Por Alina Diaconú - Para LA GACETA - Buenos Aires
Las cosas que recordamos con más énfasis son aquellas que nos marcaron sobremanera. Tendría yo unos siete u ocho años cuando, en mi Bucarest natal, oí hablar de la existencia del idioma esperanto.
En primer lugar, la palabra en sí me produjo un fuerte impacto, por tener implícita la idea de “esperanza”. Luego sobrevino el gran descubrimiento: podía haber una sola lengua que uniera a todos los pueblos, como antes de la punitiva confusión de la Torre de Babel. Me acuerdo que pensé -yo que, a la sazón, hablaba dos idiomas, el rumano y el francés- ¡qué maravilloso sería no necesitar aprender las innumerables lenguas del mundo y conocer solamente una con la cual entenderse en cualquier punto del planeta!
El esperanto se convertía así para mí, desde la niñez, en un nexo único y en un proyecto verdaderamente esperanzador.
Pero, también recuerdo que al manifestarles a mis padres mis ganas de aprender ese extraordinario lenguaje que me facilitara la comunicación universal, ellos me dieron una respuesta contundente: “No, no te va a servir, porque, lamentablemente, el esperanto ya fracasó”.
De más está decir que la utopía se me vino abajo en un santiamén.
Pasaron desde entonces unas cuantas décadas y, hace poco, me encuentro, gracias a Facebook, con un hombre que lleva mi propio apellido, que nació en el Uruguay, que vive en el Chaco y que escribió un libro titulado El idioma Esperanto en la Ciudad Termal (que es Sáenz Peña), editado por el Club de Esperanto de dicha ciudad , del cual es presidente.
Se llama Rubén T. Diaconu, es profesor y difusor del esperanto, y gracias a él me encontré con abundante material sobre el tema y sobre un idioma que pervive a través del tiempo y que está vigente en ciertos grupos de esta Argentina, tan diversa y rica en manifestaciones socio-culturales.
Origen
El esperanto fue creado por el oftalmólogo ruso-polaco Lázaro Ludoviko Zamenhof, y tras 10 años de trabajo de preparación, fue lanzado por él en 1887 en Varsovia, a través de una obra, inicialmente editada en ruso y titulada UnuaLemolibro de LingvoInternacia. Se trataba del primer libro de esa lengua internacional que Zamenhof denominó “una lengua con aspiración de universalidad”. La obra estaba firmada por Doktoro Esperanto, pseudónimo del autor, del cual derivó luego el nombre del idioma.
Zamenhof hablaba fluidamente ruso, polaco y alemán. Leía en francés y había estudiado otros ocho idiomas.
Al crear el esperanto, renunció a sus derechos de autor sobre la invención de dicha lengua y la declaró “propiedad común”, lo cual hablaba a las claras de sus ideales y de sus sueños.
Al año siguiente, en 1888, se fundó en Nüremberg, Alemania, la primera Asociación de Esperanto y el primer Congreso Universal tuvo lugar en 1905, en Boulogne–sur-Mer, Francia, donde asistieron casi 700 esperanto-parlantes de todo el mundo, con una participación mayoritaria de franceses e ingleses. En el año 1908 se fundó la Asociación Universal de Esperanto en Rotterdam, Holanda, que es la organización más importante dedicada a la difusión de esta lengua.
El esperanto fue prohibido por los nazis en la Alemania de 1935; y los esperantistas, enviados a campos de concentración. Después de la Primera Guerra Mundial, la clase trabajadora esperantista -fundadora de la Asociación Mundial Anacional- fue ayudada y promovida por los bolcheviques, hasta el arribo de Stalin, quien comenzó la persecución del esperanto y de los esperantistas en la entonces Unión Soviética. Lo mismo ocurrió bajo McCarthy en los Estados Unidos, en la España de Franco y en la Rumania de Ceausescu.
En 1954, en Montevideo, la Unesco aprobó una resolución a favor de dicho idioma, otorgándole a la Asociación Universal del Esperanto el estatus de “relación consultiva”.
El esperanto se expandió en la década de los 50 en diversos países de Europa Central y del Este como Polonia, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, la Unión Soviética; y también aterrizó en otros continentes: en lugares como Vietnam, Líbano, Madagascar, Zaire, Tanzania. Desde 1994 el Papa comenzó a incluir el esperanto en sus saludos navideños y pascuales.
En algunos países se enseña el esperanto en las Universidades. Es el caso del País Vasco (en Bilbao y en La Laguna). En Bulgaria y Hungría el esperanto fue una asignatura escolar regular. Y gracias a Internet, desde 2002 también se puede aprender este idioma a través de este exitoso medio.
