El taller de Ana Benedetti era el living de su casa paterna, donde está la estufa de leña, la vista al jardín. Ahora tiene el espacio amplio con mesas, caballetes, papeles sueltos, luz y silencio. Ana es también silenciosa, la humildad de una timidez que quiebra para expresarse y mostrarle a LA GACETA la intimidad de su proceso creativo.
Hace poco ganó la beca del Fondo Nacional de las Artes para la creación artística, un proyecto que planea instalar en espacios públicos de barrios de la ciudad y que explica desde la búsqueda de señalar espacios cotidianos, lejos de la monumentalidad, despegados del marketing turístico.´
Mirá el video sobre el proyecto que prepara para la ciudad.
Horizontes del cielo y el suelo
En las telas, en los dibujos, aparecen los perfiles de sus paisajes y cielos recortados traducidos a una sensibilidad particular del color y de la línea. Los planos salen de las manchas, se definen en trazos gráficos de horizontes de suelos, simples, precisos, en paletas que van de la sutileza acuática de veladuras pastel a contrastes vibrantes, claroscuros y planos saturados.
“El proceso creativo empieza en experiencias y visiones que uno va teniendo sobre diferentes cosas. Trabajo mucho con el paisaje, me motiva muchísimo pero también me inquieta cómo trabajarlo”, dice y después habla de la visión. “Ahí empieza, con una idea que aparece o está dando vueltas y se concreta. Me pasa a veces partir de una fotografía, después lo trabajo en el papel, hago dibujos y después llego a la tela. En el camino esa visión se puede convertir en otra cosa, se carga de imágenes también. Muchas veces la lectura alimenta”.
Mostrar lo que no se ve
En un rincón de la mesa de dibujo está Corinne Enaudeau con “La paradoja de la representación”, un ensayo filosófico que se pregunta sobre las ausencias y las presencias, las distancias y posibilidades de lo que la lógica contradice y que en la representación muestra sus costuras.
De lo figurativo a la abstracción y el vínculo con lo invisible, la obra Benedetti fluye en corrientes propias que comenzaron a definirse con la influencia que reconoce de la obra de María Martorell, la maestra salteña que conoció en una muestra en la Casa Arias Rengel. "Me impactó mucho, por los colores, la manera de pintar. Ahí me di cuenta de que era eso lo que me gustaba", apunta.
“El punto de partida de una obra es muy difícil de detectar. Tiene altibajos, no evoluciona, sino que tiene momentos y a veces también se vuelve hacia atrás”, cuenta Benedetti, y mientras habla mira sus obras, las recorre y hace pausas para conectarse con lo que quiere decir de ellas.
“Me gusta mucho ese momento más íntimo de trabajar, ir probando resultados de imágenes y de ahí probablemente salga otra cosa. Voy persiguiendo una idea y buscando los medios para llegar”. En ese trayecto, la obra de Ana pasa por el dibujo, el collage, acuarelas, recortes de fotografías que fotocopia y reutiliza muchas veces, transparencias que superpone a fondos, imágenes que vuelven una y otra vez. “Algunas se repiten mucho en mis cuadros, las voy modificando y trabajando. Paso por varios lenguajes a la vez, no voy dejando ninguno. Es muy difícil de precisar el momento en que todo toma forma o se organiza de alguna manera, que es lo que uno publica o comparte como obra”, resume.
El final llega cuando algo se acomoda y termina de madurar. Para la artista, ese punto aparece con claridad en el momento de poner a la vista y mostrar. “Cuando la obra se desprende de este contexto y se independiza, toma otro sentido, se hace pública para otro, se termina de construir”, concluye.