Son miles de peregrinos por semana, cientos de miles al mes, cada vez más, todos los sábados del año excepto en verano. María Livia Galliano dice que en 1990 la Virgen María se le apareció y comenzó a enviarle mensajes que un tiempo después ella contó al que quisiera escucharla. La iglesia católica no la legitimó nunca, incluso le prohibió imponer las manos, hacer la señal de la cruz ante los fieles y sobre todo celebrar la misa en su nombre. Ella continúa, con apoyo privado, con bajo perfil, en un circuito que transcurre desde 2001 en un paralelo que resulta apenas visible comparado con el despliegue del Milagro salteño. Y desde ahí alimenta también uno de los mayores afluentes de la actividad turística en la provincia, aunque muchos funcionarios y empresarios se resisten a reconocer abiertamente.
En el lado material de la existencia, el fenómeno de María Livia mueve cuerpos desde distancias inmensas hasta la geografía suburbana de Tres Cerritos. Se venden pasajes de colectivos, de aviones, estadías en hoteles, desayunos, almuerzos, cenas, viajes en taxis y remises, merchandising y todo lo que puede comprarse. En el lado espiritual, esos cuerpos y esas almas dicen volver a sus puntos de partidas con el corazón en calma, algunos, también librados de todo mal.
Seres de fe
La Virgen del Cerro está de rodillas, en penitencia mientras pide la llegada de su hijo. María Livia puede verla, elevada dos metros sobre el suelo. El rezo invoca a Jesús y es él quien obra los milagros, las sanaciones. La mujer es una intermediaria y por eso la buscan, la esperan hasta el instante en el que roce con la mano alguna parte del hombro, del brazo, la cabeza.
En el ascenso hasta el santuario hay 350 metros de camino asfaltado, y después unos 20 minutos de caminar por un sendero casi salvaje, asistido en silencio a mitad del trayecto por servidoras con agua fresca. Ese último tramo también puede recorrerse en colectivos o camionetas, disponibles sin cargo para los que no pueden o no quieren ir por sus propios medios.
Distancia y tiempo son sin embargo los instrumentos menos adecuados para medir el viaje. Lo que pasa en el ascenso al Cerro de la Virgen no tiene nada que ver con el espacio y la duración y enseguida queda claro que la fe es el único pase que se exige para ser parte del acontecimiento.
La ceremonia es sencilla, transparente, sin más consignas que mantener el silencio, la calma, obedecer las esperas y atender al orden que organizaron los colaboradores de María Livia para celebrar los rituales. Cada sábado, hasta las 12 del mediodía, el santuario se abre a la llegada de los peregrinos. Después empieza eso a lo que todos vinieron a ser parte.
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En la hora de la brisa
La construcción del ambiente es sensible y austera. Canteros de flores, barandas de ramas y troncos para indicar recorridos o filas de personas que esperan confesarse –algunos sacerdotes acompañan a las delegaciones y confiesan antes del rosario-, las que quieren entrar a la capilla donde está la imagen de la Virgen, las que van a recibir la oración de intercesión o esperan los colectivos para descender.
La limpieza es minuciosa, hay zonas de descanso, baños, agua, asistencia médica. Todo está organizado y atendido con la calma y en voz susurrada por los más de 250 servidores que circulan por el predio, con pañuelos celestes en los hombros y sintonizados en la frecuencia etérea del santuario. “Para mí es como estar un rato en el cielo”, dice Nicolás, uno de ellos, que sigue desde el contorno el movimiento tranquilo de la mañana y la siesta de los sábados.
Cerca de las 12.30 llega ella, auto blanco de alta gama último modelo, en general acompañada de su esposo, con familiares o no. Pollera larga gris y con tablas, zapatos deportivos para caminar, medias gruesas, una camisa blanca lisa, el pelo largo atado en una cola a la altura de la nuca y flequillo que le cubre la frente casi hasta los ojos. Los movimientos, los gestos y la presencia del anonimato sencillo, todos esos miles no están ahí para verla a ella y lo que muestra sostiene ese mensaje.
Con la intermediaria en el santuario comienza a rezarse el rosario, se hacen lecturas de la Biblia, de los mensajes de la Virgen, la oración se vuelve protagonista, hasta que comienza el ritual del contacto directo. A la hora de la brisa se anuncia que Jesús está presente, la solemnidad se expande, el silencio es puro y los que están cerca, muchos, ya cerraron los ojos, están de rodillas o elevaron cruces y estampitas al cielo.
Entonces ella pasa, pocas veces se detiene, casi nunca mira a los ojos, se desliza frente a las filas de creyentes que organizan los servidores en el templo a cielo abierto que una vez por semana se vuelve a levantar en el Cerro de la Virgen.
Muy de cerca la sigue una mujer que registra todo con una cámara y lo filmado irá a un archivo que ocupa una habitación entera en la casa de María Livia. Detrás de cada uno de los que creen hay uno o dos servidores que los sostendrán en caso de que se desvanezcan, o los cubrirán con pañuelos blancos para arroparlos. En algunas filas muchos terminan en el suelo, en otras apenas uno o dos necesitan sentarse o acostarse después del contacto con María Livia.
Un muchacho de poco más de 20 años se levanta después de varios minutos. Dice haber sentido la presencia de la Virgen y una paz que no conocía. Mientras duró el contacto todo fue silencio, dice que no estaba dormido pero que fue un ensueño que la fe dirigía, que algo de lo que vino a buscar lo había encontrado a él, y después sonríe.
Mientras todo pasa, los que recibieron la oración van saliendo del lugar, descienden a pie o en colectivos dispuestos para ellos. Algunos lloran, otros quedan en silencio, la mayoría agradece o empieza a esperar, otra vez, que suceda el milagro.