En todo el mundo el esperanto constituye una segunda lengua y, por lo general, se aprende en privado. Si bien no hay estadísticas, se dice que lo hablan entre un millón y 10 millones de personas. El alfabeto tiene 28 letras y algunos símbolos. Las vocales son cinco, hay dos semivocales y en cada sílaba hay una vocal. Las raíces del esperanto son, en su mayoría, latinas, pero también hay derivaciones de origen griego, hebreo y japonés.
La ciudad del esperanto
Actualmente, en Alemania se encuentra una ciudad que utiliza oficialmente el idioma esperanto y que es llamada “la ciudad del Esperanto”. Se trata de Herzberg, en la Baja Sajonia, donde funciona el Centro Intercultural Herzberg. Allí los carteles suelen ser bilingües (en alemán y esperanto), dicho idioma se enseña en absolutamente todas las escuelas y permanentemente se organizan encuentros, festivales, cursos y reuniones que convocan a esperantistas de todas partes.
El idioma esperanto tiene su propia bandera. Es verde con un cuadro blanco, en el cual aparece una estrella verde de cinco puntas. El verde representa la esperanza; el blanco, la paz; y la estrella, los cinco continentes.
Desde un punto de vista literario, el esperanto no sólo apareció en libros técnicos, sino también en obras literarias y un sinfín de traducciones.
Zamenhof tradujo al esperanto el Antiguo Testamento completo y varias obras de teatro: Hamlet, de Shakespeare; Los bandidos, de Schiller; El inspector, de Gogol; Ifigenia, de Goethe. En una antología de 1957 publican sus trabajos 100 poetas esperantistas de todo el mundo.
En cuanto a traducciones, pueden leerse en esperanto obras de Kafka, Tagore, Baudelaire, García Márquez, Bécquer, Valle Inclán, Benavente y la importantísima traducción del Quijote, editada por la Fundación Esperanto en 1977. Se han publicado numerosos diccionarios y manuales de esperanto. El Gran Diccionario Español-Esperanto, aparecido en el 2003, reúne más de 50.000 voces.
Fueron esperantistas Jean Jaurés, Julio Verne, Henri Barbusse, León Tolstoi, J. R. R. Tolkien. También lo era Karol Wojtyla (el papa Juan Pablo II).
Parece ser que el gran Umberto Eco -recientemente fallecido- quedó sumamente impresionado por la historia de Lázaro L. Zamenhof y por los anhelos que subyacían a la creación de esta lengua que llevaba su sello.
El esperanto fue traído a la Argentina en 1889 por algunos catalanes y así comenzaron a darse cursos de ese nuevo idioma en el barrio de Balvanera, de Buenos Aires. En la Capital Federal también se fundó la Asociación Argentina de Esperanto, que publicó la revista Argentina Esperantista.
El esperanto llegó luego a Santa Fe, Córdoba, al Chaco y a la ciudad de La Plata, y en 1941 se creó la Liga Argentina de Esperanto en Rosario, que editó el libro ¿Sabe Ud. Esperanto?, un curso práctico de dicha lengua internacional. Aquí también está la Biblioteca de la Asociación Buenos Aires de Esperanto.
Es una pena que el esperanto no haya tenido la proyección que soñó su creador, Lázaro L. Zamenhof. Supongo que muchos intereses y mucha burocracia le han jugado en contra. También muchos intelectuales y científicos miraron con desconfianza un idioma planificado como este, “artificial” (como fue tildado por esos detractores), que no surgió en forma espontánea y que no estaba sostenido por una cultura previa.
Una sola familia
En mi infancia, la posibilidad de una lengua única en el planeta encendió mis fantasías y mis ilusiones. Sin saberlo, yo estaba embuída de homaranismo, esa ideología pacifista y humanitaria nombrada por Zamenhof, que “considera a la humanidad como una sola familia de origen común, en la que las diferencias y particularidades de cada pueblo deberían sustentarse en plena armonía y fraternidad”; y por la cual “las personas de distintos países, culturas y credos se podrían acercar sin barreras lingüísticas”.
De todas maneras, dentro de poco el Esperanto va a cumplir 130 años. No es una lengua muerta, es una lengua viva. La oportunidad actual de que pueda estudiarse on line le abre nuevas puertas, y acaso renueve sus posibilidades futuras.
En una carta dirigida a un colega francés, Lázaro Ludoviko Zamenhof, ese “judío de Rusia” (como él se definía) confesaba: “Desde mi más tierna infancia me entregué por entero a una sola idea y a un solo sueño: al sueño de la unificación de la humanidad”.
En este mundo globalizado, ojalá el Esperanto sea entonces más que una esperanza: un puente real entre los pueblos.
© LA GACETA
Alina Diaconú - Escritora y columnista. Sus libros más recientes son la novela Avatar y el poemario Aleteos.