, en el 2001 se les sumó un dato político muy fuerte, que fue el quiebre de la Alianza. Ahora todavía está fuerte el acuerdo político entre el kirchnerismo y los gobernadores asociados al presidente, y la falta de confianza de la parte de la ciudadanía que ve que están dadas las condiciones para emigrar no afecta a un Gobierno que se apoya en gobernadores, sindicatos e intendentes”, explica.

Tradición de emigración

Entretanto, Juan José Villalón, que comparte cátedra con Mena en la Unsta, va a la historia a la hora de analizar la cuestión de los argentinos que se instalan en el exterior. “Es interesante marcar que la Argentina tiene una tradición de emigración que comienza con los famosos exiliados que estaban en contra de Rosas -recuerda-. Más de un siglo después hay otra gran emigración, también por motivos ideológico-políticos, durante el régimen que comienza en el 76. Y el otro momento que uno puede marcar es 2001, cuando la gente que se va ya lo hace por razones económicas. Son acontecimientos distintos, pero permiten ver que siempre ha habido sectores incapaces de configurar dentro del país su proyección hacia el futuro, su horizonte de expectativas”.

¿Por qué siempre ha ocurrido esto? Según Villalón, la Argentina ha echado en falta un acuerdo de la élite que le otorgue confiabilidad al sistema político y por ende a su comunidad. “Pero si antes ya era difícil, desde el primer kirchnerismo en adelante lo ha sido mucho más por la aparición del famoso concepto de grieta. Cuando se piensa la política con este concepto, se la piensa desde el conflicto y la enemistad, desde la idea de que la oposición es el enemigo de la nación y no un adversario con el que debo competir. Pero esto no es necesariamente así. También se puede pensar la política con el concepto de consenso, como un instrumento que soluciona los problemas de la comunidad. Hacerlo así permitiría tener puntos de encuentro indiscutibles, políticas de Estado”.

Mena se para frente a esta cuestión con una postura similar. Para él, lo que le sucede a la sociedad argentina es que no tiene claro qué país quiere: “el fracaso social es predecible cuando no hay un proyecto común. Esto es visible en todos los niveles discursivos de la sociedad: hay montones de discursos, hostiles entre sí, que marcan el mapa de la fragmentación social y son explotados por los políticos para ganar adhesiones mecánicas a sus facciones. Se hace política de imbéciles a partir de consignas poco claras y sin definir proyectos de largo plazo que posibiliten un acuerdo entre oficialistas y opositores”.

Proyección a largo plazo

De acuerdo con Campi, aparte de lo que él llama “un clima artificial de que la salida está Ezeiza”, existe un deseo de mucha gente joven por hacer una experiencia en el extranjero. “Es una aspiración cierta y totalmente comprensible y atendible -considera-, pero los jóvenes que quieren viajar muchas veces se entusiasman y creen que hay una salida mágica, cuando la realidad es que no es tan sencillo. Es muy duro estar afuera, es muy duro estar solo. Aquí también se pueden hacer todavía muchas cosas, aun cuando el país esté sumido en una crisis heredada de la gestión macrista. Lo que yo pienso es que la recuperación va a brindar muchas posibilidades a los jóvenes profesionales. Hay que esperar y confiar en el país”.

Por su parte, Villalón transmite que siempre es lamentable que los ciudadanos de un país consideren abandonarlo. “Que haya descendientes de los inmigrantes que bajaron de los barcos buscando irse habla del deterioro sistemático de la Argentina. La sociedad ha ido perdiendo la confianza en su élite política y en el régimen, aunque no lo piense en estos términos. Es una sociedad que no cree que la democracia funcione en este país”, advierte.

Y aunque ninguno de los expertos consultados imagina que habrá un gran éxodo a corto plazo, Mena alerta sobre el impacto social que provoca una gran emigración: “no sólo golpea en forma económica, porque el país pierde fuerza de trabajo, sino que también daña el sentido de una proyección a largo plazo. Un país en esa situación sufre una crisis cultural, porque la identidad nacional no es una cosa definida sino que está sujeta a este tipo de contingencias. Pero en el caso de la Argentina de hoy, lo cierto es que no hay muchos países que ofrezcan alternativas viables. Son menos de los que eran en el 2001 y me parece que las expectativas de la gente con relación a emigrar también son menores”.

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