El domingo pasado, tres salteños hicieron cumbre en el majestuoso Nevado del Acay, en el departamento la Poma. La montaña es un santuario inca ubicado a 5716 metros sobre el nivel del mar (msnm): una cima que no se alcanza “todos los días”. Forma parte de la cadena montañosa que separa la Puna de la Cordillera Oriental. Se trata de un ícono para los montañistas por la exigencia física que demanda su ascenso.
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Cristian Escalante, Zoe Suárez y Florencia Wayar son los salteños que emprendieron la travesía el domingo 22 de noviembre a las 2 de la mañana. “Salimos a esa hora para ver las estrellas en su máximo resplandor” contó Florencia a LA GACETA. Los montañistas hicieron lo que se conoce como “noche previa de aclimatación” en una famosa vega que se encuentra en la base de la montaña, a 4700 msnm. Allí, el caudal del río Calchaquí se congela por la noche, y las vizcachas forman parte de la fauna del lugar.
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Este campamento previo se realiza con el fin de acostumbrarse a la altura e hidratarse correctamente antes de subir. “Es importante llevar buenas botas, abrigo y un botiquín cada uno en la mochila. Pero no tuvimos ningún problema”, dijo la montañista.
El ascenso inicio en la vega y continuó por una zona conformada por bloques grandes de rocas negras, que hacen a la primera montura de la montaña. Cuando se llega a la parte superior de la montura, se puede observar una conexión con otra montura de mayor altura, compuesta por rocas de menor tamaño color marrón claro. “Transitar por ella fue dificultoso porque había material suelto, poco estable”, expresó. Ascendieron en zigzag y tan solo quedaba una elevación de menor tamaño, sobre la que se alza la cumbre del Nevado de Acay. A las 9 de la mañana llegamos a la cima. “La visión era clara y despejada para el punto cardinal que miraras. Además de fuerza y entrenamiento, la montaña te da seguridad y confianza en vos mismo, algo que yo antes no tenía”, manifestó la montañista.
Foto gentileza: Cristian Escalante
Hacia el norte, pudieron observar las Salinas Grandes y el Nevado de Chañi; hacia el este, el Cerro General Güemes, el Cerro Paño, parte de la Quebrada del Toro y el Abra de la Cruz; hacia el sur, apreciaron el valle Calchaquí, el Nevado de San Miguel de La Poma y la gran de cadena del cordón montañoso de Palermo y Cachi; hacia el oeste, la Serranía de Cobres, Volcán Tuzgle y el complejo volcánico del Quewar.
Fueron 3,5 km de caminata en ascenso durante seis horas, incluyendo paradas de descanso e hidratación. El descenso, en cambio, se concretó en dos horas y media, ya que bajaron por una quebrada donde se posiciona una mina vieja abandonada.
“A veces no se puede hacer cumbre por razones climáticas o personales, pero cada subida debe servir como experiencia para futuros ascensos. El compañerismo y el apoyo mutuos son claves: nunca dejamos de preguntarnos si estamos bien, si sentimos náuseas o cansancio”, concluyó.