El argumento podría resumirse en una historia de ambiciones: en Hokitika, un pueblo que había pasado desapercibido en las costas neozelandesas hasta que se encontró pepitas de oro entres sus dunas, recibe la visita de un extraño Walter Moody. Ese mismo día una prostituta es apresada por las autoridades locales y este hecho vincula a las personas más poderosas del pequeño poblado. El relato escueto parece un resumen de una novela policial, pero el misterio de Anna Wetherell encierra los vaivenes de la suerte para los personajes centrales. Walter Moody, Thomas Balfour y Charles Devlin siguen los pasos que recomendaba Aristóteles: los grandes cambios del destino, de la riqueza a la plena miseria o de la miseria a la riqueza exagerada, generan un efecto estético más fuerte. En una entrevista, Catton afirmaba que le interesaba experimentar con las transformaciones extremas y conocer cómo reaccionarían sus personajes en aquellas circunstancias.
Si bien los cientos de personajes componen un fresco del siglo XIX en Nueva Zelanda -con cierta facilidad de lectura, un alivio para una novela de 800 páginas-, el método de su narración la acerca al modernismo inglés: contada a partir de la posición de los astros en las casas zodiacales; cada protagonista tiene su propia carta astral; los diálogos, los encuentros, la interacción con otros personajes suceden cuando las estrellas lo permiten. La novela asume además un equilibrio matemático: cada capítulo es la mitad del siguiente (400 páginas el primero, 200 el segundo, 100 el tercero y 50 el cuarto, en la edición original).
Desde las vanguardias, a principios del siglo XX, se afirmó que la novela estaba en crisis. Se trata del género que mayores cambios estéticos tuvo y el que mejor interpretó la historia después de la Primera Guerra Mundial. La novela total (como Balzac, Tolstoi y Dickens) fue desplazada por las voces interrumpidas de distintos personajes, los saltos de un capítulo a otro o las narraciones con frases breves que insinuaban una profundidad mayor. Sin embargo, es representativo que, en los últimos años, un grupo de escritores jóvenes se haya aventurado a la escritura de libros extensos que intentan retratar un clima de época (quizás el antecedente más notorio fue la novela póstuma de Roberto Bolaño, 2666; pero también algunos autores argentinos como Ricardo Romero se aventuraron en este tipo de obras, como La Historia de Roque Rey). En efecto, novelas como Las Luminarias muestran la continuidad del siglo XIX remixado, no sólo como etapa fundante de la novelística, sino también como fuente de experimentación y vanguardia. Cuando la rapidez y brevedad parecen ser el destino de la narración en la Era de Twitter, este libro se presenta como un ejemplo feliz de la supervivencia de la novela global.