LA GACETA Literaria

Alberto Girri, el poeta que cantó desde sí mismo

20 Nov 2016
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Por Fernando Sánchez Sorondo - Para LA GACETA - Buenos Aires

Parafraseando a Walt Whitman y a su inaugural Canto a mí mismo, Alberto Girri fue, en la poesía argentina, el primer poeta contemporáneo que cantó desde sí mismo. Quien encontró, en grado sumo y por antonomasia, su propia voz, tan aislada y desdeñosa de su generación del 40 –rupturista, que anuncia la renovación del mundo por el arte- como de la ampulosa lírica institucionalizada contra la que se manifiestan dichas vanguardias. “Su poesía -escribió Enrique Pezzoni- no ha cesado de asombrar: irreductible a cualquier movimiento literario o escuela que sirva de base para poder explicarla, su originalidad la hace poderosamente inconfundible”.

Dicho de otro modo, Girri significó, para nuestra poesía, lo que Borges para la prosa: una verdadera vuelta de tuerca en cuanto a “la condensación” versus la “expansión”, como él mismo lo señaló en El motivo es el poema. Y encarnó, en su obra poética, aquello que Hemingway exigía para la prosa: “arquitectura y no decoración”.

Fue el propio Girri quien mejor definió, en ese sentido, su intento y su impronta poética cuando se refirió al aporte de Borges a nuestra literatura:

“La revelación de que se puede escribir en español sin caer en lo decorativo o vacuo, de que la belleza no está reñida con la elaboración de una lengua en apariencia impersonal, neutra, en vez de una con acentos viscerales y patéticos como recurso casi obligado. Le debo a Borges la economía y contundencia, el distanciamiento irónico, la inteligencia de los detalles”.

Lector y admirador de Krishnamurti y conocedor inteligente del vedanta hindú, tanto en su obra como en su vida, Girri sabía que el poeta era el mediador y no el hacedor de sus versos: el “mudo testigo”.

Y en consecuencia afirmaba que la literatura es, en última instancia, “un artificio”. Y aclaraba porqué (fue a través de un reportaje que tuve oportunidad de hacerle): “Cuando digo artificio estoy colocando a la literatura en su raíz real, la literatura como una artesanía, con arreglo a convenciones aceptadas por todos.” Y agregaba “Si un escritor fuera capaz de una concentración expresiva absoluta y una tensión espiritual que lograra ir más allá de sí mismo ¿cómo podría decirlo sino mediante balbuceos, tanteos, palabras sueltas, de una manera similiar a la que un místico enfrenta la experiencia del éxtasis?”

La poesía de Girri, esencialmente meditativa y alejada de todo facilismo demagógico, tuvo sus detractores y tiene hoy todavía esa otra forma de exilio que son el olvido y el desconocimiento de su obra. Ojalá que al cumplirse los 25 años de su muerte, el homenaje que le rinde la Fundación Internacional Jorge Luis Borges a través de un encuentro de escritores destinado a evocarlo, contribuya a reivindicar al gran poeta y al no menos grande traductor y filósofo de la poesía que fue Alberto Girri.

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